Quizá en el futuro este 2 de abril simbolice el momento en que se visibilizó la refundación de la nueva izquierda tras la intensa década marcada por el protagonismo de Podemos en la política española. De momento, hoy nos ha servido para ilustrar cómo se ha transformado el espacio político a la izquierda del PSOE durante este tiempo.
Quizá no en su escenografía o en sus actores. De hecho, en el acto celebrado en el polideportivo Magariños de Madrid, no ha sido difícil ver a muchos líderes y activistas que ya participaron en el surgimiento de Podemos hace 10 años. Y que estuvieron previamente en otras plataformas y movimientos sociales de la izquierda radical. Nadie lo ejemplifica mejor que la propia vicepresidenta, con 20 años de carrera política institucional, desde el Ayuntamiento de El Ferrol al Consejo de Ministros, pasando por el Parlamento gallego y el Congreso.
El cambio se evidencia, sobre todo, en la forma y en el fondo del discurso empleado por Díaz para intentar ensamblar el poliédrico electorado al que aspira a representar. Queda atrás la denuncia del régimen del 78 y de sus instituciones, remplazada por una exigencia más matizada para actualizar la aplicación de la Constitución desde una perspectiva radical y pragmática.
Queda atrás la enmienda total a la democracia representativa, sustituida ahora por una agregación de reivindicaciones políticas concretas, sin mucha articulación doctrinaria, que solo cobra sentido si se aspira a mantenerse en las palancas del Ejecutivo.
Queda atrás la denostación de la Unión Europea, desplazada por una llamada europeísta a las reformas de los tratados y de los derechos europeos, que discursivamente no dista demasiado del relato emanado desde las propias instituciones comunitarias.
Con todo ello, queda superada la retórica populista que tiñó los primeros años del movimiento indignado. Ya no se contraponen los de abajo a los de arriba, el pueblo contra la élite, sino que se apela a la voluntad de la mayoría social desde posiciones nítidamente progresistas. Y sobre todo, desaparece el PSOE como gran enemigo de esa nueva izquierda radical, quien hoy lo reconoce, implícitamente, como el aliado indispensable a quien complementar. Hoy son el PP, el neoliberalismo y “los más ricos” los adversarios ante quienes defender una agenda que ya no pretende ofender al sistema, sino que tratará de reformarlo mediante una negociación persuasiva y exigente.
No obstante, lo más relevante del acto de Magariños no ha sido lo que se dijo allí, sino quiénes se han comprometido a hacerlo posible. Y por qué. La vicepresidenta Díaz ha logrado reunir en torno a ella a todos los socios y compañeros de ruta que en su día elevaron a Podemos, y del que luego han ido progresivamente distanciándose.
Y lo hacen porque esperan, de esa forma, tratar de apuntalar la influencia acumulada durante estos años en municipios, autonomías, Cortes Generales y ministerios. Y lograrlo, como organizaciones políticas diversas, desde una relación más horizontal con el núcleo dirigente de la vicepresidenta.
En todo caso, no se trata de un retorno al pasado, ni de una rectificación para volver a antes de Podemos. Más bien refleja un aprendizaje del movimiento que surgió del 15-M (así como de otras reivindicaciones territoriales y culturales), tras pasar por las instituciones y haber encajado el desafío de gestionar y gobernar la complejidad desde el poder. Si no dejamos empañar la observación con las vicisitudes inmediatas en torno a listas y primarias, la refundación propuesta por Sumar es una historia prometedora con pocos precedentes en la izquierda radical europea. Frente a la experiencia traumática del Movimiento Cinco Estrellas o Syryza, que no lograron contribuir a crear mayorías progresistas sostenibles, y otros que ni siquiera han logrado alcanzar el Gobierno, como la Francia Insumisa, Sumar (y a través de ella, lo que eventualmente quiera Podemos) marca un camino posible para relanzar el futuro de la izquierda.
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