Un verde esmeralda de gran intensidad. Así se reconoce un verdadero matcha. “Huye de los colores apagados y tendentes a aromas amarillentos”, dice la leonesa Verónica Hegar, una de las fundadoras de Tesuko, la tienda online y distribuidora que desde 2016 está haciendo que el té de origen salga de la zona de expertos y llegue a cualquier interesado. Hegar viaja por el mundo para investigar orígenes y procesos y descubrir sabores, y da a conocer tés de regiones como Nepal y Malawi, además de los populares de Japón.
Reconoce que el matcha hoy se ha convertido en una tendencia imparable. No solo por su sabor, color y aroma, sino también por las posibilidades gastronómicas que presenta. Además de contar con unas formas de producción que lo hacen único. “Las plantas de té se podan cuidadosamente”, describe Hegar, que también cuenta con una certificación de sumiller del té. “En primavera, cuando las hojas nuevas comienzan a crecer, las plantas reciben sombra entre 25 y 40 días”. De esta manera, las hojas se desarrollan hacia el haz de luz que le permite la lona sobre ellas. Posteriormente se recogen a mano, se cuecen al vapor y se muelen. El matcha es un té diferente porque se presenta en polvo.
“Actualmente, el matcha de alto grado se produce exclusivamente en Japón, y los grados más altos provienen de Uji, al sur de Kioto; Yame en la prefectura de Fukuoka y la prefectura de Miyazaki”, indica la experta, cuyo interés comenzó a desarrollarse hace una década. Su conocimiento le ha permitido ir viendo su evolución y uso: de ser prácticamente desconocido, a convertirse en un ingrediente habitual en restaurantes, coctelerías y cafeterías.
“Tiene un gran potencial a nivel de sabor y de olor, lo que le permite que se combine de variadas maneras”, apunta. Por ejemplo, en la parte líquida del nuevo restaurante Barro, en Ávila, se está desarrollando en diferentes infusiones. Y lo mismo ocurre con espacios como Mateo Honten, en Madrid, en cuya carta hay un cóctel con sochu, licor de bergamota y té matcha.