El pasado, si se puede llamar pasado a la vida de un chaval de 17 años, reporta que Lamine Yamal fue campeón de la Eurocopa en 2024, además de adueñarse de 25 récords, todos, por supuesto, de precocidad, entre los que destacan el de coronarse como el goleador más joven de la Liga, de la historia de los clásicos y de la Eurocopa, al que se le suma el de convertirse en el más pipiolo en levantar un trofeo con su selección. Le robó marcas a leyendas como Pelé y Maradona, conquistas que entusiasman al mundo del fútbol —siempre al acecho de encontrar nuevos héroes—, que lo visualiza como el heredero de Lionel Messi.
Explica un amigo del canterano del Barcelona que una tarde le preguntó cuándo se había dado cuenta de que tenía un talento extraordinario. Después de pensarlo unos segundos, contestó: “Cuando miraba vídeos en YouTube de Neymar y luego bajaba al parque a intentar imitarlo. Me salía siempre muy rápido”.
El dilema no reside en el pasado de Lamine, tampoco en un presente que ya lo contempla como el líder del Barcelona de Hansi Flick y pieza clave en la selección española de Luis de la Fuente, sino en su futuro. Ganador del Golden Boy, octavo en el Balón de Oro, parece llamado a tomar el trono del fútbol más pronto que tarde. Ese trono que solo pertenece a una estirpe de futbolistas que son poseedores de un talento fuera de lo común, similar, si se quiere, al de contar con un billete ganador de la lotería. Lamine sabe que lo tiene.
En 2025, a Lamine le espera una suculenta renovación de su contrato. Para negociar tiene a uno de los mejores agentes: Jorge Mendes, que ya lideró la carrera de Cristiano Ronaldo. Cerca de cobrar el boleto de lotería para solucionar su economía y la de su familia, ¿tendrá ganas Lamine Yamal de lidiar con todos los sacrificios que conlleva el premio de convertirse en un futbolista de época?
Juan I. Irigoyen