El rey anima a abordar las discrepancias entre España y América desde la “franqueza” y el “respeto”
En medio de las tensiones entre México y España, el rey Felipe VI tomó la palabra en un foro, el Encuentro de Academias Hispanoamericanas de la Historia. Una historia compartida y sus academias, que se inauguró este viernes en Trujillo (Cáceres), en un discurso sobrevolado por el conflicto bilateral. Sin referencias expresas al mismo, sin nada que recordarse a su exclusión por parte de México de la toma de posesión de la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, el jefe del Estado hizo una enfática defensa de la “historia compartida” entre España y Latinoamérica sin soslayar la existencia de “discrepancias” que deben ser abordadas desde la “franqueza”, el “respeto” y la “amistad”, recalcó, en un mensaje que sí sonó implícitamente referido a la crisis. Si alguien esperaba algo que pudiera interpretarse como un perdón, o un lamento, o un gesto de contrición por el papel de España en la conquista, aunque fuera a la manera oblicua en que lo hizo en 1990 su padre, Juan Carlos I, se quedó con las ganas. El rey subrayó los “lazos económicos recientes” entre España y Latinoamérica y reivindicó una relación que, ante los “grandes desafíos globales”, se centre en “el presente” para “alcanzar respuestas pragmáticas, útiles y equilibradas”.
“Somos, los iberoamericanos, una unidad en la diversidad, una cultura de culturas. Nuestra relación es tan honda que nos permite, incluso, hablar con franqueza de nuestras posibles discrepancias −inevitables, por lo demás, en tantos siglos de historia compartida− pero siempre desde el respeto basado en la amistad”, afirmó el monarca ante un auditorio nutrido de académicos de la historia a uno y otro lado del Atlántico. El jefe del Estado ensalzó una “historia compartida” que ha dado “sus frutos en ciencia, urbanismo, letras, artes o pensamiento”, también “conflictos y disputas”.
El acto tenía del don de la oportunidad, tanto por el cuándo –en medio de la crisis con México– como por el dónde. El discurso del rey tuvo lugar en el Palacio de los Barrantes-Cervantes de Trujillo (Cáceres, unos 9.000 habitantes), a apenas cinco minutos a pie de la estatua de Francisco Pizarro (1478-1541), el hijo más conocido de la ciudad, destacado conquistador del Imperio de los Incas, que fue gobernador de la Nueva Castilla y fundador de Lima, hoy capital de Perú. Testimonio de la condición de Trujillo como ciudad de conquistadores es la existencia de ciudades como en ese nombre en la propia Perú, Honduras, Venezuela y Colombia, entre otros países. De la Trujillo cacereña también fue el explorador Francisco de Orellana, tenido como descubridor –el término es controvertido, claro– del Amazonas.
El rey, en una alocución de apenas xx minutos, resaltó la vinculación de Trujillo con América y rescató unas palabras de su proclamación ante las Cortes, hace ya diez años: “Con los países iberoamericanos nos unen la historia y lazos muy intensos de afecto y hermandad. En las últimas décadas, también nos unen lazos económicos crecientes y visiones cada vez más cercanas sobre lo global. Pero sobre todo nos une nuestra lengua y nuestra cultura compartidas. Un activo de inmenso valor que debemos potenciar con determinación y generosidad”. El campo semántico de su intervención fue más que amistoso: lazos, vínculos, mestizaje, cultura, comercio, encuentro, una comunidad de 600 millones de hablantes… Felipe VI, que ensalzó lo que consideró la “primera globalización”, citó a Inca Garcilaso, el escritor e historiador de padre español y madre india, cuando dijo aquello: “De ambas naciones tengo prendas”. “O podría –añadió– aludir a la primera Constitución española, la de 1812, cuando, en su artículo 1º, hace reposar nuestra identidad en ‘ambos hemisferios'”.