El colectivo de artistas daneses Superflex, fundado en 1993 por Bjørnstjerne Christiansen, Jakob Fenger y Rasmus Nielsen, dice querer “hacerlo todo, en todas partes, con el mayor número de gente posible”. Ese “todo” se materializa con frecuencia en una serie de herramientas, que es como llaman a textos, vídeos, esculturas y artefactos diseñados en colaboración con arquitectos e ingenieros y que tienen el objetivo de “transformar, a veces la mirada de un espectador o la forma de trabajo colectivo, otras los modos de convivencia y de resistencia de pequeñas comunidades”.
El ejemplo más famoso de esta forma de entender una práctica artística fronteriza es el Supergas, un artefacto de producción de biogás a partir de desechos animales, que desarrollaron con ingenieros, sin ánimo de lucro, en 1996. Lo implementaron en zonas rurales de Tanzania, pero gracias a la falta de derechos de autor (otro de los ejes de su propuesta artística), el prototipo llegó a lugares como Camboya o Zanzíbar. Tiene la forma de un globo naranja brillante y en circunstancias normales produce suficiente gas para cubrir las necesidades de cocina e iluminación de una familia grande, para que pueda autoabastecerse sin tener que depender de infraestructuras más complejas o privadas. Actualmente se puede ver un Supergas en el MUSAC de León, dirigido por Álvaro Rodríguez Fominaya, quien también le dedicó a este colectivo su primera retrospectiva en España cuando era director del C3A de Córdoba, en 2018.
Ahora, la galería Albarrán Bourdais trae por primera vez al grupo a Madrid con una muestra ambiciosa titulada The Fly [La mosca], en la que los artistas quieren modificar nuestra visión de los objetos cotidianos, para adaptarlos a un futuro próximo marcado por el cambio climático y por el aumento del nivel del mar. En principio, el tema de estas obras parece desviarse del arte participativo y relacional que los hizo conocidos: en 2018 llenaron de columpios interconectados la Tate Modern de Londres y, en un sentido más práctico, impulsaron varias bebidas con cooperativas de agricultores, como Guaraná Power en el Amazonas brasileño, para que pequeñas comunidades de agricultores pudieran hacer frente a las multinacionales que explotaban su trabajo.
La división entre el componente estético y la acción social no queda muy clara en la producción de Superflex, aunque ellos arguyen que ambas perspectivas se retroalimentan. Por un lado, el capital del arte les sirve para financiar proyectos sociales que no tendrían tanta atención —ni tanta retribución— de no aparecer en galerías y museos. “más allá de la cuestión práctica, a un nivel filosófico, ambas acciones tienen que ver con contar buenas historias”, cuentan poco antes de la inauguración en Albarrán Bourdais. “Y hay lugares donde la gente se para a escuchar esas historias, donde su capacidad de transformación es más evidente, y eso lo proporciona el mundo del arte. Ahí es donde podemos mostrar con facilidad los encuentros entre realidad y ficción”.
A veces, esos momentos en los que la realidad y la ficción se encuentran son traumáticos. “Da bastante miedo que el tiempo te dé la razón, nosotros no queremos ser profetas de un mundo terrible”, lo definía un miembro del colectivo, Rasmus Nielsen. Y es que una de las obras más importantes de la muestra es el vídeo Flooded McDonalds, de 2009. Los artistas hicieron una réplica de un restaurante McDonald’s en Vietnam, en uno de sus juegos con el copyright, y decidieron inundarlo para filmar, con un estilo épico, el progresivo aumento del nivel del agua en el restaurante.
Cuando la concibieron, la película funcionaba a modo de metáfora sobre el colapso del sistema capitalista y la subida del nivel del mar. Ahora, sin embargo, han tenido que lanzar un comunicado conjunto con la galería para contextualizar la obra y evitar malentendidos: “Albarrán Bourdais y Superflex desean, en primer lugar, transmitir todo su apoyo y solidaridad al pueblo de Valencia en estos terribles momentos. Hemos decidido mantener la proyección de la obra Flooded McDonalds (2009) ya que, aun siendo conscientes de que la temática del vídeo puede herir sensibilidades en unos momentos tan complicados, hemos llegado a la conclusión de que esta pieza, concebida hace 15 años, es a día de hoy más relevante que nunca”.
La obra, sea cual sea su concepción y su factura ficticia, antidocumental, remite indefectiblemente a las imágenes reales del desastre en Valencia, aunque tal vez sea ahora, en contra de lo que pueda parecer, el momento perfecto para verla. Su tono épico y exagerado obliga a la reflexión sobre el tono similar que hemos estado viendo en redes sociales, donde los creadores de contenido han hecho su particular agosto de la tragedia y donde los planos del barro y las imágenes más impactantes se han estado buscando como carroña. Aunque la inundación sea una coincidencia desafortunada con la realidad, la hiperestetización buscada por Superflex en el vídeo no lo es en absoluto, sino que anuncia el modo capitalista de trabajar con las imágenes propio de la crisis ecológica. El desastre, en este sentido, puede tener diferentes formas: incendios, sequías, inundaciones, hambrunas… lo que sí parece claro es que habrá quienes hallen en él la oportunidad para retransmitir desde el ángulo más sensacionalista y carroñero posible.
El trabajo que Superflex enseña en Albarrán Bourdais recopila un número de especulaciones sobre el futuro: hay esculturas pensadas para los peces, pues serán ellos y no nosotros quienes las disfruten cuando suba el nivel del mar, y otras —unas réplicas de los elementos del baño de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático— que están hechas con arcilla sin hornear y que no tienen, ni siquiera, una limitación en el número de copias. El coleccionista comprará el molde y podrá hacer tantos váteres, grifos y tuberías de baño como quiera, siempre que no hornee la arcilla: así, siempre podrá hacer otra cosa con ella y nunca perderá su potencial de transformación. El objeto pierde valor, se copia (otro de sus lemas es “si tiene valor, cópialo”), desaparece en un mundo que termina y para el que pronto no servirá. La pregunta que está en el aire (y que repiten unas moscas pegadas a la pared) es: ¿algo de lo que hacemos servirá en el futuro?
‘The Fly’. Superflex. Albarrán Bourdais. Madrid. Hasta el 4 de enero.