‘Solo quería bailar’, una presa bien sabia y bien gorrina | Babelia


Una perspectiva algo cínica vendría a catalogar la literatura política de nuestro tiempo como un subgénero dentro de la literatura de humor. En parte, porque la posible transformación de la realidad con las parcas armas de la literatura nos parece un deseo cada vez más ingenuo; y, en parte, porque nuestra sociedad acepta de mejor modo su crítica si ésta le llega en forma de sátira: una catarsis en grupo cuyo efecto final suele ser la “distensión” por la risa. Así, una literatura “provocadora” comienza a hacerlo tantas veces por la carcajada.

Pienso esto al hilo de Solo quería bailar, la suculenta primera novela de Greta García (Sevilla, 1992). García es coreógrafa, directora teatral, bailarina, payasa, artista performativa; y esta “pieza” literaria (con mucho de monólogo dramático) se deja ganar por una pulsión escénica. Pero también es una “novela de idiota”, ese tipo de narraciones ditirámbicas con protagonistas un poco idos y engañosos, faltones, a veces tontos y a veces demasiado listos; una familia literaria que emparentaría, por ejemplo, a los héroes de Samuel Beckett con las de Cristina Morales.

La protagonista de Solo quería bailar es Pili, bailarina de veintitantos, condenada a 30 años de prisión por algo que se va desvelando, humorísticamente, durante la novela. Y la trama es sencilla: desde una cómica escena inicial con la doctora Pina (“me metío un sepillo diente por el culo y ara no me lo puedo sacá”), Pili se obsesiona por volver a la consulta de la doctora, a la que ama. Entre tanto: la vida de las presas, precarias y perdedoras de nacimiento (“una rica tiene que ser una auténtica pringá pa estar aquí dentro”), los recuerdos de su formación como bailarina (“To por la danza. To por algo intangible. To por tener un buen papel en una mierda fin de curso”) y del detonante de su condena (“To porque pedí a la Junta [de Andalucía] la Ayuda a la Creación Extraordinaria”).

También se sostiene por el talento de García para las escenas breves y algo orgiásticas o los maravillosos diálogos entre presas, virtudes que de nuevo remiten a una dimensión dramatúrgica. Y por un inteligente ritmo, tan eufórico como paciente

Antes que de trama, ésta es una novela de leitmotiv (“tetas y nabos y coños y anos”), algo difícil de mantener durante casi 200 páginas, pero sostenido por la potencia de la protagonista: su oralidad andaluza, su humor descabalado y su impertinencia, su amoralidad desencantada y sus iras repentinas. Y también por el talento de García para las escenas breves y algo orgiásticas o los maravillosos diálogos entre presas, virtudes que de nuevo remiten a una dimensión dramatúrgica. Y por un inteligente ritmo, tan eufórico como paciente. Además, hay algo más clarividente en su escatología. La literalidad de la idiotez de Pili muestra un mundo que no funciona con la precisión que se espera. Ella da los pasos correctos para la consecución de una acción; por ejemplo, pedir una beca. Y si algo disuena, no es por su culpa, sino por la propia realidad, más chapucera y vengativa.

“La culpa de to la tiene Descarte o como se llame el mascamierda ese con lo del cuerpo máquina y la mente por otro lao y la gente que le echó cuenta, se inventaron los pudores y empezaron a mear con la puerta cerrá y el pestillo echao”, perora ­Pili. Y cierra su reflexión con lucidez, uniendo dos formas de utopía plebeya: la del cuerpo y la de la risa. “Quiero pensar en esas mujeres de la Edá Media con sus dientes negros y apiñaos […] Bien sabias, bien gorrinas. Yo debería ser así, una cerda, y gruñir to el rato”.

Portada de 'Solo quería bailar', de Greta García

Autora: Greta García.

Editorial: Tránsito, 2023.

Formato: tapa blanda (200 páginas, 18 euros).

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