Soledad Gallego-Díaz: Europa aún puede defender su democracia | Ideas



En los años cincuenta, el periodista estadounidense Edward R. Murrow (famoso por su enfrentamiento con el senador Joseph McCarthy y con su caza de brujas) puso en marcha un programa de radio que se titulaba This I believe: the personal philosophies of one hundred thoughtful men and women (esto creo: las filosofías personales de cien hombres y mujeres reflexivos), que ofrecía tanto a gente corriente como a intelectuales la oportunidad de hablar durante cinco minutos por radio. Desde un taxista hasta la empleada de un comercio, pasando por el mismísimo Albert Einstein, esas 100 personas escribieron un pequeño ensayo y explicaron en la radio su propia motivación en la vida. Unas creencias personales que, quedó perfectamente claro, no tenían nada que ver con la histeria de McCarthy. “Los humanos son responsables de todo el planeta”, “los demagogos son un peligro para el Estado”, avanzaron algunas de aquellas voces. Einstein explicó que, para él, el destino de la humanidad dependería de que los individuos eligieran el servicio público en lugar del beneficio privado.

Quizás si hoy se volviera a pedir a 100 estadounidenses “reflexivos” que explicaran su motivación en la vida, las cosas serían diferentes. Quizás la rotunda victoria de Donald Trump signifique que la histeria ha ganado espacio y que una nueva derecha extrema que no cree ni en el Estado de derecho ni en la igualdad de oportunidades ha conseguido convencer a la mayoría de que los “otros”, los inmigrantes (como antes los “comunistas”), son los culpables de su indignación. A la vista de los nombramientos que está llevando a cabo Trump, parece que quienes pensaron que una cosa sería su oratoria demagógica y otra sus políticas reales están radicalmente equivocados y su gobierno va a llevar a cabo lo que anunció: deportaciones masivas, destrucción de políticas sociales y proteccionismo radical.

Las cosas pueden ser aún distintas en Europa. La nueva Comisión acaba de tomar posesión (ignorando la lamentable maniobra de Alberto Núñez Feijóo), con una estructura semejante a la que ha venido funcionando durante décadas, es decir, un acuerdo entre el Partido Popular Europeo, los liberales y los socialdemócratas, aunque se haya abierto la puerta a dos comisarios próximos a la derecha populista. No tendría importancia si el Partido Popular Europeo y sus socios mantienen a rajatabla los dos principios fundamentales de la democracia liberal: el respeto al Estado de derecho y el impulso a la igualdad de oportunidades. Solo si son capaces de defender esos dos principios frente al arrastre del propio Trump y de los variados gobiernos europeos que flaqueen en ese camino, el futuro de la Unión estará asegurado.

La Comisión Europea debe tener el valor de defender los valores básicos que crearon la Unión y negarse a colaborar con la ola proteccionista que hundirá el comercio de los países menos desarrollados. Y, sobre todo, debe ser capaz de poner pie en pared frente a quienes fomentan el miedo a los migrantes, un miedo inducido por quienes rechazan el principio de igualdad ante la ley. El flujo migratorio es resultado de un proceso y no puede afrontarse como un problema con solución inmediata. Ni es un problema ni tiene solución mágica: exige tratarlo como lo que es, un fenómeno que se desarrolla por fases y que debe ser asumido en consecuencia.

La nueva Comisión cometerá un error garrafal si acepta enfangarse en ese debate. No existe ninguna invasión, existe un intento conocido desde hace siglos que consiste en encontrar chivos expiatorios cuando no se quiere o no se puede hacer frente a problemas que sí son reales. La falta de vivienda o el parón o incluso retroceso experimentado por el principio de igualdad que forma parte de la mentalidad europea no es consecuencia de la inmigración, sino de decisiones adoptadas por quienes controlan el mundo del dinero y las finanzas. La Comisión ha empezado con mal pie, avalando la deportación de inmigrantes a terceros países. Afortunadamente la estructura institucional de la Unión incluye un tribunal europeo que debería ser escuchado. Creer que se ayuda a socialdemócratas o a cristianodemócratas a mantener a raya a Alternativa para Alemania cediendo a su lenguaje y su demagogia será una nueva equivocación. “La tolerancia se convierte en un crimen cuando se aplica al mal”, escribió Thomas Mann en La montaña mágica, que celebra este año su centenario.

“No hace falta que nos recuerden que vivimos en una época de confusión. Muchos de nosotros hemos cambiado nuestras creencias por amargura y cinismo, o por un pesado paquete de desesperación, o incluso por una temblorosa dosis de histeria”, escribió Murrow. La Unión Europea conoce ese camino. Y la Comisión, cuál es su principal cometido: cerrarlo a cal y canto.



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