Yo no tengo sentimientos religiosos. Hasta esta semana, me tenía por alguien inmune a la ofensa, salvo aquellas que se infligen directa y personalmente. Me molesta que un fumador me eche el humo a la cara, que unos borrachos se meen en la puerta de mi casa, que me agredan las narices con perfumes, que me manoseen, que me griten al oído, que me saquen a bailar cuando he dicho que no quiero o que un extraño me cuente su vida para que escriba una novela con ella. Era incapaz de ofenderme por asuntos que no me tocasen, apestasen o pringasen. Lo que hicieran los demás en sus casas y con sus cosas me la traía al pairo. Hasta ahora.
Tras el timo de la estampita de los Abogados Cristianos y Hazte Oír contra Lalachus, he descubierto que me ofenden muchas cosas que no me afectan personalmente. No soy distinto a un obispo o a un cargo provincial de Vox. Si me pinchan, salto igual.
Me ofende, lo primero, la existencia del artículo 521 del Código Penal, en sus dos apartados: el que castiga las ofensas a los creyentes (párrafo 1) y el que castiga las ofensas a los no creyentes (párrafo 2), que me defiende a mí de unos ataques de los que no quiero ser defendido. Me ofende que, desde 2018, los sucesivos gobiernos de Pedro Sánchez hayan sido incapaces de conformar una mayoría para derogar ese artículo más propio de teocracias que de democracias. Me ofende que desde septiembre no se haya tramitado nada pese a que se anunció en aquel plan de regeneración del que ya nadie se acuerda.
Me ofende la malicia cizañera de la derechita ultra, que no encuentra otra forma de ocupar titulares que insultar a una mujer que trabaja en la televisión y dirigir las hordas del odio contra ella. Me ofende el oportunismo miserable de tantos cargos, carguitos y correveidiles marrulleros. Me ofende que los obispos solo usen sus altavoces para unirse a la jauría que acosa a una cómica. Me ofende —y me cansa— que cada pequeño chiste de relleno sea el argumento de una nueva batallita cultural. Y me ofende que me ofenda tanto porque sé que mi ofensa es cómplice de su juego sucio y que lo suyo sería ignorarlos y seguir riéndome con Lalachus. Pero qué le voy a hacer, si al final yo también tengo sentimientos religiosos que se hinchan y explotan de vez en cuando.