Equipos de las Fuerzas Armadas Ucranias y del Ministerio de Defensa —que parecen más salidos de una start-up que de un cuartel― buscan soluciones tecnológicas de bajo coste que puedan producir material a gran escala. Creen que la guerra contra Rusia no va a terminar a corto plazo y que, para ganar, necesitan ser autónomos respecto a la ayuda militar extranjera. Con unos recursos y capacidad financiera limitados comparados con los del enemigo, agudizan el ingenio.
Piden no divulgar el nombre completo por motivos de seguridad. Tampoco detalles sobre la oficina desde la que operan, más allá de una descripción genérica: un moderno espacio de coworking en el centro de Kiev. No desvelan cuántos son, por la misma razón, pero sí que no trabajan solos, sino en red, en estrecha colaboración con investigadores, empresas privadas, ONG y varios ministerios.
Oleksi, en vaqueros y con una sudadera gris con capucha con un gato bordado, tiene más pinta de trabajar en una empresa tecnológica que en el ejército. No tenía formación técnica antes de la guerra, pero ahora es especialista en uno de los ingenios protagonistas en este conflicto: los drones, una apuesta de ambos bandos —el ejército ucranio recibió 1,2 millones de estos aparatos en lo que va de año, según un comunicado del Ministerio de Defensa publicado este miércoles—. Oleksi empezó en el ejército, tras la invasión a gran escala en febrero de 2022, en una unidad de reconocimiento de artillería. “Teníamos un problema: nos faltaba munición. Empezamos a usar drones FPV (con sistemas de visión remota) adaptados como kamikazes. Ahora usamos los drones como portamuniciones en el campo de batalla”, explica.
Esos drones adaptados son un ejemplo de la tecnología barata que buscan, frente a modelos más caros y difíciles de producir, como los estadounidenses Switchblade 500/600 y los polacos Warmade. Cuando empezaron a usarlos, el presidente, Volodímir Zelenski, anunció que fabricarían 100.000 de ese tipo, recuerda Oleksi. Ya llevan 2,5 millones, asegura. “Es muy fácil escalar la producción”, detalla.
Entre dos reuniones, este militar saca tiempo para contar que empezó como operador de drones, luego le ascendieron a comandante de pelotón, responsable de la unidad de drones. Conoce bien el campo de batalla, las trincheras y los centros de mando. Ahora, desde el coworking del centro de Kiev donde operan él y otros miembros de la Oficina de Apoyo a las Reformas, se dedica a ojear tecnologías que se puedan aplicar en el frente. Su equipo trabaja con Brave 1, una plataforma que agrupa a varios ministerios y al ejército junto a emprendedores y productores.
Oleksi se dedica a estudiar, entre otras cosas, si los inventos que les presentan pueden ser realmente útiles. Hace unos días, por ejemplo, una empresa les mostró un aparato para acoplar a una ametralladora para disparar un dron con un puntero de láser. “Era completamente inútil. El campo de visión humana es de 500 metros; con esa distancia no necesitas un dron”. Sin embargo, a él se le ocurrieron ideas para usar el componente de otra forma.
En noviembre, celebraron un hackaton, un encuentro con la industria de defensa y productores denominado El ataque de las máquinas 2.0, para abordar algunos de los problemas a los que se enfrentan. Entre todos buscaron soluciones contra las bombas planeadoras. Y pensaron en nuevas formas de neutralizar los drones enemigos, que funcionan con cables de fibra óptica de hasta 10 kilómetros, más protegidos frente a interferencias que los que emplean señal de radio.
El objetivo de Ucrania, explican otras fuentes, es que al menos el 80% de su armamento sea barato. Pero también potente: buscan la capacidad suficiente para combatir no solo a enjambres de drones o aparatos bomba como los Shahed, que pueden costar unos 20.000 dólares (unos 19.000 euros), según algunas fuentes, sino también contra misiles de alto coste. Una historia de éxito que les gusta recordar es el golpe a la flota rusa en el mar Negro con enjambres de drones náuticos.
Superioridad rusa
Moscú —que cuenta con el apoyo de aliados como Corea del Norte, Irán y China— adelanta a Kiev también en el dominio tecnológico.
“Normalmente, Ucrania innova e inventa y Rusia roba y escala”, argumenta Yuri, que lidera un equipo dedicado a analizar las tendencias de la guerra en este ámbito. Este militar, vestido con jersey de ochos, pantalón con pinzas de corte moderno y zapatillas, lo atribuye a la verticalidad de la jerarquía rusa, frente a la sociedad y la industria ucrania, más abierta, según él. “La fuente de nuestra resiliencia es que no tenemos un solo punto de entrada, sino muchos. Pero para escalar hace falta una organización más centralizada”.
“El bando que tenga ventaja tecnológica sobre el enemigo, gana”, dice en una de las mesas de reuniones del espacio de coworking este lunes. Su equipo se dedica a ver “qué tecnologías pueden tener una función en el campo de batalla y cuáles se van a quedar en ciencia ficción; también, qué cuellos de botella hay y cómo resolverlos”.
El mayor avance tecnológico de este conflicto han sido los sistemas no tripulados (UAV, en sus siglas en inglés) en tierra, mar y aire. Buena parte de los desarrollos se centran ahora en los enjambres de drones, la inteligencia artificial y los sistemas de aprendizaje automático, que han generado debates éticos. A medio-largo plazo, el ejército ucranio quiere trabajar en los UAV submarinos. Otras tecnologías a la vista en el campo de batalla son la computación cuántica y el uso del láser, que ya prueban los ejércitos de Estados Unidos, el Reino Unido e Israel, pero que están fuera del alcance de Ucrania por su alto coste, según Yuri.
El cambio no es solo tecnológico, explica el analista. “La transformación es inmensa”. El uso de UAV impacta en todo: en el desarrollo de la doctrina militar, en el entrenamiento de las tropas, en la estructura de las unidades, en las contrataciones y hasta en la forma en la que se construyen las fortificaciones de defensa, a prueba de dron.
“Esta guerra también es única en que el campo de batalla es transparente, lo que complica engañar y jugar con el adversario”, cuenta. En los 10 kilómetros de la zona letal, “todos ven a todos con drones; es muy difícil engañar al enemigo”, aunque la invasión de la región rusa de Kursk demuestra, desde su punto de vista, que todavía es posible confundir al adversario. Pasa lo mismo con el armamento, un clásico en las guerras. Los rusos usan drones baratos como señuelo que engaña a las defensas antiaéreas ucranias, pero también gastan misiles balísticos para destruir sistemas de artillería Himmars falsos.
El campo de batalla es ahora una combinación de lo antiguo con lo más moderno, como vehículos blindados de 60 años con torres autónomas o ametralladoras de 12,7 con sistemas de aprendizaje automático. El ejército también: se mezclan altos mandos soviéticos con militares entrenados por la OTAN y equipos como el de Oleksi y Yuri, que recuerdan a las start-up. “Las unidades más eficaces son las que tienen un comandante con experiencia civil de gestión. Operan como empresas”, afirma.
Con esa lógica empresarial buscan también inversores. El formato de ayuda internacional que prefieren es el modelo danés, en el que Ucrania proporciona una lista de proyectos que buscan financiación que después los expertos daneses evalúan y apoyan. O el de los países nórdicos y bálticos, con la creación de empresas conjuntas. Siempre con el objetivo de ser autónomos y producir a gran escala su propia tecnología de bajo coste.