Desde el puerto de Helsinki, las gélidas y tranquilas aguas del mar Báltico se asemejan mucho a ese llamado “lago de la OTAN” al que muchos investigadores y políticos occidentales se refirieron, con tono triunfalista, tras la incorporación de Suecia y Finlandia a la Alianza por el creciente temor a la vecina Rusia. La realidad, sin embargo, es que, pese a que casi todo el territorio que lo circunda pertenece ya a la OTAN, Moscú aprovecha su escasa presencia en ese mar para intensificar las acciones de guerra híbrida en la región. El último ejemplo es el sabotaje que ha acabado esta semana con el corte de cinco cables submarinos que conectaban Finlandia con Estonia y Alemania.
En la sede de la Guardia Fronteriza de Finlandia, en la capital del país nórdico, la actividad es frenética desde hace unos meses. El subcomandante Mikko Hirvi reconoce: “La flota clandestina rusa que transporta petróleo ilegalmente, las constantes interferencias en las señales de GPS y la reciente destrucción de cables submarinos en el mar Báltico son fenómenos nuevos”. Se trata de episodios con los que hasta hace un par de años no tenía que lidiar la agencia militar encargada de la seguridad en las fronteras marítimas y terrestres del país nórdico.
Cuando se fundó la OTAN, en 1949, Dinamarca fue el único país bañado por el Báltico que se integró en la Alianza. Con las adhesiones de Finlandia —en abril de 2023— y la de Suecia —el pasado marzo— la organización transatlántica no solo sumó a dos de los miembros de mayor relevancia de las últimas décadas, sino que culminó la transformación política y la reconfiguración estratégica del norte de Europa. Hoy, de los nueve Estados ribereños del Báltico, todos, menos Rusia, son miembros de la OTAN. Los antiguos lazos económicos y la influencia política que el país euroasiático ejercía en la región se han evaporado por completo, y su capacidad para proyectar poderío militar en el Báltico ha quedado reducida al mínimo. Aun así, el Kremlin acentúa sus acciones intimidatorias en la zona para poner a prueba a la Alianza Atlántica. “El objetivo de la guerra híbrida es perturbar la estabilidad económica y social de Occidente sin arriesgarse a un enfrentamiento abierto”, sostiene Basil Germond, investigador de la Universidad de Lancaster especializado en asuntos navales.
Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022, al menos cuatro posibles actos de sabotaje han tenido lugar en el Báltico, que han dañado casi una decena de los poco más de 40 cables y ductos que recorren su lecho marino. El primero de ellos afectó al Nordstream, un gasoducto que conecta Rusia con Alemania. A pesar de que en un primer momento muchas de las miradas apuntaron al Kremlin, Berlín señaló el pasado verano a varios ucranios como sospechosos de la autoría. Sin embargo, en los otros incidentes —entre octubre de 2023 y el pasado miércoles—, la sombra rusa se proyecta con claridad.
La última acción descrita por distintas autoridades europeas como un acto de sabotaje, que tuvo lugar el día de Navidad, supone, según distintos expertos consultados, un punto de inflexión. Por primera vez, el barco sospechoso de haber roto varios cables submarinos fue detenido. Policías y guardias fronterizos finlandeses abordaron y tomaron el control del Eagle S, un petrolero registrado en las Islas Cook que forma parte de la flota clandestina rusa con la que el Kremlin trata de esquivar las sanciones occidentales por la invasión de Ucrania.
Durante un reciente viaje a Helsinki organizado por el Ministerio de Exteriores finlandés, distintos altos cargos del Gobierno del país nórdico recalcan la necesidad de adoptar medidas que permitan exigir responsabilidades y castigar a los autores intelectuales de los sabotajes. Y dejan claro que no conciben la posibilidad de que los distintos episodios en los que se han roto cables submarinos, o las constantes alteraciones en los GPS, que afectan a barcos y aeronaves, sean accidentales o meras casualidades. Harri Mikkola, investigador del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales (FIIA), considera que, aunque parte de las interferencias en los sistemas de posicionamiento global pueden ser consecuencia de los intentos de Rusia de proteger sus instalaciones militares de los drones ucranios, estas en gran medida son “claramente intencionadas”.
Charly Salonius-Pasternak, colega de Mikkola en el FIIA, sostiene que en el último año se ha incrementado de manera notable la capacidad de reacción de los miembros de la OTAN. “Cuando fue dañado [en octubre de 2023] el Balticonnector [un gasoducto entre Finlandia y Estonia], el barco responsable fue identificado, pero las autoridades finlandesas no supieron cómo actuar”, resume. “En noviembre, el Yi Peng 3 [un barco chino que rompió varios cables] fue rápidamente localizado y escoltado por las fuerzas navales de distintos países” prosigue Salonius-Pasternak, “pero el caso de esta semana con el Eagle S, que fue abordado y detenido, evidencia que los aliados han progresado mucho a la hora de identificar con antelación barcos sospechosos, monitorearlos y reaccionar ante cualquier situación con el despliegue de buques, o helicópteros”. Los dos barcos chinos implicados en los probables actos de sabotaje en Báltico tenían vínculos con Rusia, más allá de su simple procedencia de un puerto ruso cuando se produjeron los daños.
Las autoridades finlandesas informaron este sábado de que el Eagle S, que transportaba crudo ilegalmente de Rusia a Egipto y al que señalan como responsable de la rotura de cinco cables submarinos durante el día de Navidad, ha sido confiscado y trasladado a un puerto del sur de Finlandia.
Superioridad militar de la Alianza
La superioridad militar que Rusia mantuvo en el Báltico durante décadas de Guerra Fría se ha revertido por completo. Algunos países de la región —especialmente Suecia— han desarrollado fuerzas navales y doctrinas militares específicamente adaptadas a las peculiaridades de este mar de agua salobre que se extiende por casi 400.000 kilómetros cuadrados —una superficie similar a la de Alemania— y que tiene una profundidad media de solo 55 metros. Las Fuerzas Armadas rusas mantienen un único submarino operativo en el Báltico, mientras que Suecia tiene cinco y está construyendo otros dos.
Además de los actos de sabotaje, una de las situaciones más tensas en el Báltico se produjo el pasado 26 de noviembre. Una fragata alemana comenzó a seguir de cerca a un petrolero escoltado por una corbeta rusa. En un punto cercano a la isla danesa de Bornholm, la fragata envió un helicóptero Sea Lynx —diseñado para destruir submarinos— para que observara más de cerca la situación. La corbeta rusa respondió con el disparo de bengalas contra el helicóptero y lo forzó a dar marcha atrás.
Para Moscú, que en tiempos del Imperio Ruso llegó a controlar más de la mitad de la costa del Báltico, resulta esencial seguir operando en sus aguas. A pesar de haber quedado arrinconado, y de encontrarse en clara inferioridad militar, los puertos de Kaliningrado —un enclave situado entre Polonia y Lituania— San Petersburgo y Ust-Luga son vitales para los intereses del Kremlin. No solo porque de ellos parten miles de buques fantasma cargados con millones de barriles de petróleo que exportan ilegalmente, sino porque Turquía veta a todos los navíos de guerra el paso por el Bósforo, que conecta el Mediterráneo y el mar Negro. Aparte del de Kaliningrado, el último bastión naval ruso que queda en aguas libres de hielo está en Siria, y, tras la caída del régimen de Bachar el Asad, el ejército ruso tendrá que abandonarlo en las próximas semanas.
El tráfico marítimo en el Báltico, por el que circulan miles de buques cada día y en torno al 15% del comercio global, no solo es vital para Rusia. Desde que las conexiones ferroviarias con su gigantesco vecino dejaron de funcionar, el 90% de las exportaciones e importaciones de Finlandia se transportan por vía marítima. Frente al Ministerio de Asuntos Exteriores finlandés, varios barcos rompehielos permanecen amarrados en el puerto. Sus labores resultan esenciales para mantener la actividad comercial del país nórdico durante todo el invierno y la primavera. Prueba de ello es que Finlandia se ha convertido en la primera potencia mundial en la materia: el 60% de los rompehielos que operan en el mundo han sido construidos en astilleros finlandeses.
Germond, de la Universidad de Lancaster, señala que resulta “imposible proteger al 100% los cables y ductos del Báltico”. En un intercambio de correos electrónicos, el experto en asuntos navales subraya que ningún país debería depender por completo de una de estas conexiones, y que sería conveniente construir más gasoductos y cables de electricidad y transmisión de datos que garanticen el suministro en caso de que se produzcan nuevos sabotajes.
El pasado viernes, tras el abordaje del Eagle S por parte de las autoridades finlandesas, Mark Rutte, el secretario general de la OTAN, anunció que está dispuesto a aumentar la presencia de la Alianza Atlántica en el Báltico. En octubre, el bloque militar inauguró un nuevo cuartel general en la ciudad alemana de Rostock para “coordinar las actividades navales en la región” y proporcionar “una imagen clara de la situación en el mar Báltico durante las 24 horas del día”, según el ejército alemán.