La crítica dice del británico Ryan Gander (Chester, 48 años) que es un artista conceptual, aunque él prefiere decir que es un férreo soñador despierto. Su fuerte es la capacidad de imaginar. Desde ahí, dice, oye Gruñidos, silbidos, gemidos, ladridos y gritos. Así titula su exposición en el Museo Helga de Alvear, una de las primeras antológicas de su trabajo en Europa, orquestada por Sandra Guimarâes. La imaginación, insiste, es lo que nos separa de los animales, aunque él los tiene muy presentes. En la muestra hay un mosquito intentando sobrevivir, un gorila aprendiendo a contar y una urraca recitando números hacia atrás, aunque el que mejor define al artista es un pequeño ratón que asoma por uno de los muros al final del recorrido.
El ratón se mueve y habla con voz de niña. Es la hija del artista leyendo un discurso filosófico basado en la escena final de El gran dictador (1940) de Charles Chaplin, reescrito en clave post-simulacro. Nos quedamos con la misma cara del ratón animatrónico, queriendo salir pitando, aunque observando con expresión contenida, como queriendo decir algo, pero sin encontrar las palabras exactas. Perfecto alter ego de cualquiera que quiera ganarse la vida con la creación. Si a eso le añadimos el humor de obras como Incluso yo he perdido el interés en mí mismo (2024), una serie de monografías para personajes de ficción, donde cualquier atisbo del yoísmo arty queda desactivado… ¡Touché, sir Gander!
La exposición funciona como un gran portfolio de su producción de los últimos 30 años, donde el artista ha pasado de la escultura al cine, de la escritura al diseño gráfico, y de la instalación a la performance. En ese baile, entrelaza historias y conexiones entre sus obras sumando capas y capas de significado. De manera literal lo vemos en Una multitud de ambiciones fantasmales (sin poder en el mercado, sin voz en el sistema), de 2024: una colección de carteles para exposiciones ficticias que nunca tuvieron lugar, pero que en la cabeza del artista tendrían que haber ocurrido. Incluye la suya aquí, claro, pero como si fuera Duchamp. Los carteles funcionan como mapas para enviarte a otro lugar, aunque hay una máquina que lo hace literalmente en la muestra. Es una obra de 2020. Aprietas un botón y te da un comprobante con las coordenadas de latitud y longitud de algún punto del planeta escogido por un algoritmo. Gander me manda a una Rusia en guerra. Qué buenísima idea.
En cada viaje mental y en cada proyecto, el artista invita a explorar los dos mayores activos que cualquier humano tiene en sus manos: el tiempo y la atención. Sus obras son solo una herramienta para pensar en que lo importante es saber qué hacemos con ese tiempo y a qué le prestamos atención. Cuando todo el mundo parece tener algo que decir, él se para un momento y nos invita a escuchar. En la Documenta 13 de Kassel lo hizo del sonido del aire que se podía percibir si estabas un rato por la sala que le brindó el Museo Fridericianum, que dejó vacía y solo abierta al fresco de ese viento silencioso. Una brisa que apenas se notaba pero que no podías dejar de sentir una vez te dabas cuenta de ella.
También aquí hay cosas que o no se ven o no pueden dejar de verse, estrategias del artista para hablar del vacío y la ausencia. En Cáceres: imposible ver los papelitos que esconden las galletas de la fortuna dentro de las pinturas Por medios físicos o cognitivos (Teoría de la ventana rota, 2020), o saber a qué responden las formas de caucho negro pegadas de manera aleatoria por el suelo de la exposición, aunque luego sepamos que representan los contornos de tarjetas de crédito o documentos de identidad españoles. Por el contrario: imposible no ver las bolas de billar por el suelo de ¡Hay una obra ahí! (2024), el gran balón hinchable negro en la entrada del museo con la misiva ¿Los fantasmas tienen dientes? (2024), o el número de El segundo teléfono del artista (2015) impreso gigante en la fachada del museo al estilo de los carteles en Ciudad de México. Si quieren encontrarle marquen el 649 76 21 79. Seguro que estará encantado de saludar.
La trayectoria de Ryan Gander ofrece un camino del que cualquiera podría maravillarse: gira alocadamente, pero sin perder el control, se basa en ideas meditadas pero rápidas y su posición es tan valiente como discreta. El pulso es mental. Gander no rehúye la contradicción: le encanta hacer arte, pero no tanto ser artista, ni tampoco desacredita las caídas. Para él, los errores son “los indicadores de tu tiempo”, como dice un dibujo descartado y rescatado del suelo de su estudio en 2020. En la sala tenemos que tener cuidado para no pisarlo, igual que el Magnum almendrado de bronce que aparece en el suelo como caído de manera accidental.
La exposición no es fácil, no lo niego. Sin coordenadas del artista y sin cartelas visibles que expliquen un poco las obras, Gander lo apuesta todo a que el espectador proyecte sus ideas en ellas. Tal vez le pida mucho, aunque la facultad de imaginar mundos posibles, dadas las actuales condiciones globales, deberíamos tenerla muy por la mano. Como recompensa al esfuerzo está Find (2023): tres monedas diferentes que cualquiera puede llevarse a casa como amuleto y obra del artista. Eso sí, están perdidas por la ciudad y se necesita el azar y la suerte para encontrarlas. El valor que tienen es el tiempo que le dediques a ese paseo y la atención que pongas en lo que ves.
Menos da una piedra, dirán. De esas también hay, en una máquina expendedora en la exposición. ¿El precio? Más que las obras del artista en una feria y menos que un billete a Extremadura, aunque él lo llame Economías equivalentes (2018).
Ryan Gander. Gruñidos, silbidos, gemidos, ladridos y gritos. Museo Helga de Alvear. Cáceres. Hasta el 20 de abril de 2025.