Un hombre y una mujer no dejan de abrazarse, acariciarse la cara y mirarse emocionados en mitad de una plaza de Massanassa. Son ajenos al estrépito generado por la visita de dos políticos, por los gritos aislados de una vecina que pregunta dónde estaban antes o por las máquinas que extraen lodos de los sótanos. Él, apoyado sobre dos muleta, inclina el torso hacia el suelo. Le cuesta moverse, pero se muestra contento y conmovido, bajo el sol radiante del mediodía. Ella le toca el brazo, el hombro, le arregla la mascarilla. Son hermanos y este miércoles se han vuelto a abrazar en la calle. Hacía casi un mes que no lo hacían, aunque viven en la misma población valenciana, una de las afectadas por la dana que ha causado en la provincia 222 muertos.
Rogelio Heredia Pérez, de 57 años, vive con su familia en un tercer piso y no bajaba de su casa desde que se inundaron las calles el 29 de octubre y el ascensor dejó de funcionar. “Ha bajado porque mi cuñado me ha dicho: ‘Hoy bajamos como sea, para que te dé un poco el sol y porque ya no hay apenas barro’. Y solo con su ayuda he pisado la calle. Tengo muchos problemas de movilidad y para mí está fatal subir y bajar sin ascensor, pero me estaba volviendo loco en casa. Por fin he podido abrazar a mi hermana, que lo ha perdido todo”, explica este corpulento albañil encofrador, que tuvo que dejar de trabajar hace unos años tras una accidente y una desastrosa intervención. El acceso a su edificio, además, estuvo bloqueado durante varios días por un mecano de coches empotrados.
Su hermana Rosa María, de 63 años, lleva semanas sacando “mierda” de su casa y de la floristería de su marido, al que tiene que cuidar por su delicado estado de salud. “Hemos perdido la casa y el negocio, estamos desamparados. Y gracias a que una buena persona, Manoli, nos ha dejado un piso. Y a la ayuda del ejército y de los voluntarios. Ahora, a montar toda tu vida otra vez y con la edad que tenemos”, se lamenta la mujer, llorosa, crítica y reivindicativa.
El agua y el fango han anegado numerosas cajas de los ascensores de miles de edificios de la provincia de Valencia o han dañado a su funcionamiento. Estas averías y la dificultad de caminar por las calles resbaladizas, inestables, a causa del barro, han obligado a confinarse en sus casas a numerosos vecinos con problemas de movilidad.
Se estima que hay entre 10.000 y 18.000 ascensores con diferente grado de afectación en el área arrasada por la dana, en una provincia con un total de 71.000 elevadores, sostiene Emilio Carbonell, presidente de Ascencoval (Asociación de Empresas de Ascensores de la Comunidad Valenciana). “Hay algunos con la maquinaria debajo completamente anegada, que se puede tardar unos meses en arreglar, y otros, con el foso solo mojado, que cambiando los elementos de seguridad en una actuación rápida, en una mañana ya pueden funcionar”, explica.
Torres, mecánico de una firma valenciana de ascensores, tiene medio cuerpo metido en el foso de un edificio de cinco plantas de Massanassa, arreglando el elevador. Cree que lo podrá poner en marcha durante ese mismo día, cambiando las poleas de seguridad y la parte eléctrica afectada por el agua y el lodo, ya eliminados y una vez secado el habitáculo. No para. Ya ha dado el visto bueno a unos 25 ascensores desde el 2 de noviembre. Dice que dan prioridad, si es posible, a aquellos edificios con personas que se desplacen en sillas de ruedas.
Amparo, octogenaria, no pudo esperar a que volviera a funcionar el ascensor de su casa en Aldaia y con la ayuda de voluntarios de la Cruz Roja bajó a la calle por las escaleras con una silla mecanizada, tras casi un mes encerrada. Vive en un tercero y se le notaba las ganas de socializar. En la calle, le esperaba su hijo. “Ahora voy a ir a una panadería en la que tengo amigas y me voy a tomar un cortadito con Baileys”, manifestó el pasado martes.
La Cruz Roja ya había iniciado en Valencia una campaña para ayudar a las personas con problemas de movilidad, un programa que ahora lo están ampliando en las zonas inundadas. Resulta emocionante también el reencuentro de Feli y Romi con sus amigas para merendar en una plaza con sus amigas, como hacían antes de la dana. “Estamos haciendo acopio de más sillas oruga para llegar a más frente. El sistema es muy sencillo. Es muy importante que la gente se socialice, salga a a la calle, vea a sus amigos, vuelva un poco de normalidad a sus vidas. La salud mental es fundamental”, indica Ana Gómez, de Cruz Roja.
Maria del Carmen Candel, de 77 años, apenas puede moverse después de “45 operaciones en las piernas” y con “todos los tornillos” que tiene en el cuerpo. Antes, bajaba a tomar un café y poco más, ahora, tras “tocar el agua” desde su balcón de un primero, y sufrir la tercera inundación de su vida (1957, 1982 y 2024) ya no le apetece ni eso. Por eso agradece especialmente la ayuda desinteresada de su vecina Soledad Gómez, de 26 años, que le lleva galletas, leche, zumo, comida caliente de la gran cocina y almacén donde su madre oficia de jefa para todos los que lo necesiten en Massanassa. “Siempre llega puntual, además”, apunta la anciana.
Ilene Giménez, directora de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de esta localidad, explica la forma de proceder: “Desde el primer momento que pudimos, hicimos una batida por el pueblo para detectar las necesidades de la población más damnificada, con problema de movilidad, con ascensores que no funcionan, con plantas bajas destrozadas. A la personas que lo han perdido todo y no cuentan con recursos se ha intentado gestionar el traslado a una residencia”.
“Si los mayores tienen red de apoyo, contactos familiares, se los ha llevado con ellos. También se han ampliado las ayudas a domicilio, la atención en casa si no pueden salir: se les visita, se habla con ellos, se les asea, se les cubre las necesidades. Trabajamos en coordinación con el centro de salud”, añade. Giménez apunta que también han evitado las prisas para que las personas con problemas de movilidad vuelvan una calles aún embarradas, resbaladizas, con el pavimento en mal estado. “Ahora, poco a poco, las calles mejoran”, agrega.