“Creo que podemos ser la banda más grande de todos los tiempos, porque tenemos las mejores canciones y todavía no hemos empezado a mostrar todo nuestro potencial”, declaraba Ian Brown, vocalista de The Stone Roses, a la revista New Musical Express, en diciembre de 1989. “El pasado fue vuestro/pero el futuro es mío/Estáis todos fuera de tiempo”, cantaba simbólicamente en She Bangs The Drums, uno de los sencillos más celebrados de su álbum homónimo de debut. The Stone Roses despedía la década de los ochenta y entraba en los noventa jaleada como la gran esperanza del pop británico. Justo cinco años después, el 5 de diciembre de 1994, llegó su esperado segundo álbum. Se tituló Second Coming, comparándolo, con la habitual inmodestia del grupo, con la segunda venida de Jesucristo. Sin embargo, fue recibido con mezcla de tibieza y decepción. No fue un batacazo comercial (vendió un millón de discos), pero su apuesta por largas composiciones-ladrillo de rock de guitarras onanistas al estilo de los años setenta sí apagó de un soplo todas las expectativas que se habían creado en torno a la banda.
“Es uno de los discos más insufribles que he escuchado de un grupo con un gran debut. No se entiende la verbalización, total y absoluta, de su desapego con las musas de la inspiración. A mi entender, fue una defunción discográfica”, afirma el crítico musical Marcos Gendre, autor del libro Mánchester. El sonido de la ciudad (Ed. Milenio, 2018). Para Jorge Albi, coautor, junto a María A. Román, del libro The Stone Roses (Ed. La Máscara, 1995), es un álbum que “no está a la altura. Si no hubiera tardado tanto tiempo y hubiesen hecho más canciones gloriosas como las de la primera época habrían podido llegar a algo más, pero lo que hicieron en este disco era un poco coñazo”. Año y medio después, la banda se disolvía.
El futuro podría haber sido suyo, pero cuando Second Coming vio la luz, su tiempo ya había pasado. El denominado sonido madchester que ellos habían inaugurado ya no interesaba a nadie. Lo que ellos habían podido llegar a ser al final lo fueron sus mayores fans, los hermanos Gallagher de Oasis, que cuatro meses antes de la salida de Second Coming, les adelantaron por la derecha con Definitely Maybe y un plan de dominación mundial igualmente ambicioso. Tanto Liam como Noel siempre han dicho que ellos no habrían estado ahí de no ser por The Stone Roses.
“Cuando escuché su canción Sally Cinnamon por primera vez supe cuál era mi destino”, declaró en su momento el guitarrista, mientras que el vocalista recuerda que fue ese el primer grupo al que vio en directo y que le dio ganas de subirse a un escenario. Más sorprendentemente, en el documental Made Of Stone, dirigido en 2012 por Shane Meadows (This Is England), el vocalista de Oasis declaraba ante la cámara que “los Roses”, como se les conocía popularmente en el Reino Unido, era el mejor grupo de Mánchester. Al final, se puede decir que, involuntariamente, los Stone Roses pusieron la primera piedra de la que floreció el britpop, pero la revolución que ellos prometían ser se quedó un colosal fiasco. ¿Qué sucedió?
Mánchester, años ochenta
El youtuber Víctor Amorín, en su canal Music Radar Clan, apuntaba a un factor del que no se ha hablado mucho. The Stone Roses nacieron en Mánchester a comienzos de los años ochenta al mismo tiempo que New Order y The Smiths. De hecho, Peter Hook (de New Order) les produjo uno de sus primeros singles, Elephant Stone, y algunos de sus componentes compartieron grupos primerizos con miembros de los Smiths. Sin embargo, en 1989, cuando el primer álbum de los Stone Roses vio la luz, los Smiths ya habían desarrollado toda su carrera y Morrissey había publicado su primer disco en solitario. La tesis de Amorín es que Ian Brown (voz), John Squire (guitarra), Gary “Mani” Mounfield (bajo) y Alan “Reni” Wren (batería) tenían mucha ambición, pero nunca estuvieron dispuestos a asumir la responsabilidad de ser ambiciosos. Dicho de otra manera, tenían actitud, pero carecían de la capacidad de trabajo que otros de sus compañeros de generación sí poseían. Supieron despertar la curiosidad de los medios británicos, pero no cumplieron las expectativas.
¿Por qué, a finales de los años ochenta, la crítica especializada británica puso tanta esperanza en ellos? “Todo se sobredimensionó, porque era un momento en que los medios buscaban a alguien que ocupara el trono que los Smiths habían dejado vacante”, apunta el crítico musical Carlos Pérez de Ziriza. “Ellos tuvieron el mérito de fundir como ningún otro grupo la herencia pop sixtie británica y su tradición melódica más exquisita con los nuevos ritmos que emanaban de Mánchester, favorecidos por el auge de la cultura rave, del acid house y de aquella nueva lisergia que había impulsado el segundo verano del amor, el de 1988″.
Para Marcos Gendre, “eran esperanzadores, pero, más allá de los himnos que se sacaron de la manga, realmente la única canción que pudo determinar caminos renovados fue Fool’s Gold, el single que publicaron inmediatamente después del primer álbum”. Según el periodista, “la edad dorada de los Stone Roses supuso el comienzo de las tendencias retro de los años noventa”. Les benefició que, “dentro de una escena indie tan anticarismática como la de entonces, ellos recuperaran el descaro del punk en su forma de actuar, y unos significantes musicales estéticos que remitían a The Byrds, Jimi Hendrix y la psicodelia. Aunque en su nueva versión, en vez de flores, había grafitis y, en vez de LSD, MDMA”.
Su impacto social en las Islas fue breve pero intenso y profundo, asociado al movimiento rave. Fueron, junto con Happy Mondays, los primeros en fundir el pop de guitarras con la nueva cultura de baile. Su estética marcó tendencia, con sus portadas, su guitarra y su bajo pintados por John Squire en un estilo similar al de Jackson Pollock, Reni luciendo esos sombreros de pescador que fueron imitados hasta la saciedad por sus seguidores, las camisetas holgadas y los pantalones estilo baggy que también definieron una época. Todo ello tuvo su momento social más álgido en el verano de 1990 con su concierto triunfal en Spike Island, definido como “el Woodstock de la generación baggy”, aunque muchos lo recuerdan como un fiasco, más parecido a Altamont pero sin fallecidos. Un desastre organizativo con un sonido pésimo, pero en cuyo escenario se veía a Ian Brown alzando en sus manos un enorme globo terráqueo, en plan “el mundo es nuestro”.
A ello hay que sumar el macarrismo que esgrimían. En una de sus más célebres actuaciones en la televisión británica, tocaron a un volumen tan alto que fundieron los plomos del plató. Más lejos llegaron cuando, enfadados con su primer sello, FM Revolver, por relanzar un videoclip del sencillo Elephant Stone sin su consentimiento, vandalizaron sus oficinas y los coches de sus empleados vertiendo cubos de pintura por encima. Los llevaron a los tribunales y solo se libraron de la cárcel porque, en opinión del juez, eso iba a servir para darles más notoriedad, así que les puso una cuantiosa multa, y a casa. A este respecto, Jorge Albi se muestra muy crítico con “el imaginario de todos estos artistas de que cuanto más malos sean mejor, el rollo de ‘molamos mucho, y vamos a tardar todo este tiempo en crear nuestra gran obra maestra’, que al final lo único que esconde es prepotencia o arrogancia”.
Los años de sequía que quemaron al grupo
En realidad, fue un sinfín de circunstancias lo que llevó a los cinco años de silencio entre el primer y el segundo disco. Hay quien dice que su mánager de entonces, Gareth Evans, gestionó muy mal la carrera del grupo, que volvió a enrocarse en los tribunales entrando en un litigio con la discográfica independiente Silvertone para que les diese la carta de libertad, y así poder entrar en la multinacional Geffen. Mientras eso provocaba cada vez más retrasos en la grabación del nuevo álbum, los miembros del grupo se quedaron sin saber muy bien qué hacer, dejaron de tocar en directo, entraron en un bloqueo creativo y empezaron a priorizar otras opciones vitales.
Algunos de ellos tuvieron hijos, y otros, según la leyenda urbana, iban por los bares diciendo que ahora The Stone Roses iba a ser la banda que pasaría a la historia por grabar aquel disco mítico y no volver a hacer nada más. El caso es que a la grabación de Second Coming ya llegaron tocados. “Había cosas que estaban fuera de nuestro control, como todo lo del juicio, y ya nunca volvió a ser lo mismo. Una vez que pierdes ese momento, es difícil regenerarlo”, declaraba Mani en el documental de Shane Meadows. “Hacer el segundo álbum terminó con la banda de alguna manera. Ya nada volvió a ser igual. Tras la salida de Silvertone, se acabaron los directos y todo apuntaba a que nos estaban manejando. Intentamos deshacernos del mánager, y cuando llegó el momento de grabar estábamos medio perdidos”, apuntaba Squire. Ian Brown resumía: “Empezamos a dejar de disfrutarlo muy rápido, especialmente cuando todo empezó a volverse más hacia el negocio y menos hacia la música”.
La entrada como nuevo mánager de Doug Goldstein, representante de Guns N’ Roses, precipitó la marcha de Reni poco antes de comenzar la gira de presentación, y la falta de entusiasmo creativo por parte de Squire (“no veía ningún futuro ahí”), desencadenó también su abandono en 1995. Para los directos, fueron sustituidos por dos músicos que habían tocado en Simply Red, lo cual puede ser tomado con bastante evidencia como una traición a sus admiradores más indies. Con esa extraña formación aterrizaron en agosto de 1996 en el Festival de Benicássim, concierto del que fue testigo este cronista y que sigue recordando como un disparate clamoroso, con versiones adulteradas de los temas, una go-gó en el escenario y un Ian Brown espantoso de voz. Al final de ese mes, cuando aparecieron en el Festival de Reading, la cosa no fue mejor. El crítico Johnny Cigarettes, del New Musical Express, escribió que su interpretación de I’m The Resurrection fue tan insufrible que, en realidad, parecía la crucifixión eterna. Aquel fue su último concierto.
Las resurrecciones que también terminaron mal
Tras la disolución, Ian Brown inició una carrera en solitario que tuvo una moderada aceptación en Reino Unido, aunque no para tirar cohetes; Reni prácticamente se retiró de la música, John Squire fundó un grupo sin éxito llamado The Seahorses, cuyo nombre, dicen algunas malas lenguas, era un anagrama de “He hates Roses” (”Odia a los Roses”), y Mani fue el que tuvo una carrera mejor enfocada, enrolándose en Primal Scream en su momento de gloria. Pero, contra pronóstico, la formación que grabó los dos álbumes se volvió a hermanar y en 2012 anunció una gira de reunión cuyos dos primeros conciertos oficiales fueron en la sala Razzmatazz de Barcelona.
En su regreso a Benicássim, con Noel Gallagher festejando cada canción en un lateral del escenario, dejaron mejor sabor de boca que la primera vez, aunque con división de opiniones. “A mí no me pareció tan especial. Fue un concierto más aplicado, obviamente, que el de 1996, con mejor sonido y una actitud seguramente más profesional, pero demasiado ceñido a lo previsible, como el clásico bolo de jugar a no cagarla, cubrir el expediente y a otra cosa, sin grandes alardes”, recuerda Carlos Pérez de Ziriza. Luego hubo otra gira de reunión, en 2016 y 2017, y la banda incluso grabó dos nuevos sencillos, All For One y Beautiful Thing, “completamente insustanciales”, según Marcos Gendre, mientras que Pérez de Ziriza confiesa que ni siquiera los recuerda.
Había el proyecto de un tercer álbum, que se vio truncado. En su último concierto, en Glasgow, Ian Brown lanzó al público estas palabras finales: “No estéis tristes porque se termine. Estad felices porque haya sucedido”. No llegó a haber comunicado de disolución y nunca ha trascendido lo que sucedió entre ellos porque, al parecer, hay un pacto entre los cuatro componentes de no hablar de lo acontecido. El caso es que la resurrección fue breve y puramente nostálgica, una celebración de su efímero momento de gloria en el pasado del pop.