José Luis Peñas no desayuna nunca. Este martes, sí. A las 11 de la mañana se ha reunido con su abogado para tomar un café con porras al norte de Madrid. Hace unas horas recibió una llamada de su letrado. Llevaba esperándola más de cinco años:
—¡Niño, niño!, ¡joder! Que ya está aquí. ¡Lo hemos conseguido!
El Gobierno de Pedro Sánchez le ha concedido un indulto parcial que le permitirá seguir trabajando como conserje en un edificio de servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid, una plaza que logró en 1994. Ahí, cuenta ahora a sus 60 años, se encarga de que funcione la calefacción, de que se abran las puertas, de atender al ciudadano. Hijo de una familia de carniceros, madrileño de Lavapiés, Peñas formó parte de una de las mayores tramas de corrupción de la historia de España: la Gürtel, que operaba en la capital de España y la Comunidad Valenciana con los gobiernos del PP. O dicho de otra manera: la caída en 2018 del Gobierno de Mariano Rajoy comenzó en una habitación de hotel donde él estaba casi 14 años antes.
“La labor de José Luis Peñas fue fundamental para poder investigar una trama de corrupción tan compleja”, ha dicho este martes el ministro de Justicia, Félix Bolaños. “El mensaje que enviamos con este indulto es muy claro: quien colabora con la justicia tiene el apoyo del Gobierno”.
Peñas fue, con 35 años, un todopoderoso concejal de Urbanismo en Majadahonda (Madrid). Allí conoció a Francisco Correa, el empresario engominado y con barba blanquecina —el líder de la trama— a quien sigue llamando todavía “el señor Correa”. “El señor Correa me ayudó a montar un partido político”. “El señor Correa me dejaba al cargo de sus hijas”. El señor Correa fue grabado secretamente por Peñas durante dos años, con un MP3 que este tenía guardado en un cajón por casa.
La primera vez fue el 7 de noviembre de 2007. “Yo no soy del CNI. Hacía ensayo y error”, recuerda. De hecho, cuenta ahora, la primera vez ni se grabó. Dice que la segunda estaban los dos en la suite de un hotel. “El señor Correa se fue de casa y vivía allí […] El señor Correa siempre hablaba con el manos libres”. Ahí, sigiloso, encendió el MP3, le dio al botón rojo y escuchó a Correa hablar tranquilamente de unas adjudicaciones de unas parcelas. “Benjamín le decía que, si no le daban 300 millones, el tema de la parcela no salía”. Benjamín es Benjamín Martín, concejal por entonces de Arganda del Rey, que después fue diputado del PP de Madrid.
—¿Conserva esa grabadora?
—Está en los tribunales. Igual la quieren para un museo de la corrupción.
A Correa, a quien veía todas las semanas, le grabó durante dos años. Casi 18 horas de testimonios en restaurantes, coches, reuniones, incluso jugando al tenis. A la noche, al llegar a casa, descargaba las conversaciones en su ordenador. Solo una persona conocía lo que estaba haciendo desde el primer día, y guardó silencio: “Mi mujer, que lo sabe todo”.
De todas las grabaciones, dice, hay una muy especial, donde se habla de una presunta entrega de cientos de millones de euros. “El señor Correa da golpes en la mesa y habla de prostitutas. Hay grabaciones que son historias de este país. Una cosa es hablar de la corrupción y otra es oírla”. Cree que su denuncia ayudó a que la sociedad española tomara conciencia de cómo funcionan de cerca los sobornos. “El delito de corrupción ya no se pasa. La corrupción es muy machista. Es misógina. Hay prostitutas, deportes de elite, yates, coches de alta gama”.
Él mismo cobró de la trama más de 260.000 euros, según los informes policiales. Fue condenado a casi cinco años de cárcel por beneficiarse de la trama. La sentencia recoge, no obstante, su importante papel como arrepentido. No entró en prisión porque su pena fue suspendida por la Audiencia Nacional. “Está mal visto ser corrupto, pero también está mal visto denunciar la corrupción en algunos cenáculos del poder. Fui el único encausado que respondí a todo. Me comporté como un testigo, más que como un acusado. Siento que no pude hacer entender a la sala que yo estuve cerca de Gürtel pero nunca fui Gürtel”.
Dice que tras poner la denuncia en comisaria en 6 de noviembre de 2007 —entregando el CD con las grabaciones que permitió iniciar las pesquisas, abrir ocho líneas de investigación y condenar finalmente a 69 personas— dos hombres trajeados se presentaron como abogados en su casa. Si cambiaba de versión o decía que las conversaciones estaban intervenidas por la policía, tendría una recompensa: “Me hablaban de cinco millones de euros si algunas personas no entraban en prisión y de diez si el juicio se anulaba”.
—Ahora está la trama Koldo. ¿La corrupción siempre es igual?
—(Ríe). Sí, los grandes empresarios y el poder se ayudan del barro. De la gente que sirve para meterse en el barro.
En el ámbito personal, dice, le afectó estar continuamente en los medios. Una vez entró a un centro comercial de Majadahonda con su hijo de un año en brazos y, sin mediar palabra, una señora le escupió. “Hay mucha gente que es más papista que el papa. No podían soportar que uno de su partido les infligiera esa puñalada”. Otros episodios fueron mucho más graves: otro día, cuenta, intentaron matar a su mujer en un accidente de coche. “Y esa noche me amenazaron por teléfono diciéndome que la próxima vez ella y mi hija iban a caer de un sitio más alto”.
Insiste en que las personas que denuncian la corrupción no están suficientemente protegidas. Nunca más volvió a hablar con las personas a las que grabó. En la noche del pasado lunes, cuando lo llamó su abogado para contarle que el Gobierno iba a conceder el indulto, su esposa estaba cuidando de sus padres en una casa en el centro de Madrid. Hablaron por teléfono, pero este martes todavía no se habían visto. Los dos celebrarán el indulto en casa, junto a sus dos hijos. “Sin mucha efusividad. Lo que he hecho lo volvería a hacer mil veces”.
—¿Sigue teniendo grabadoras?
—Ya no las necesito. Voy en mejores compañías.