En Valencia, en octubre de 2021, los compromisarios del 40 º Congreso socialista sabían que estaban haciendo historia. Eran conscientes de que tendrían que pasar muchos años hasta volver a vivir un congreso tan dulce como aquel, justo después de haber superado la pandemia. Gozaban de un amplísimo poder institucional, los presidentes autonómicos se veían reforzados tras la gestión de la crisis sanitaria y, entre pólvora, acrobacias y los conciertos, el partido se conjuró para enterrar eso del “sanchismo”. “Ahora todos los socialistas somos sanchistas”, repetían en Ferraz. Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero se sumaron a esa fiesta de socialistas que se reconocían y se celebraban.
Ahora la cita es en Sevilla y, desde entonces, han pasado tres años y un mundo. La organización ha desmontado todos los planes lúdicos previstos para su 41.º Congreso por respeto a las víctimas de la dana pero, en realidad, todo es distinto. Este congreso será de unidad, como el de 2021, de trámite en lo que respecta a la definición del liderazgo de Pedro Sánchez; pero la debilidad territorial tras las elecciones de mayo de 2023 ha servido de caldo de cultivo para la desconfianza de algunas federaciones tras el acuerdo del PSC y ERC para hacer president a Salvador Illa.
Las primeras críticas, más allá de Page y Lambán
El PSOE gobierna Castilla-La Mancha, Asturias, Navarra y, desde agosto, Cataluña: la gran apuesta política de Sánchez. El desalojo de los independentistas de la Generalitat ha sido todo un hito para el presidente pero provocó en verano una situación inédita desde que se hizo con el control absoluto del PSOE tras derrotar a Susana Díaz: por primera vez, sonaron voces críticas más allá de los clásicos habituales Emiliano García-Page y Javier Lambán. Ese fuego se ha ido apagando (el president Illa se esmera en que nada lo reavive) pero muchos cuarteles del PSOE siguen mirando de reojo a Cataluña. Es más, hay dirigentes que, mostrando perfil propio, creen que tienen ganado terreno para la batalla orgánica que se presentará en sus federaciones tras el congreso de Sevilla. En definitiva, en Extremadura o Castilla y León creen que les da ventaja ante la militancia tener una voz que se diferencie de la de Sánchez en asuntos territoriales.
El ruido interno llegó con la financiación singular para Cataluña, un año después de que el PSOE aceptara la amnistía a los encausados del procés para facilitar la tercera investidura de Sánchez. Ahí se impuso en los cuadros del PSOE la lógica de la supervivencia: fuera del Gobierno y después de haberlo perdido casi todo, lo único que les quedaba era una travesía en el desierto. Realmente, cuando la Moncloa empezó a dar alas a la idea de la amnistía, muchos en el PSOE seguían frotándose los ojos por la hazaña del 23-J, cuando Sánchez torció el destino que las encuestas habían escrito para los socialistas.
Porque en el haber del secretario general en este tercer mandato está, sobre todo, eso: la campaña del 23-J, su campaña. En el día a día en las Cortes se ha dado de bruces con una aritmética diabólica, pero ese domingo electoral sumó casi un millón de votos más a pesar de la durísima campaña por sus acuerdos con los independentistas y Bildu. Las urnas le dieron el visto bueno a todo eso y más autoridad si cabe dentro su partido. Así lo entendieron los suyos. “¿Quién le va a toser?”, se decían en esas fechas. Con el vértigo de pensar que se iban a la oposición, en las semanas previas a las generales, hubo varios manifiestos contra el antisanchismo en defensa de la figura del presidente. “No es Sánchez, somos nosotros”, se titulaba el documento de veteranos militantes del PSOE de Andalucía en apoyo al secretario general que en el pasado había roto los esquemas de esa federación.
El vértigo de la sucesión, también por primera vez
Fue tan intensa la campaña del 23-J y fue tal el caudal de confianza que todo el PSOE depositó en Sánchez (excepción hecha de Felipe González) que los cinco días de abril en los que amagó con dimitir cayeron como un jarro de agua fría. La reacción del presidente por la imputación de Begoña Gómez sembró el desconcierto. “Algo se nos rompió”, admiten hoy en privado algunos militantes con cargo público. Son muchos los que siguen recordando azorados, con estupor, la reunión del Comité Federal en la que la cúpula del partido imploraba a Sánchez que no se fuera. Casi todos estuvieron en vilo hasta el final y, también por primera vez, Sánchez puso al partido ante el precipicio de su sucesión. Fue él quien, paradójicamente, les llevó a reconsiderar la fusión entre las siglas y sanchismo. “Yo soy del PSOE, que es mucho más que las personas”, se ha oído decir después, pasada la zozobra de la dimisión.
Por todo eso, Sánchez no es el mismo de 2021. Tampoco su equipo. La Ejecutiva que salió de aquel congreso se ha remodelado en varias ocasiones. La primera vez, menos de un año después: el tándem Adriana Lastra-Santos Cerdán no funcionó, como habían previsto muchos. A la vicesecretaria general asturiana la sustituyó María Jesús Montero, vicepresidenta el Gobierno, sin un sólido anclaje orgánico, andaluza que no ejerce el papel que en el pasado tuvieron los andaluces de Ferraz, como pesos pesados de la federación más potente. Ese modelo ya no existe. Montero es una apuesta de Sánchez que se debe a Sánchez en un PSOE en el que los liderazgos del Gobierno se han traspasado al partido. Lo hizo Diana Morant y hay otros ministros dispuestos a lanzarse a la carrera orgánica. “Busca fieles que controlen las estructuras del partido”, sostiene un dirigente. En estos movimientos, ser sanchista de primer cuño no tiene ya ninguna relevancia.
Y el primer caso de corrupción del PSOE de Sánchez
Si de puertas adentro el PSOE es distinto al de 2021, la atmósfera que le rodea no tiene nada que ver. De puertas a fuera, el mundo es otro. Sánchez pudo creer entonces que lo más difícil había pasado con la pandemia, pero ahora llega a Sevilla en medio de una tormenta judicial, con Juan Lobato recién dimitido a cuenta del fraude de la pareja de Isabel Díaz Ayuso y, por encima de todo, un caso de corrupción declarado durante su mandato: el Tribunal Supremo investiga a quien fuera su secretario de Organización, José Luis Ábalos, quizá uno de los dirigentes de la era Sánchez con más predicamento entre las bases. Muchos no entendieron la suspensión de militancia del exministro cuando todavía no había indicios concluyentes contra él tras la detención de su asesor, Koldo García. En 2021, Ábalos ya asistió como invitado al cónclave de Valencia. Sánchez lo había sacado del Gobierno y de Ferraz tres meses antes. Entonces, muchos militantes se preguntaban por la caída en desgracia del otrora escudero del presidente. Este fin de semana, socialistas de toda España se reencuentran en medio del trauma que ha supuesto que, por primera vez, se investigue un caso de corrupción que afectó al Gobierno de Sánchez. En la fiesta del 40.º Congreso de Valencia, nada de eso ni del actual asedio judicial se vislumbraba en el horizonte.