Viaje por primera vez a Marruecos cuando tenía 22 años, y quedé fascinado por ese mundo misterioso que se abría tan cerca de mi casa. El reino alauita fue para mi generación una especie de campo de aprendizaje viajero. Un país tan cercano, al que considerábamos abismalmente diferente, y en el que, sin embargo, encontré muchas similitudes (de estilos constructivos a técnicas de regadío o recetas de cocina) con el sur de España del que yo procedía.
Desde entonces, he vuelto a Marruecos infinidad de veces, y estas son algunas de las razones que me han llevado a hacerlo.
1. La frontera más singular del mundo
En ninguna otra frontera del mundo, un salto de 14 kilómetros en el espacio —los que tiene el Estrecho de Gibraltar— te ofrece un viaje de mil años en el tiempo. Hay rincones del Marruecos rural, e incluso urbano, que son estampas medievales vivientes. Por eso es un destino que nunca deja indiferente. Este país es una puerta amable y cercana al exotismo.
2. Las medinas de Fez y Meknes
Aquí hay dos lugares que hay que ver una vez en la vida: las medinas de Fez y Meknes. No es difícil imaginarse en la Granada nazarita de 1492 cuando te pierdes por esos zocos medievales donde se vive y se comercia igual que hace siglos. Laberintos existenciales de telas y de babuchas, de pieles curtidas, de metales, de frutas frescas y piedras preciosas, de perfumes y quincallas donde los sonidos del exterior se amortiguan y el tiempo fluye de diferente manera.
3. Marraquech
La capital cultural y referencia del Atlas es otra de las excusas para viajar a Marruecos. La plaza Djemaa el Fna de Marraquech, “carrefour” de todos los paseos urbanos, es un teatrillo social donde se representa a diario el gran espectáculo de la antropología. Un espacio de perímetro irregular y lleno de actividad a todas horas, pero muy en especial al atardecer, cuando se dan cita todo tipo de oficios y personajes. Djemaa el Fna es la cuna de la picaresca, una burbuja que esponja el denso y laberíntico callejero de la medina medieval y uno de los lugares más impactantes para el viajero occidental.
4. La ruta de las Kasbahs
Este itinerario por el sur del Atlas es uno de los más bellos del norte de África. Es el Marruecos de postal que la mayoría tenemos en la retina. Algo más de 300 kilómetros, con inicio o final en Uarzazat, por un decorado lleno de ciudades-fortaleza de barro, palmerales, oasis y paisajes hechizantes.
5. Un destino aún económico
Hay muchos Marruecos, uno para cada bolsillo. Pero, en general, el país sigue siendo un destino económico y con buena relación calidad-precio. Hay hoteles de lujo con precio —y servicio— estratosférico, pero si quieres un viaje joven y barato tienes también mil posibilidades.
6. El desierto más cercano
Otro de los grandes atractivos de Marruecos es que puedes experimentar un trocito del Gran Sáhara sin adentrarte muy al sur ni tener que entrar en la siempre conflictiva Argelia. Erg Chebbi, el tesoro del sudeste de Marruecos, conocido también como las dunas de Merzouga, es el primer mar de dunas de arena que preludia ese gigantesco Sáhara que se expande luego por Argelia. Gigantescas montañas de arena en constante formación, que pueden medir hasta 150 metros en algunos puntos y que cambian de tonalidad a cada hora del día.
7. Las montañas del Atlas
Siempre que hablamos de Marruecos pensamos en palmeras, oasis y en kasbahs. Pero Marruecos es un país de contrastes en el que también hay montañas de más de 4.000 metros. La cordillera del Atlas, la cadena montañosa más alta del norte de África, es una barrera natural llena de lugares de interés para explorar. La ascensión al Toubkal (4.167 metros), la cima del norte de África, es toda una experiencia. Igual que la del M’Goun (4.071 metros), la cuarta cima de la cordillera, que es también otro destino clásico de las expediciones de trekking.
8. La cocina marroquí
Otro aliciente en cualquier viaje al país es su gastronomía. Aunque en un viaje turístico al uso los menús varían poco y te van a saturar con tanto tajín en su característico plato de barro cocido y esmaltado con tapa cónica o con el cuscús, la cocina marroquí es más variada que eso. Puedes experimentar desde la harira a la pastilla de pichón, pasando por mil maneras de cocinar las carnes. La repostería es también excelente.
9. Los hamam
Aunque siempre relacionamos el hamam o baño de vapor con Turquía (por algo se le llama baño turco), en Marruecos también es muy popular y en cada barrio hay uno, que en realidad era y sigue siendo el espacio de higiene público. En las ciudades más turísticas han proliferado los hamam con un toque más moderno, más relacionados con la estética y el bienestar corporal. Dejarse seducir por el placer de la cultura del agua y del cuidado del cuerpo arraigada desde siempre en la tradición marroquí es la mejor manera de acabar un agotador día explorando medinas, kasbahs y zocos medievales.