“Hola, soy Chevy Chase y usted no lo es” es la frase que popularizó el actor Chevy Chase (Nueva York, 81 años) en 1975, aunque en España se recuerda otra versión: “Hola, soy Emilio Aragón y usted no lo es”. Sólo fue una de las muchas ocurrencias que Aragón copió a Chase en su primer éxito Ni en vivo ni en directo. Así de desprejuiciado era el copia y pega antes de que las redes sociales dejasen en evidencia los plagios. Cuando escuchamos la versión castiza, Chase era ya uno de los actores favoritos de Estados Unidos, una “obsesión nacional”, según la prensa de entonces.
En 2018, sin embargo, The Telegraph escribió un perfil sobre él encabezado por una frase lapidaria: “Malvado, arrogante, delirante: ¿por qué América se enamoró de Chevy Chase?”. En el artículo afirmaban que si Bill Cosby (en pleno descubrimiento de sus abusos a decenas de mujeres) era entonces el cómico más odiado del país, Chase no tendría problema en estar entre los candidatos a subcampeón del odio. ¿Qué había pasado? Una sucesión de insultos racistas y actitudes homófobas, misóginas y violentas. Una constante a lo largo de una carrera cuyos inicios acaba de retratar Jason Reitman en Saturday Night, un biopic sobre Saturday Night Live, uno de los programas más legendarios de la televisión estadounidense (y que tuvo un efímero intento de versión española). Chase, miembro del reparto original, fue una de sus personalidades más conflictivas. También su primera estrella y el primero en irse para triunfar en Hollywood.
Saturday Night Live fue un programa “disruptivo”, en palabras de su creador Lorne Michaels, que llegó en el momento adecuado. La NBC, cuya estrella absoluta era Johnny Carson, una deidad del humor, un cómico elegante que hacía un humor para toda la familia, tenía un espacio libre los sábados por la noche y buscaban acercarse a un público juvenil que empezaba a mirar la televisión con suspicacia. Apostaron por Michaels y su joven equipo, aunque los observaban con el rabillo del ojo y no se equivocaron. Gracias al Saturday Night Live la contracultura se coló en la televisión estadounidense. En el primer programa aparecieron el irreverente George Carlin, toda una declaración de intenciones, y en su primer reparto figuraban John Belushi, Dan Aykroyd y Jane Curtin. Aquella noche también estuvieron en el escenario el inclasificable Andy Kauffman y Albert Brooks, pero quien dio el pistoletazo de salida fue Chevy Chase, él fue el que dijo ese “¡En vivo, desde Nueva York, es sábado por la noche!” que lleva repitiéndose casi 50 años.
Chevy Chase, un seudónimo que proviene del poema medieval The Ballad of Chevy Chase, se llama realmente Cornelius Crane Chase, un nombre que denota un origen poco plebeyo. Es descendiente de puritanos que llegaron a Estados Unidos en el Mayflower y tuvo acceso a la mejor educación, pero consiguió que le echaran de la universidad por subir una vaca a una habitación del cuarto piso. Sentía más pasión por el humor que por la medicina. Tras la universidad empezó a tocar la batería junto a Walter Becker y Donald Fagen, que acabaron fundando Steely Dan. Después él cambió las baquetas por las revistas satíricas como Mad y por la radio, donde formó parte de The National Lampoon Radio Hour junto a algunos de sus futuros compañeros en el SNL, un programa que parecía un experimento destinado a estrellarse y está a punto de cumplir cinco décadas en plena forma.
Chase se hizo popular parodiando la supuesta torpeza del presidente Gerald Ford y tuvo el honor de protagonizar uno de los sketches que siguen en el olimpo de los segmentos humorísticos del programa. Una supuesta entrevista de trabajo a Richard Pryor para un puesto de conserje que derivaba en insultos racistas y hoy sólo podría emitirse cubierta de pitidos.
A la NBC le daba tanto miedo Pryor que intentó que su actuación se emitiese con un retardo de diez segundos. Chase, que adoraba su inmenso talento, suplicó hacer un sketch con él a pesar de que sospechaba que Pryor lo odiaba (y lo odiaba). Ese año la revista Time lo coronó como “el hombre más divertido de Estados Unidos”. Tras la exitosísima primera temporada del programa, Chase anunció que se iba. Su novia, la actriz Jacqueline Carlin, estaba harta de Nueva York y quería mudarse a Los Ángeles. Y Hollywood, que ya había detectado su potencial, también estaba deseando esa mudanza.
Adiós, no vuelvas
“No todo el mundo odia a Chevy Chase. Solo las personas que han trabajado con él”, escribió Matt Solomon en Craked. Y tal vez por eso nadie en el SNL lloró su marcha. Generaba mal ambiente en un programa en el que todos competían contra todos y la cocaína campaba a sus anchas, una combinación terrible. Eran legendarias sus disputas con Belushi. Su compañera Jane Curtin estaba harta de sus desplantes. El ambiente del programa era, en general, de una misoginia rampante. Belushi, por ejemplo, boicoteaba los sketches escritos por mujeres. “Chevy era guapo, pero un poco malvado”, afirmó su compañera Laraine Newman. “Intentaba siempre herir tus sentimientos”. Eso hizo en uno de sus retornos al programa como presentador.
Bill Murray, el encargado de sustituirle tras su partida, fue su principal objetivo. Chase se burló de las cicatrices de su cara, las comparó con los cráteres lunares, y Murray le respondió haciendo comentarios despectivos sobre su matrimonio con Carlin. Cinco minutos antes de salir a plató acabaron a puñetazos. Murray acabó justificándole: “Cuando te haces famoso, pasas un par de años comportándote como un gilipollas. No puedes evitarlo. Le pasa a todo el mundo. Y luego tienes un par de años para volver a recomponerte, si no lo haces estás perdido para siempre”.
En sus visitas posteriores al programa insultó a Robert Downey Jr. burlándose de la carrera de su padre. Más lejos fue con Terry Sweeney, el primer cómico abiertamente gay del programa. Chase sugirió que se incluyese un gag recurrente en el que lo pesarían cada semana para comprobar si se había contagiado de sida. “Era un monstruo”, afirmó Will Ferrer en Live From New York: An Uncensored History of Saturday Night Live, refiriéndose a la noche de 1997 en la que coincidió con Chase. “Cuando se cruzó con una de nuestras guionistas, le dijó: ‘Quizá puedas hacerme una paja más tarde”.
El director, Lorne Michaels, amenazó con no dejarle volver nunca más y Chase decía a quien quisiera oírle que el programa había dejado de funcionar tras su marcha. No sólo lo detestaban sus compañeros, también otros presentadores de la NBC. Cuando surgió el rumor de que la cadena pensaba en él para sustituir al incombustible Johnny Carson, el mítico presentador del The Tonight Show fue tajante: “Chase no podría improvisar un pedo después de cenar frijoles”. El público percibía aquel desprecio y aquella arrogancia, Chase era un idiota que no se molestaba en disimular. Pero, aún así, les encantaba.
No con Chevy
Esa fascinación quedó clara en El club de los chalados (1980), una comedia sobre golf en la que volvió a coincidir con Bill Murray y que arrasó en la taquilla americana. También fueron un gran éxito Las vacaciones de una chiflada familia americana (1983), Espías como nosotros (1985) y ¡Tres amigos! (1986). Fletch, el camaleón (1985) parecía el inicio de una saga de éxito, pero él mismo se encargó de boicotearla. Kevin Smith intentó resucitarla años después, pero se dio de bruces con el ego de Chase. “Durante la comida, Chevy afirmó que él había inventado todas las cosas graciosas que habían ocurrido en la historia, no sólo de la comedia, sino del mundo conocido”.
Empezó un declive que nadie iba a llorar demasiado. Smith no era el primer director que rechazaba trabajar con él. Cuando Chris Columbus tan sólo era conocido por firmar los guiones de clásicos como Gremlins y El secreto de la pirámide, John Hugues le ofreció cumplir su sueño de dirigir una película, la secuela navideña de Las vacaciones de una chiflada familia americana. Tras conocer a Chase huyó despavorido. Vivía en casa de sus padres y quería independizarse y aquella era una propuesta ganadora, pero no se sintió capaz de soportarlo. “Chevy me trató como basura”, explicó. “Necesito trabajar, pero no puedo hacerlo con este tipo”, le dijo a Hughes (este, en compensación, le dio el guion de Solo en casa y lo demás es historia).
A finales de los ochenta, Chase estaba en la cima, sus películas triunfaban en taquilla, el público lo adoraba y Hollywood lo mimaba. Cobraba siete millones de euros por película y presentó los Oscars en dos ediciones. Era la época en la que un comportamiento despreciable tras la cámara no afectaba a la carrera de un hombre. Pero un par de traspiés lo cambiaron todo.
¡Socorro! Ya es Navidad (1989) fue un éxito. El último. Su carrera empezó a desmoronarse. Tras un par de proyectos fallidos, apostó todo a Memorias de un hombre invisible (1992) y perdió. “No es una película. Es una crisis de identidad”, escribió The Washington Post. Su director, el legendario John Carpenter, declaró años después que el rodaje había sido “un espectáculo de horror” que le había hecho plantearse dejar el negocio.
Y ahora qué
Tras el declive cinematográfico se refugió de nuevo en la televisión. Presentó un programa de entrevistas en la cadena Fox que apenas duró un par de meses. También empezó a ser evidente su deterioro físico. Anunció que ingresaba en la clínica Betty Ford por una adicción a las pastillas recetadas por un dolor de espalda, pero era un secreto a voces que su verdadero problema era la cocaína. El “hombre más divertido de América” se había convertido en una parodia. El último clavo se lo colocó su Roast, el formato en el que un grupo de amigos destrozan a una celebridad con un humor descarnado (también importado a España en Comedy Central). El problema es que en el suyo no había nadie famoso porque Chevy Chase no tenía amigos, sólo un montón de desconocidos que hablaban de un hombre que había sido célebre veinte años atrás. “¿Qué pasó con la carrera de Chevy? Puedo responder a esa pregunta en tres gramos”, bromeó Paul Shaffer mientras Chase permanecía en silencio y pertrechado tras unas gafas de sol.
En los últimos años apenas ha tenido proyección más allá de un pequeño papel en Jacuzzi al pasado (2010) y su secuela. Su gran oportunidad de redimirse le llegó cuando Dan Harmon le incluyó en el reparto de la divertidísima Community. Su Pierce Hawthorne, un magnate intolerante, racista y misógino, parecía un trasunto de sí mismo y lo bordó, demostró que seguía en plena forma… pero también en la parte negativa. No tardaron en salir a relucir los conflictos tras las cámaras. Chase se negaba a grabar las escenas que no le parecían divertidas y las fricciones con sus compañeros eran constantes.
Joel McHale asegura que intentaba continuamente pelearse físicamente con él, pero nada fue peor que los comentarios racistas que lanzó en el plató en presencia de Danny Glover y que, según Harmon, estaban originados por su envidia hacía el talento del joven actor. Glover habló de ello en The New Yorker. “No me preocupa. Yo sólo veía a Chevy luchando contra el tiempo: un verdadero artista tiene que darse cuenta de que su reinado ha concluido. No puedo ayudarle si se sigue revolcando en el fango, pero sé que hay ser humano dentro de él, es casi demasiado humano”.
También fueron brutales sus luchas con el creador de la serie (que finalmente fue despedido por aparecer borracho en el plató y dormirse en el trabajo), que alcanzó su punto culminante con Harmon y su equipo cantando “Fuck you, Chevy” ante la esposa y la hija de Chase, una humillación a la que Chase respondió con un mensaje de voz furioso. No ha vuelto a aparecer en ningún producto relevante y su principal ocupación es participar en eventos relacionados con sus clásicos y vender merchandising a través de su cuenta de Instagram. La película de Community, un proyecto largamente esperado por sus fans, parece confirmada, también que tras los múltiples incidentes del actor con el equipo y el reparto, Wendel Pierce no estará en ella. Es un alivio que él sea Chevy Chase y nosotros no.