Hace ahora 25 años, Keri Russell recogía el primer gran premio de su carrera. Eran los Globos de Oro de 1999 y el patio de butacas estallaba en un estruendo lleno de entusiasmo cuando la cámara enfocó a la protagonista de Felicity, la serie del momento entre los jóvenes de la época por su retrato de una recién graduada que decidía mudarse a la otra punta del país para seguir a su flechazo del instituto. Acompañada por nominadas del peso de Gillian Anderson (Expediente X) o Juliana Margulies (Urgencias), nadie pensaba que Russell, con su icónica melena rizada y sin apenas maquillaje, de solo 22 años y que seguía siendo recordada por la mayoría por ser el amable rostro de un programa infantil —The Mickey Mouse Club, cantera también de Britney Spears o Ryan Gosling— pudiera llevárselo. “La cara del presentador, Michael J. Fox, cuando leyó su nombre, lo decía todo. Fue un momento tan bonito como insólito: un verdadero shock en la gala de premios”, evocaba la revista Vulture. La estatuilla no solo era un hito para su prometedora carrera, también cambió el paradigma de este tipo de galas, abriendo la puerta a que otras actrices jóvenes fueran reconocidas por su trabajo en ficciones que no eran emitidas en las grandes cadenas generalistas de Estados Unidos. Sarah Michelle Gellar (Buffy, cazavampiros), Jessica Alba (Dark Angel) o Jennifer Garner (Alias) se aprovecharon después de su rebufo. Siendo la protagonista de la que acabaría siendo considerada por la revista Time como una de las 100 mejores series de la historia de la televisión, el cielo era el límite para una actriz que se alzaba como la próxima gran novia de América. No fue así porque Keri se negó a serlo.
Un cuarto de siglo después, Russell todavía no ha vuelto a recoger un gran premio interpretativo. A pesar de sus múltiples nominaciones en estos años, los escenarios de honor se le resisten a quien seguramente no necesite ningún tipo de oropel para confirmar su estatus como una de las grandes actrices de este siglo. El público y la crítica parecen estar de su parte si atendemos, por ejemplo, a la recepción que ha tenido el estreno de la segunda temporada de La diplomática, en la que da vida a la embajadora de Estados Unidos en Londres, afanada en gestionar tanto crisis mundiales como la que surge de su propia vida marital. Un drama político considerado como una de las mejores series de 2024 por medios como The Guardian y que en su estreno en Netflix se coló entre lo más visto en 87 países. Tal es el enganche de los espectadores por este thriller político que acabó siendo noticia viral el enfado compartido de decenas de usuarios de redes sociales por la escasa duración de esta nueva tanda de episodios, que consta de solo seis capítulos.
Que Russell aceptara protagonizar la serie fue una sorpresa para la industria en general. Su pareja actual y padre de su tercer hijo —antes tuvo otros dos con el contratista Shane Deary, de quien se divorció en 2013—, el galés Matthew Rhys, corrobora que es raro que su mujer se entusiasme por cualquier guion que llegue a sus manos. “Ella es una persona muy tímida por naturaleza y exponerse de esa manera día a día le resulta agotador”, afirmó en Variety el actor con quien compartió la aclamada The Americans, en la que daban vida a una pareja de espías soviéticos camuflados como un corriente matrimonio estadounidense en plena Guerra Fría. “Odio ser observada, para mí es lo peor. La semana pasada tuve dos sesiones de fotos y tuve que tomarme una cerveza. Es mi pesadilla”, decía la aludida, añadiendo que “nunca quiere trabajar”. Lejos del divismo de las estrellas de Hollywood, Russell se congratula de poder llevar a sus hijos al colegio cada día en Manhattan y de ir en bicicleta al set de rodaje de La diplomática. Decir que es una persona reservada para los estándares de su industria es poco: ni tiene redes sociales ni se deja ver en eventos que no estén ligados a la promoción de su trabajo.
El rechazo a convertirse en un personaje público estuvo a punto de acabar con su carrera. Cuando Felicity llegó a su fin —tras el controvertido corte de pelo que llevó a los ejecutivos de la cadena a exigir por contrato conocer primero cualquier nuevo cambio estético—, Russell se marchó de Hollywood para desaparecer de la escena mediática. “Quemada” tras cuatro años de jornadas de 18 horas de rodaje en la serie y de copar con sus fotos las carpetas de los adolescentes de medio mundo, alquiló un apartamento en Nueva York con la única decoración de un colchón en el suelo y se alejó de cualquier cosa que tuviera que ver con su anterior vida durante dos años sabáticos. Se sentía “cazada” por los fotógrafos que se escondían en los alrededores de su piso del West Village y acabó afectando a su salud mental: “Me hizo retraerme y no querer estar entre multitudes”. “No quería volver a actuar nunca más”, así que, decidió recuperar su adolescencia perdida en los platós. “Me comportaba como una cría. Me pasaba los días saliendo con mis amigos, iba a bailar hasta las dos de la mañana… Hacía las cosas que nunca había podido hacer. Y me salvó la vida”, sostuvo. No había parado de trabajar desde los 15 años, cuando debutó en The Mickey Mouse Club con los mencionados Gosling y Spears, además de Justin Timberlake o Christina Aguilera. Aunque sigue preguntándose por qué la escogieron a ella —”era la niña menos talentosa de todos”—, se congratula de haber salido de su etapa como niña Disney con “la cordura y la dignidad” intactas. “No todos salían vivos de ahí”, expone.
Finalmente, volvió a los escenarios en 2004 con una obra de teatro de Neil LaBute (Fat Pig) y retomó una carrera en Hollywood que jamás cumpliría con las expectativas creadas años antes pese a participar en un taquillazo como Misión: Imposible 3 y acompañar a gigantes de la época como Kevin Costner (Más allá del odio) o Mel Gibson (Cuando éramos soldados). No encontraba buenos papeles. Para entonces, todo lo que le ofrecían eran roles de “chica buena embarazada”. “Me tocó interpretar a un montón de madres agradables durante mucho tiempo. Durante mis 20 y mis 30 años, había algo en mi cara que gritaba ‘chica buena embarazada”, recuerda. Hasta que llegó The Americans y esa cara de chica buena fue clave para que incluso el público más patriótico empatizara con una desalmada espía rusa que amenazaba la seguridad nacional. Si ya es difícil para un actor conseguir un personaje icónico en su carrera, Russell, pese a su alergia al trabajo, puede presumir de tener hasta tres de la ficción televisiva reciente.