“Ni Afganistán, ni Kosovo… No hemos vivido nada como la dana. Para mí ha sido la intervención más dura” | España



Juan Carlos de Torres, de 48 años, miembro de la Unidad Militar de Emergencias desde 2007 y militar de las fuerzas armadas desde 2000, se emociona ante una casa reventada por la dana en Alfafar. Es la de su hermano, José Ramón, electricista. El militar español, nacido en Casablanca (Marruecos), residió en Massanassa, donde viven sus padres, y tiene familiares y amigos repartidos por todos los pueblos afectados por la riada. Ha trabajado en muchas inundaciones, incendios, en el terremoto de Lorca (Murcia) en 2011, “pero nada como esto”, asegura. “La dana no se parece a nada que hayamos vivido. Ni en Afganistán, ni en Kosovo… a nada. Era un escenario de guerra sin guerra. Llegué a ver coches apilados en cinco alturas, hasta el primer piso de una vivienda, por la fuerza del agua. Para mí ha sido la intervención más dura y no solo por la magnitud y la extensión de la catástrofe, sino también por la parte personal. No es lo mismo jugar en casa. Fue muy duro”. “El día de la riada”, añade, “activaron a mi batallón y me desplegaron en Utiel. Joserra me llamó para decirme que el agua estaba llegando al techo de la planta baja, pero yo no podía ayudarle…“.

La primera vez que se vieron tras el desastre fue a las cuatro de la mañana, sin uniforme, después de casi 48 horas consecutivas de trabajo. Los primeros días no había turnos: “Nadie quería irse a descansar”, explica el militar. “Me costó mucho encontrar la casa de mi hermano. Sabía dónde estaba porque tenía la ubicación, pero no reconocía nada del caos que había. Todo estaba a oscuras, lleno de coches, de fango, de árboles caídos… Hasta que vi su antena de radioaficionado no reconocí la casa”. A De Torres le asignaron otras misiones y lugares, y fueron compañeros suyos los que trabajaron en la zona de la vivienda de su hermano, donde 40 días después de la riada, aún se ven los muros mordidos por la fuerza del agua. José Ramón de Torres invita a EL PAÍS a su casa destrozada —la puerta se la pusieron el pasado jueves—. En la planta baja no queda absolutamente nada. Desde las escaleras de la primera, el día de la dana, estuvo rescatando en sucesivos viajes al torrente que atravesaba su hogar, los cascos de Star Wars que colecciona su hijo. “Salvé nueve. Los legos ya no me dio tiempo porque el agua me llegaba a la cintura y me dio miedo que me arrastrara. La última vez que me asomé a mirar, mi salón ya no existía”. José Ramón muestra un vídeo de lo primero que se encontró tras la catástrofe: un vehículo en vertical, clavado en la entrada. “Y lo peor es lo que vi pasar desde la terraza: un cadáver, un coche que hacía luces pidiendo ayuda hasta que vino otro por detrás, lo golpeó y se fueron los dos…”. También él se emociona, y enseguida, para reponerse, se recuerda a sí mismo: “Pero estamos vivos”. Repetirá esa frase cinco veces más a lo largo de la charla. Sabe lo que vale poder decirlo. También su hermano, que sufría por no poder estar con él porque su deber y su misión estaban entonces en otro sitio.

Cuando a alguno de los hermanos le tiembla la voz, el otro hace enseguida alguna broma para liberar tensión. Relatan escenas parecidas en escenarios distintos. “Cuando pasó la riada”, explica el militar, “la gente deambulaba por la calle desorientada, como zombis de película, buscando a alguien … y había personas haciendo guardia en la entrada de sus casas para que no entrara nadie”. Después del agua, quedó el fango, el silencio y la oscuridad. “Mi hermano, que es como MacGyver”, presume Juan Carlos, “consiguió llamarme fabricando un cargador con las baterías de la moto”. Ese día, cuenta José Ramón, había hecho vida normal: “Un poco después de las cinco, en mi empresa nos dieron permiso para irnos a casa por el temporal. El tráfico ya era muy, muy denso, íbamos muy despacito… Llegué a las siete, y diez minutos después ya vino la lengua de lodo. Cuando llegó el mensaje de alerta al móvil [enviado por Protección Civil, a las órdenes de la Generalitat de Valencia, a las 20.15] ya tenía metro y medio de agua dentro de casa. Luego sí nos ayudaron mucho. Cada vez que veo a un militar como mi hermano o a cualquier grupo nacional o local, le doy las gracias, igual que los jóvenes que vinieron a limpiar. Nos han dado todos una lección de humanidad”. José Ramón, que habla árabe, estuvo haciendo de traductor con los operarios enviados por Marruecos para vaciar los alcantarillados en los municipios valencianos afectados por la dana. “Me gustó sentirme útil. El día es largo: todo el día currando; a las seis o siete de la tarde paras, te aseas como puedes y te das una paliza de llorar… Pero estamos vivos”, repite.

“Quedan meses de trabajo para recuperar la normalidad”

El despliegue actual de la Unidad Militar de Emergencias en los pueblos afectados por la dana asciende a unos 2.000 efectivos. El cabo primero Antonio Diosdado, portavoz de la UME, asegura: “Vamos a estar aquí el tiempo que haga falta, que no sabemos cuánto será, pero aquí quedan meses de trabajo para recuperar la normalidad y el bienestar psicológico”. También ellos, los profesionales que intervienen en las catástrofes, han precisado apoyo de psicólogos para hablar y tratar de digerir lo que han visto estos días en la Comunidad Valenciana. “Cuando llegamos no había asfalto, solo fango y destrucción. Era un escenario apocalíptico, de guerra”, explica Diosdado. “Excepto el trabajo muy específico, como el de los buceadores, que van con perros entrenados para oler cadáveres sumergidos, la tarea está dividida por sectores, y en el suyo, cada uno ha hecho de todo: búsqueda de personas; limpieza de garajes, de locales, de vías… Al principio tuvimos algunos desvanecimientos en los garajes por los gases que se acumulan y ahora vamos con un medidor para salir cuando el ambiente ya es irrespirable”.

Esta no ha sido una misión al uso en muchos aspectos. “Nunca nos habíamos enfrentado a bulos como los que ha habido con la dana”, relata Diosdado. “Yo estaba en el aparcamiento de Bonaire. Tardamos en entrar porque primero tuvimos que vaciar el agua y había tanto lodo que no se podía ver bien, pero ya entonces se decía que si había 800 muertos ahí dentro, que si los tiques de parking, que si había niños… Entramos preocupadísimos por eso y nos llevamos una alegría inmensa al comprobar que no había cadáveres, pero, aun así, había gente que insistía en el bulo. En un comentario de una noticia donde explicaba que afortunadamente no habían aparecido víctimas mortales, alguien escribió que mis hijos se avergonzarían de mí porque estaba mintiendo. Sinceramente, no entiendo el afán de esas personas, sean quienes sean, de hacer más daño”.



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