El político francés Jean-Marie Le Pen ha muerto este martes a los 96 años, según ha comunicado su familia a AFP. Le Pen fue el fundador del partido francés de extrema derecha Frente Nacional, hoy en manos de su hija Marine Le Pen y renombrado como Reagrupamiento Nacional. El partido, fundado en los años 70 y del que su hija, Marine, le excluyó, no ha dejado de ampliar su base, se ha acercado al poder, pero no ha logrado alcanzarlo. Jean-Marie Le Pen nunca llegó a conquistar París ni sus instituciones. En octubre de 2022, se celebró el 50 aniversario de la formación, coincidiendo con el momento más dulce de su historia. Después de décadas de ostracismo, se ha convertido en el primer grupo de la oposición parlamentaria en Francia y está más cerca que nunca del poder.
Francia ha seguido durante décadas los enredos —las abruptas entradas y salidas de escena, los rencores y las riñas, los divorcios, las envidias— del que es su clan político más famoso: los Le Pen. El patriarca, viejo león de la extrema derecha francesa, aprovechó su 90 cumpleaños, en 2018, para reconciliarse con dos de sus tres hijas. Con Marie-Caroline, la mayor, no se hablaba desde hacía 20 años cuando se casó con Philippe Olivier, próximo al disidente Bruno Mégret, que había sido colaborador de Jean-Marie. Nunca se lo perdonó.
Con la pequeña, Marine, el pleito era más reciente, pero se había desarrollado minuto a minuto a la vista del público, puesto que Marine era la heredera de Jean-Marie al mando del Frente Nacional. Llevaban dos años distanciados, después de los intentos repetidos, que terminaron con éxito, de echar al padre del partido. Las incontrolables salidas de tono de Jean-Marie se habían convertido en un lastre.
En 1987, el patriarca Le Pen declaró que las cámaras de gas utilizadas por los nazis eran “un detalle de la historia de la Segunda Guerra Mundial”, motivo por el que fue condenado por la justicia, una de las múltiples sentencias por sus polémicas declaraciones a lo largo de su extendida carrera. Su autobiografía, publicada en 2018, refleja que se había convertido en una figura de la historia contemporánea de Francia: el hombre que recuperó una tradición de la extrema derecha francesa —antisemita, racista, autoritaria y colaboracionista durante la ocupación nazi— que parecía extinguida tras la Segunda Guerra Mundial.
En una entrevista publicada en EL PAÍS ese mismo año, tampoco renegó de las torturas que perpetraron las fuerzas armadas francesas durante la guerra de Argelia, que se prolongó entre 1954 y 1962. Él no las llamó torturas, sino “interrogatorios musculosos”. Aseguró entonces que, como paracaidista en la guerra, no participó en estos interrogatorios, pero no por principios sino porque no hubo ocasión. “Si hubiese debido ponerme en situación de salvar a los civiles europeos y musulmanes de Argelia [mediante las torturas], sí, sin duda [habría participado]”, señaló.