Jorge Lanata, el periodista más famoso de Argentina, murió este lunes a los 64 años. Célebre por los escándalos de corrupción que destapó, pero también por su estilo polémico y mordaz, Lanata cosechó una legión de admiradores y odiadores sin igual. Enfermo desde hacía tiempo y trasplantado de un riñón en 2015, Lanata falleció tras una larga internación en el hospital Italiano de la que no pudo recuperarse.
Gran preguntador y también histriónico e irreverente, Lanata triunfó tanto en medios gráficos, como en la televisión, la radio, el teatro de revista, plataformas multimedia y como autor de libros de no ficción. Sus intereses eran igualmente omnívoros y podía pasar de la política a la cultura y la economía hasta comentar el último romance de la farándula local.
Nació el 12 de septiembre de 1960 en la ciudad costera de Mar del Plata, unos 400 kilómetros al sur de Buenos Aires. Arrancó su carrera periodística en la década de los ochenta, cuando Argentina regresaba a la democracia tras una feroz dictadura.
Lanata fue la cara de la renovación de la prensa gráfica en Argentina. Tuvo un paso fugaz por Radio Nacional y la revista El Porteño antes de fundar el diario Página/12 en 1987, con solo 26 años, y dos décadas después, cuando el papel ya estaba en franca retirada, repitió con Crítica de la Argentina. Las portadas de Página 12 con Lanata se caracterizaron por titulares provocadores y rupturistas, que le hicieron destacar entre la competencia. Una de las portadas más recordadas fue la que salió en blanco en octubre de 1989. Con esa llamativa elección, el diario protestó contra los indultos a la cúpula de la dictadura concedidos por Carlos Menem.
Líder indiscutido de la radio durante años con su programa Lanata sin filtro, en televisión creó programas que marcaron una época, como Periodismo Para Todos. Desde canal 13, Lanata obtuvo grandes audiencias con sus investigaciones de alto impacto. La más influyente fue la que destapó “la ruta del dinero K” sobre la malversación de fondos públicos durante los gobiernos de Néstor Kirchner y su viuda y sucesora, Cristina Fernández de Kirchner. Cada programa iba precedido de un monólogo inicial en formato de stand up. “Entretener es nuestra obligación profesional”, le gustaba decir a este showman con gafas de pasta y barba blanca.
Las emisiones de Periodismo Para Todos sacudían, indignaban, conmovían —o todo a la vez— al país cada domingo por la noche. Pero también le acarrearon más de una denuncia judicial, como la de la familia de un niño pobre de once años que fue expuesto ante las cámaras mientras el periodista lo acusaba de liderar una banda de ladrones y matones que atemorizaba a la zona y de no ir preso por ello porque la edad de imputabilidad en Argentina es de 16 años.
Las ideas progresistas que profesaba en los ochenta mutaron con el paso del tiempo. Desde 2012, aliado con el Grupo Clarín que antes criticaba, se convirtió en el mayor azote mediático de los Kirchner. Flexible ante los rápidos cambios de los medios, también defendía sus giros y contradicciones y se comparaba con el señor Keuner, el personaje de Bertolt Brecht. Keuner se angustia cuando al encontrarse con un amigo al que no ve desde hace mucho tiempo le dice que está igual. “¿Igual que hace 30 años? Una desgracia”.
Su alta y desbordada figura no tapaba la frágil salud de este fumador empedernido, que arrastraba problemas graves desde hacía más de una década. En 2015 recibió el primer trasplante de riñón cruzado de Latinoamérica, que le permitió dejar de depender de la diálisis. Por cuestiones de compatibilidad, el trasplante involucró a cuatro personas, entre ellas a la entonces esposa del conductor, Sara Stewart Brown. En los últimos tiempos, mientras el periodista peleaba por su vida en terapia intensiva, su entorno familiar saltó a los medios por el conflicto entre su última mujer, Elba Marcovecchio, y las dos hijas de Lanata, Bárbara y Lola, fruto de matrimonios anteriores.
Periodista todoterreno, Lanata destacó por su capacidad para abrir debates e interpretar la compleja sociedad argentina. Su obra y espíritu rupturista dejan una huella imborrable.
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