De joven, Billy Beane era el típico chaval que parece haber nacido para hacer deporte. Ocupaba la posición más importante del equipo de fútbol americano del instituto y era el máximo anotador en el de baloncesto. Un día, jugando al béisbol, dejó una escena para la historia. A medida que iba bateando, los rivales se colocaban un poco más atrás para intentar atrapar la pelota. Se trataba de un campo sin vallas, lo que les permitió retroceder hasta más o menos a la altura de donde se situaría el aparcamiento de un estadio de verdad. Volvió a lanzar la pelota por encima de los rivales, para regocijo del público. Beane era, también, el típico chaval al que todo el mundo, especialmente los ojeadores, pronostica un futuro de éxitos. Era buen estudiante, guapo, alto, atlético y tenía mucho carisma. Los principales equipos de béisbol de EE UU se interesaron por él. Solo había un pequeño detalle que podía hacer naufragar su porvenir: los datos de sus actuaciones se habían desplomado en las últimas temporadas. Tal vez fuera la presión de saberse tan observado y deseado. En realidad, daba igual el motivo. La imagen que Beane proyectaba desde hacía años se llevaba todos los focos. Nadie prestaba atención a las estadísticas, así que nadie pudo predecir el fiasco de su carrera deportiva. Sin embargo, Beane estaba llamado a cambiar la historia del béisbol. Y a hacerlo a través de la ciencia de la estadística.
Moneyball (Península) es el libro en el que Michael Lewis relata la trayectoria de Beane quien, consciente de la situación, pidió a su equipo, los Oakland Athletics, dejar la plantilla e incorporarse al equipo de ojeadores. Lo hizo para cambiar el béisbol. Su propuesta —tomar decisiones a partir de los datos, algo que suena muy lógico pero que no era muy común— supuso una profunda sacudida en el modo de entender el juego. Beane se convirtió en un exitoso directivo. Este libro -que se convirtió en una película protagonizada por Brad Pitt- traza un apasionante perfil de aquel chico que, efectivamente, estaba destinado a entrar en la historia del béisbol. Eso sí, por motivos que ningún ojeador supo ver.