Milena Smit (Elche, 26 años) iba a llamarse Elisa. “Pero mi madre leyó Milena en los créditos de una película y cambió de idea. Le dijo a mi padre: ‘Robert, ya sé cómo vamos a llamar a la niña’. ¡Fíjate, mi nombre salió de una película y no me había dado cuenta hasta ahora!”, se sorprende la actriz mientras lo narra. La cara, muy blanca, se le ilumina. Está arrebujada en un sofá, con unos pantalones anchos de cuadros y una camiseta negra de manga larga. “De pequeña tenía un cuento de hadas y una se llamaba Milena, que significaba la reina de las nieves. Y acabo de hacer una serie que se llama La chica de nieve. Voy a empezar a creer un poco en el destino”, comenta.
Siente que su vida está llena de casualidades. Comenzó actuando en un videoclip de la banda catalana Els Catarres, allá por 2018, y ahora sale en el vídeo de Una noche sin pensar, del multipremiado artista colombiano Sebastián Yatra. Otro círculo que se cierra. Porque Milena Smit no para: el 31 de marzo estrena la película de terror Tin & Tina, de Rubin Stein; en los últimos tres años ha estado dos veces nominada al Goya, protagonizado una serie de alcance internacional (La chica de nieve fue top 1 global en Netflix), rodado con Almodóvar, conocido a Madonna y Lady Gaga, y firmado contratos con marcas de lujo como Cartier, YSL Beauty o Saint Laurent. “Echo la vista atrás y me veo hace cinco años, y es que ni de coña podía imaginar que iba a estar así”, reflexiona la actriz, que en 2020 rodó su primera película, No matarás.
En aquel entonces, trabajaba en la recepción de un hotel en el barrio madrileño de Ópera; colgaba poemas y fotos en Instagram, siempre con aires góticos; grababa vídeos con sus amigos. Había llegado unos años antes a Madrid desde Torre de la Horadada (Alicante), donde vivía con su madre, hija de una pareja de Yeste (Albacete) que emigró a La Haya (de ahí el apellido de la intérprete: sus padres se conocieron en Utrecht y él es holandés). A los 17 años había decidido que no quería seguir estudiando. “Aunque saqué muy buena nota en Selectividad y se me daba muy bien Filosofía. Era de matrícula de honor”, recuerda. No tenía nada claro su futuro. “Mi cabeza era un poco caótica en ese momento, era muy independiente. Reconozco que, al irme tan temprano de casa, he pasado por muchas cosas muy duras que me han hecho madurar a una velocidad muy grande. Pero me da mucho gusto también la relación que tengo ahora con mis padres, que es mucho más sana, más cercana y más bonita. En cambio, cuando era adolescente mi posición era más rebelde, decía: ‘No os necesito, me voy a buscar la vida sola”.
Alejandro Gil la encontró en Instagram, cuando llevaba ya un tiempo haciendo castings para el papel de Mila en No matarás, el thriller de David Victori que le dio el Goya a Mario Casas. “Le di tres palabras como referencia para el personaje: oscuridad, magnetismo y sensualidad. Y le dije que no podíamos fallar porque la historia pivotaba alrededor de ella”, explica por correo electrónico Victori. Encontró esas cualidades en una primeriza que “aún no se había formado como actriz, ni tan siquiera se lo había planteado”, apunta el director. Para él, “Milena es pura emoción. Ese es su don. No hay mente cuando actúa, es todo presencia”. Fernando Valdivielso, que interpretaba a su pareja en la cinta, supo desde la primera prueba juntos que el papel tenía que ser suyo. “No me ha pasado con ninguna otra actriz en un casting, acabamos llorando, abrazados”, cuenta por teléfono. “Mile para mí es una actriz que no existía en España. Le digo que es como la hija de Béatrice Dalle. Tiene fragilidad, un abismo muy grande, una intriga, un dolor, es muy carismática en pantalla”, resume. “Simplemente poniéndose delante y mirando, ya te está contando mil cosas”.
A ese magnetismo palpable, que los que han trabajado con ella resaltan, se une una entrega total al oficio. Invirtió el dinero que ganó con No matarás en formarse, y solo un año después de que su carrera despegara, en 2021, estrenó su segundo largometraje: Madres paralelas, de Pedro Almodóvar. “Llegó a la prueba vestida de un modo con el que una actriz no debe ir a ningún casting: pantalón y sudadera muy oversize y gran melena negra. El aspecto era ligeramente gótico y amorfo”, recuerda en un correo electrónico el director manchego. “Fue una absoluta revelación, es muy difícil encontrar la conexión inmediata que Milena tiene con sus propios sentimientos de una manera natural. No ha tenido tiempo de aprender ninguna técnica para conectar de modo tan fulminante con sus emociones. Toda ella respira verdad”, analiza Almodóvar. Su cara, con esos ojos claros hipnóticos, le llamó la atención de inmediato: “En unas pruebas, a mí lo que me interesa es la superficie que abarca desde la frente hasta la barbilla. Elegí una secuencia difícil. Y Milena la bordó, en cuestión de segundos conectó con su propio dolor y los ojos se le llenaron de lágrimas, algo dificilísimo de conseguir sin conocer el personaje y sin haber sido dirigida. No tuve dudas. Penélope [Cruz] tendría frente a ella a una actriz que, a pesar de su poca experiencia, estaría siempre a su altura”.
La Ana de Madres paralelas le valió la segunda nominación al Goya, la llevó al Festival de Venecia, supuso un espaldarazo internacional que le hizo enlazar proyectos y que, paradójicamente, también puso en peligro su emergente carrera. “Fue todo tan de golpe que llegó un punto en el que yo había perdido completamente la noción del tiempo, no había espacio para asimilar nada de lo que estaba sucediendo. Me pasó factura a nivel de salud mental. Por eso tuve que parar, porque el nivel de estrés y ansiedad me estaba superando, estaba viviendo algo increíble, pero no era capaz de disfrutarlo. Necesitaba recordar quién era”, cuenta. Para Smit es crucial abordar este asunto: “Siempre he estado en terapia para trabajar en temas como la ansiedad o la depresión”. Ha querido tratarlo sin tapujos, consciente de que “hay ciertos ámbitos en los que, si tú hablas sobre salud mental, te puede condicionar, como por ejemplo a nivel laboral, porque pueden pensar que no vas a ser profesional”.
Con Jaime Lorente, su marido en Tin & Tina, ha conversado sobre cómo se gestiona convertirse en un fenómeno de la noche a la mañana, algo que él vivió con La casa de papel. “Lo pasó muy mal, cuando llegas a ese éxito te disocias de ti mismo. Le paraban por la calle y le llamaban Denver. Te despersonalizas, es duro”, explica Smit. En el rodaje, los dos comentaban sus poesías; ella nunca ha dejado de escribir versos, avanza con una sonrisa tímida que está preparando la publicación de su primer poemario con Random House. Su nueva película está ambientada en la España de 1981, suena Super disco chino y unos gemelos que se toman las enseñanzas religiosas al pie de la letra instauran el miedo en la casa de sus padres adoptivos. Milena es Lola, que decide acoger a estos niños tras sufrir un aborto. La actriz busca que sus personajes tengan un trasfondo y toquen temas importantes para ella. “Antes de mirar el tipo de película que es, si es más de autor o más comercial, yo lo primero que miro, además de la historia, es saber a qué se está enfrentando ese personaje y por qué está luchando”, recalca. Cree que es cuestión de coherencia: “Cuando era más desconocida utilizaba mis redes, y ahora el altavoz que tengo a través de mi trabajo, para reivindicar temas como el feminismo o la salud mental”.
Sus propias vivencias la han ayudado a ver más claro cuáles quiere que sean las luchas de sus personajes. “Lola en Tin & Tina sufre un aborto, y hoy en día se está intentando cambiar una serie de normas referidas al aborto, algo que para mí es descabellado. Yo he sufrido un aborto provocado, porque me quedé embarazada con 19 años. Quise poder elegir sobre mi cuerpo y decidir sobre mi futuro. A lo mejor el día de mañana, ya sea en pareja, sola o con otra mujer o un hombre, cuando yo sienta que estoy preparada para dar ese tiempo, ese espacio y esos valores a esa persona, lo haga. Pero yo con 19 años era una niña que no tenía ni idea de cómo enfrentarme a eso”, enfatiza. Dice su representante, Carlos Ramos, que la actriz “admira a la gente que arriesga, a la gente valiente”, directores como Gaspar Noé, intérpretes como Natalia de Molina, Najwa Nimri o Joaquin Phoenix. Añade que es concienzuda y que la clave para la gestión de su fama repentina radica “en la normalidad, ella trabaja mano a mano con todo el equipo, desde un técnico hasta el director”.
Se ve durante la sesión fotográfica, cuando no duda en coger la escoba para barrer los restos de pelo cortado de las extensiones que le han puesto para los retratos. Lo hace subida a unos tacones de Alaïa, con los que instantes después posa transformada en una especie de hada gótica ante la cámara. “La moda para mí es una performance”, subraya, “poder ser lo que me dé la gana ser en ese momento, por eso me gusta”. Sus apuestas llaman la atención en festivales y alfombras rojas. “Llevo muchos años trabajando con actrices y lo que ha pasado con Milena no lo había visto nunca en España. Lo increíble es que ella siempre destaca por encima de lo que lleva, por muy loco que sea”, indica Freddy Alonso, su estilista de cabecera. Como embajadora de firmas de lujo, ha desarrollado otra faceta profesional, a la que no descarta sumar la de guionista; reconoce que con su amiga y coprotagonista en Libélulas, Olivia Baglivi, ha hablado de dar ese paso. Pero de momento está centrada en actuar; avanza que la comedia, un género que no ha explorado, “está cerca”, y se calla los detalles de algún nuevo proyecto internacional aún secreto. Todo mientras intenta domar su propio fenómeno. Victori, su primer director, ve claro su futuro: “Ha nacido una estrella y su carrera no ha hecho más que empezar”.
Créditos
Estilismo: Juan Cebrián
Maquillaje: Rebeca T. Figueroa (Another Agency) para YSL Beauty
Peluquería: Rubén Marmol (Kasteel Artist Management) para L’Oréal Professionel Paris
Manicura: Nubia Janeth
Diseño de set: Virginia Sancho
Producción: Maia Hoetink
Técnico digital: Jessica Rodríguez
Asistentes de fotografía: Daniel Gallar y Luis Spinola
Asistente de estilismo: Paula Alcalde
Asistente de maquillaje: María Andrés
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