El doctor Selebogo Mmoloki lo ha visto ya demasiadas veces. “Muchos jóvenes del país están teniendo problemas graves con las sustancias ilegales. Hay quien abusa del alcohol, o de la marihuana, pero, en los últimos tiempos, la adicción más preocupante es una droga que se llama CAT. Es un estimulante”, dice. Mmoloki es médico en el hospital psiquiátrico Sbrana, comúnmente conocido como el hospital mental de Lobatse por encontrarse situado en esta población, una pequeña ciudad de casi 30.000 habitantes situada al sur de Gaborone, la capital del Botsuana. Es, además, el único centro público en todo el país, de algo más de dos millones y medio de habitantes, dedicado por completo a esta especialidad. “La edad media de los ingresos está siendo de 16 a los 23 años. Llegan chavales con psicosis, que se vuelven agresivos, muy fácilmente irritables. Pero es que el CAT es más barato que otras sustancias y, por tanto, más accesible”, cuenta.
CAT es el diminutivo usado en las calles para designar a la metcatinona, un psicoestimulante similar a la anfetamina que se sintetiza en el ambiente doméstico a partir de diferentes sustancias que contienen algunos productos farmacéuticos fácilmente disponibles. Se puede inhalar, fumar, inyectar o tomar vía oral y crea adicción con facilidad. Medios locales han señalado que se trata de una de las industrias que más crece en Botsuana y aunque de la misma familia, no hay que confundirla con el qat, las hojas euforizantes que se mascan en países como Yemen.
El fulminante apogeo de la metcatinona ha sorprendido incluso al Gobierno, que no ha designado esta droga como sustancia ilícita hasta el pasado mayo. Lo hizo a través del Ministerio de Sanidad y solo días después de que un juez de Maun, la quinta población del país, indicara que no existía ninguna norma que tipificara como delito la posesión de esta sustancia, ya que no figuraba en la lista que recoge la Ley Nacional de Tráfico Ilícito de Narcóticos, donde se establecen penas por vender sustancias estupefacientes de hasta 25 años de prisión.
La decisión llega cuando la nueva droga ya ha hecho estragos en la sociedad botsuana. “Yo comencé a fumar cigarros. Luego a beber alcohol. Más tarde fumé marihuana. Pero como nada de eso me colocaba mucho, probé el CAT. Fue el principio de los peores meses de mi vida”, dice Pearl (nombre ficticio), una mujer de 36 año que nació y vive en Gaborone y que pide el anonimato al contar su historia. “Cuando empiezas a consumir estas sustancias acabas rápidamente con todo tu dinero. Para que a mí no me pasara esto, opté por la prostitución. Iba con hombres a un hotel, me acostaba con ellos y lo que ganaba me lo gastaba en drogas”, añade. Pearl cuenta que tiene cuatro hijos, y que dos de ellos vinieron al mundo en esta época. “Tenía un empleo muy bueno, bien remunerado, pero lo destruí todo… Quería estar siempre colocada, y eso era incompatible con llevar una vida normal”.
Las experiencias de Pearl con la metcatinona son múltiples, diversas y dolorosas. Sin embargo, hay una que recuerda con especial crudeza. Ella la cuenta así: “Una vez fui a una casa con un chico. Habíamos estado fumando CAT y crack. Cuando llegamos a aquel lugar, vi que había muchos hombres. Tuve que acostarme con todos ellos. No fui muy consciente de lo que hacía. Como pago, solo recibí drogas. Creo que fue entonces cuando me contagie de VIH”, cuenta, describiendo una realidad tristemente común en Botsuana, un país con una prevalencia del virus del sida de un 20,3%, la cuarta nación del mundo más afectada tras Sudáfrica, Esuatini y Lesoto. “Había varias de estas viviendas, que llamábamos los hogares del crack. En mi barrio yo conocía al menos tres. Llegabas y te dejaban dormir, a menudo en un colchón en el suelo, a cambio de dinero o de sexo. Y si había algún problema, no podías protestar ni acudir a la policía. Claro, yo también estaba haciendo algo ilegal…”, prosigue Pearl.
Tras un par de episodios como el narrado, Pearl sintió que tocó fondo. “Ya había sufrido mucho. Mi hijo mayor, de 17 años, empezaba a darse cuenta de algunas cosas. Decidí que era hora de abandonar esa vida, de dejar de tomar drogas y de pedir ayuda”, dice. Contactó entonces con Drug Free is The New Cool, una organización con base en Gaborone que se dedica a concienciar sobre el peligro de las drogas y el alcohol y a facilitar la reinserción social y laboral a personas que, como Pearl, han sufrido las consecuencias de las adicciones. “No está siendo un camino fácil. Mi familia ya no confía en mí y me cuesta un mundo sacar adelante a mis hijos. Pero ahora puedo decir con orgullo que estoy de pruebas trabajando en una empresa y que llevo sin tomar nada desde febrero”, finaliza Pearl.
Un problema creciente
Según el Informe Mundial de las Drogas de 2023 de Naciones Unidas, África ha experimentado en los últimos años un aumento considerable de consumo de sustancias como cocaína, heroína o metanfetaminas y ha pasado de ser una región de destino a producirlas en muchos de sus territorios, sobre todo en el África oriental y meridional. Dicho organismo calcula que África experimentará un incremento del 40% en el uso de drogas para 2030, en consonancia con el boom poblacional.
Pese a que Botsuana no es un país con un alto número de habitantes, pues su población apenas alcanza los 2,6 millones de personas, y tampoco es un Estado pobre, ya que la explotación de sus minas de diamantes y un turismo basado sobre todo en sus exclusivos parques naturales ha dado como resultado una nación considerada de ingresos medios, sus ciudades principales no se encuentran exentas de algunos de los problemas crecientes en las grandes urbes africanas. El abuso de sustancias estupefacientes es uno de ellos. “Poco a poco se ha creado aquí un mercado bastante grande de droga. Además de la CAT, que puede fabricarse aquí, Botsuana es un lugar de tránsito. Traficantes que mueven su mercancía desde Angola o Namibia hasta Sudáfrica tienen que pasar por Gaborone. Eso complica mucho la situación, sobre todo para los jóvenes”, explica Tumelo Sengawane, fundador y director de Drug Free is The New Cool.
Sengawane también hace referencia a un pasado personal de adicciones y CAT. “La primera vez que oí hablar de esta droga fue en Francistown —la segunda ciudad más grande del país tras la capital—. Cuando la probé, me dije: ‘esto es tan bueno como la cocaína’. La euforia no es tan aguda ni dura tanto tiempo, pero puedes sentir intensamente la energía, el subidón y la confianza en ti mismo”, cuenta. El joven comenzó a mezclar el CAT con el alcohol, con marihuana y con otras sustancias estupefacientes. Y todo ello desembocó en el abandono de sus estudios universitarios, en peleas y en casi un año de cárcel. “Una noche, en plena euforia, me peleé con un tipo. Las secuelas para él fueron nefastas; estuvo en coma cuatro días. Me condenaron por un delito agravado de lesiones y tuve que entrar en prisión. Fue una época mala. El tiempo entre barrotes pasa realmente lento”.
Cuando salió de prisión, Sengawane decidió romper con todo su pasado y fundó la asociación con la que hoy conciencia sobre el peligro de las adicciones a decenas de jóvenes en su país. Una realidad que va a más tanto en su país como en el continente. “La gente piensa que solo afectan a un tipo determinado de personas, pero no es así. Hay quien es deportista y cae, quien saca las mejores notas en el colegio… Todo el mundo está en peligro”, finaliza Sengawane.