Para ciertas plantas no existen muchos libros cuyas líneas las definan. Y ello aún a pesar de que esas plantas también escriben, en el aire y con su perfume, historias de amor, historias de jardines. Al macasar (Chimonanthus praecox) estos días de enero no le hacen falta páginas para enamorar a quienes se encuentren con él, ya que se trata de un arbusto con unas flores fragantes, cuya esencia impregna el jardín en el que crezca. Su perfume es dulce, con un ligero toque especiado, con fondo de violeta (Viola odorata) y recuerdos a azahar (Citrus spp.). Pocas personas lo conocen, para su desgracia, porque debiera ser más cultivado. Pese a ser uno de los reyes en el jardín invernal, casi se podría afirmar que prácticamente ningún proyecto jardinero lo incluye en sus diseños.
En el Reino Unido saben de su existencia, amantes también de plantas modestas y no tan espectaculares, donde recibe el nombre de wintersweet (dulce de invierno, en castellano). Entre finales de diciembre y comienzos de marzo —dependiendo de la latitud y del clima—, el macasar florece sobre sus ramas desnudas. O más bien medio vestidas, cabría decir, ya que desde hace aproximadamente una decena de años ya no pierde todas sus hojas, por aquello de los inviernos más cálidos que tenemos. De esta forma, el macasar ha pasado de ser caduco a semicaduco, porque donde antes sus flores eran lo único que adornaban sus ramas, en invierno encontramos macasares en Segovia, Madrid o Granada con hojas verdosas y amarillentas que no terminan de caer, por si llegan unos rayos de sol más para realizar la fotosíntesis en pleno enero.
Históricamente, hay regiones en las que esta planta se ha cultivado más, como ocurre en partes de Andalucía. En aquellas ensoñaciones orientalistas se tenía una idea equivocada de su origen, como aclara Fran Villegas: “No había un jardín o carmen histórico granadino de los siglos XIX o XX que no tuviera un macasar en alguno de sus cuadros (lugar de plantación delimitado por setos). Es una planta muy arraigada en Granada, que se pensaba traída por los árabes en tiempos medievales, pero que, en realidad, no es así”, comenta el jardinero paisajista. Y ello lo corrobora el descubrimiento de esta especie para el mundo occidental en China, en regiones montañosas entre los 500 y los 1.100 metros. Su introducción en Europa fue gracias al botánico escocés James Main (1775 -1846); la primera cita de su cultivo en Italia, por ejemplo, se remonta a 1804. En su lugar de origen, sus flores son hervidas y después consumidas con aceite y sal, mientras que sus pétalos sirven para aromatizar infusiones como el té, además de contar con numerosas propiedades medicinales en el país asiático.
El macasar adora el sol y alcanza con facilidad los tres metros de altura, con una estructura muy ramificada. Sus hojas son lanceoladas o elípticas y con un tacto algo áspero, muy resistentes. Cuando este arbusto está en plena vegetación, cubierto de hojas, el aspecto es algo anodino, motivo por el cual seguramente no es tan popular. Pero cuando se aproximan los meses fríos ya se aventuran en sus ramas el espectáculo de su floración; inolvidable. Las pequeñas campanas que son sus flores miran hacia el suelo, como si quisieran evitar que la lluvia o la nieve las cegara si miraran hacia el cielo. Los tépalos —que no pétalos— tienen una cierta textura cerosa, seguramente para repeler en parte la excesiva humedad de muchos de los días invernales. Su color es amarillento, aunque a veces son más traslúcidos y de tonos crema a medida que pasan los días y envejecen. Se podría decir que la mayoría de los macasares que se ven en los jardines tienen las flores con su centro pintado de tonos rojizos. En ciertos cultivares, como ‘Luteus’, en cambio, las flores son amarillo intenso por completo.
Después de la floración aparecen algunos frutos dispersos por sus ramas, de los que se puede cultivar nuevas plantas a través de sus semillas. Para ello, es recomendable recolectarlas cuando la cubierta del fruto comienza a virar del verde al marrón, algo que ocurre alrededor de mayo o junio. Si se siembran entonces, las semillas gozan de un porcentaje de germinación muy elevado, incluso de más del 90%. En cambio, si la recolección se efectúa con el fruto seco, el éxito en la germinación desciende drásticamente.
Para disfrutar estos días de su floración, hay que buscar la aguja en el pajar, porque no será fácil de encontrar en ciertas provincias españolas. En los jardines antiguos hay mayor esperanza, especialmente en las regiones con inviernos fríos. Si no, los jardines botánicos suelen cuidar de algún ejemplar, como en el Jardín Botánico de Madrid, muy cerca de su huerta. Macasar, un nombre para recordar. Y para plantar más.