A las nueve de la mañana abre la oficina para tramitar las ayudas de la Generalitat en el Ayuntamiento de Alfafar. Este martes fue el segundo día. Las mesas de los funcionarios que atienden las solicitudes se han habilitado apresuradamente en la sala de plenos, porque el resto de las dependencias municipales no están en condiciones. Los vecinos, muchos, casi todos con botas de goma y chaquetas de chándal, esperan en la calle en una larga cola silenciosa desde las siete o las siete y media. Saben que solo se atenderá a un centenar de ellos y por eso se esfuerzan en madrugar. La Generalitat entregará 6.000 euros a todo aquel que acredite, antes del 15 de diciembre, que vivía en una planta baja y que esa vivienda ha sido afectada por la riada del pasado martes 29 de octubre. Ya las han solicitado más de 15.000 personas. Son 6.000 euros para reponer los muebles y electrodomésticos, para pintar la casa o volver a tratar de adecentar el suelo, aunque aún no se sabe cuándo se empezará a cobrar. Todos los vecinos de la cola de Alfafar guardan en el móvil fotos y vídeos inverosímiles de lo que les pasó esa noche y que enseñarán a los funcionarios. Una señora mostrará cómo todos los muebles de su casa flotaban a la una de la madrugada. El que más y el que menos lleva también un papel que prueba su residencia: la escritura, un recibo de la luz o del teléfono. Si los documentos también se los llevó el barro, bastará con decir el nombre si se está empadronado en Alfafar. En la cola se percibe mucha resignación y mucho cansancio, poca esperanza en los días que lleguen y una infinita melancolía por lo que se ha perdido. Todos llevan en la mano el papelito del número de orden de la lista.
El 27 corresponde a un señor de 53 años que prefiere no decir su nombre. No ha venido a reclamar la ayuda. Está en la cola para que los empleados del Ayuntamiento le ayuden a tramitar el paro. Al día siguiente de la riada, el jefe de la empresa de construcción donde trabaja a 20 kilómetros de Alfafar desde hace siete años le llamó por teléfono y le preguntó si iba a ir. El hombre respondió que no, que no podía moverse del pueblo, que su coche estaba perdido, que Alfafar estaba paralizada, que su calle estaba embarrada de arriba abajo y que, incluso si por una casualidad remota encontraba el coche y este funcionaba, no se sentía con fuerzas ni ánimo para salir de casa y dejar a su mujer. El jefe le respondió que no iba a poder afrontar los pagos de la seguridad social y que tenía que despedirle. Así. En una frase por teléfono. Lo de los pagos de la Seguridad Social no es cierto porque con el ERTE aprobado el pasado día 6 por el Gobierno para los afectados por la dana, sería el Estado el que correría con los gastos de las cotizaciones. Pero el hombre del número 27 asume que es demasiado tarde. Le acompaña su mujer en la cola, que no dice nada. “No tengo mucha fe en el futuro”, comenta el hombre, “pero a lo mejor si todo mejora, en unas semanas, me vuelve a contratar, por eso prefiero que no pongas mi nombre ni lo que pienso de mi jefe”.
No muy lejos esperan Joan Zúñiga y Patricia Gómez. Son el número 46. Él tiene 32 años y es cocinero. Ella 28 y es limpiadora y está embarazada de ocho meses. Enumeran en un hilo de voz lo que han perdido: los muebles y los electrodomésticos, por supuesto, pero también las colecciones de Joan de videojuegos y de figuras y de tebeos de manga, y la cuna y el carrito y la habitación preparada de la niña. Viven ahora en Valencia, en casa de unos familiares y reconocen que se sienten muy mal de ánimo. “Lo teníamos todo a nuestro gusto y ahora hay que empezar otra vez”, dice Joan. “Venimos todos los días a limpiar, y espero que estas ayudas y otras lleguen de verdad y lleguen pronto, porque yo quiero que mi casa esté lista cuando nazca mi hija”.
El número 65 es para Francisco Gómez, de 52 años, que asegura que solo posee el pantalón de chándal y la camiseta naranja que lleva puesto y el carné de identidad que guarda en el bolsillo y que encontró de milagro en su casa anegada. Está en un ERTE y viviendo en casa de su hermano, que ha alojado a varias personas más. Son diez en el mismo piso. Él duerme en una mesa.
Y el 69 pertenece a Pepa Jimeno, de 70 años. Tiene la mirada perdida en el final de la cola. Está nerviosa. Le tiembla la mano. Está a punto de echarse a llorar. “En mi casa solo hay cuatro paredes húmedas y un coche lleno de barro en el garaje que aún no he podido sacar”. Pasó toda la noche de la riada sola, llena de barro y aterrada en la azotea pensando que iba a morir ahogada y da la impresión de que algo de ella se ha quedado en esa azotea para siempre. “No sé qué hacer, si vale la pena seguir, no tengo ganas de vivir”, confiesa. “Hace unos años superé un cáncer y ahora esto. ¿Qué queda más?”.
Se acerca un funcionario municipal con la cara exhausta y tras formar un corrillo de gente explica lo que lleva explicando toda la mañana, pero lo hace con la misma convicción y la misma seriedad que la primera vez porque sabe que habla a gente que necesita sus indicaciones: “A las ayudas de la Generalitat hay que sumar las del Gobierno, que podrán empezar a pedirse a partir del jueves”, dice.
– Así que a venir el jueves también-, exclama una mujer vestida de verde
El funcionario asiente y prosigue: “Son 10.000 euros para los enseres y muebles, que se podrán sumar a los 6.000 de la Generalitat. Además, hay 60.000 euros si la casa se ha destruido, 41.000 euros si hay daños estructurales y 20.000 si hay daños no estructurales”. Y añade, tras echar una ojeada al corrillo: “Y 72.000 euros para los familiares de algún fallecido. Aunque espero que aquí no haya ninguno en ese caso, afortunadamente”.
La mujer de verde, que tiene el número 91 y se llama Nuria Duque pone una cara rara y dice:
– Yo conozco a una amiga que sí está en ese caso.
Todos se callan de golpe y el funcionario recita para salvar la situación y rellenar ese silencio amargo que las ayudas quedan exentas de la declaración del IRPF y que no pueden ser embargadas nunca. Después se marcha a explicar lo mismo a otro grupo de personas llenas de preguntas. Las horas pasan. La cola avanza muy lentamente. Algunos tendrán que volver mañana. Habrá números nuevos, pero las historias serán las mismas.