Letonia. Julio de 2024. El gran coche negro envuelto en una maraña de vehículos de escolta avanza a toda velocidad por la estrecha carretera que une la base militar de Adazi con el aeropuerto de Riga. Llevamos 48 horas pisando los talones del alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (PESC), Josep Borrell, el encargado en 2019 por los jefes de Estado y de Gobierno comunitarios de ser la voz y el puño de la diplomacia y la seguridad de Europa en el mundo, durante un viaje relámpago a las repúblicas del Báltico. En esta minigira se va a encontrar también en Tallín con Kaja Kallas, primera ministra de Estonia (cargo que dejaría el 23 de julio de 2024) y la persona designada por los 27 para relevarle a partir de diciembre. Los Estados bálticos cuentan con una frontera de más de 700 kilómetros con Rusia que están reforzando a marchas forzadas con centenares de búnkeres denominados oficialmente “instalaciones defensivas antimovilidad”. Es el límite geográfico de la Unión Europea con el imperio de Vladímir Putin.
En el Báltico se vive desde hace más de 1.000 días, desde la agresión de Rusia a Ucrania el 24 de febrero de 2022, en un estado de “ansiedad existencial”. Temen convertirse en la siguiente ficha en caer en el tablero revisionista de Vladímir Putin, ser invadidos, colonizados, que les instauren gobiernos títeres y perder la democracia que recobraron a comienzos de los noventa, al desgajarse de la Unión Soviética tras 50 años de ocupación y dictadura. En 2004 ingresaron en la OTAN y la UE. Era su seguro de vida. Su gasto en defensa, en porcentaje de su PIB, es uno de los más altos de Europa. La inquietud se detecta en cada conversación en Tallín o Riga. Sienten la amenaza.
Tradicionalmente atlantistas, confían hoy en la UE más que nunca. Saben que el triunfo del aislacionista Donald Trump y la posible retirada de ayudas militares de Estados Unidos para la defensa de Ucrania (que durante la Administración de Biden han supuesto 100.000 millones de euros) puede dejar a estos territorios de Europa a su suerte. Lo mismo que una hipotética retirada de la OTAN de la región (Estados Unidos corre con más del 70% de los gastos de la Alianza). Y son conscientes también de que el nuevo presidente de Estados Unidos puede decretar una paz humillante para Ucrania a cambio de territorios (el 20% de Ucrania) para Rusia: “Lo que envalentonaría a Putin para futuras aventuras expansionistas, para empezar, en Moldavia, que no es miembro de la OTAN ni de la UE”, explica un veterano diplomático comunitario, que continúa: “Para Putin, la apuesta es derrotar a Ucrania (algo que está logrando lentamente) y crear una división entre los miembros de la Unión Europea (la actitud del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha sido evidente en ese sentido) como paso previo a reconstruir el liderazgo de Rusia como centro de una supuesta civilización euroasiática. Putin ha perdido medio millón de soldados pero sigue adelante”. Ante el riesgo de una escalada en el Báltico, un político estonio se agarra en Tallín al artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea que recita de corrido: “Los Estados miembros establecen el compromiso de prestar ayuda y asistencia, con todos los medios a su alcance, a cualquier otro Estado miembro objeto de una agresión armada en su territorio”.
A esta afirmación contesta en Madrid el general Miguel Ángel Ballesteros, exdirector del Departamento de Seguridad Nacional: “Sí, el artículo 42.7 está muy bien, pero tiene que aprobarlo cada país miembro de la UE, donde no hay gran celeridad en la toma de decisiones. Y luego, ¿con qué atacamos? Si nos marchamos de Kabul en agosto de 2021, cuando Estados Unidos decidió aceleradamente abandonar Afganistán, sin poder montar una operación para proteger y evacuar a gente que había trabajado con nosotros y se había quedado atrapada con los talibanes. Tenemos graves carencias. La UE va en buena dirección en materia de seguridad, pero no podríamos defendernos sin el paraguas de los americanos y la OTAN (que los líderes europeos siguen considerando la cabeza de nuestra defensa colectiva). Yo nunca veré un ejército europeo”. A lo que añade Félix Arteaga, analista del Real Instituto Elcano: “Lo importante no es un ejército europeo, sino una idea clara de hacia dónde vamos”.
Según distintas fuentes, las 27 fuerzas armadas europeas (que un general español define como “ejércitos bonsái”) adolecen de sistemas complejos de mando y control de las operaciones; de inteligencia, especialmente tras la salida del Reino Unido de la UE; de radares y defensa antiaérea (una de las claves en estos momentos, como se ha visto en Israel ante los ataques iraníes); drones, reabastecimiento en vuelo, municiones y, de forma preocupante, de ciberdefensa. Sus depósitos de armas estaban exhaustos desde la crisis económica de 2008 y el vertiginoso descenso posterior de inversión en defensa por parte de los Estados miembros. En tiempo récord han tenido que reponer esos stocks y, al tiempo, enviar centenares de miles de proyectiles a Zelenski para que resista. Su compromiso era dotar a Ucrania de un millón de obuses y cohetes en un año. Se han quedado a medio camino. La industria no ha dado para más.
Tras la invasión de Ucrania, los 27 se han tenido que poner las pilas en su inversión en defensa. Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), entre 2023 y 2024 ha aumentado de 200.000 a 300.000 millones de euros. Y el gasto este año ha sido un 50% superior al de 2014, cuando Rusia anexionó Crimea y se vieron las orejas al lobo. El canciller alemán, Olaf Scholz, anunció tres días después de la invasión de Ucrania que iba a crear un fondo especial de 100.000 millones (dentro de su concepto estratégico momento decisivo) para la defensa de Alemania, un país ausente de los asuntos militares globales desde la II Guerra Mundial. Veinte países europeos superan ya la cifra mágica (marcada por la Administración de Obama en 2014) del 2% de su PIB de gasto en capacidades militares: Polonia está por encima del 4%, y los bálticos, del 3%. No así España, que anda por el 1,3%, aunque, “desde la invasión de Ucrania en 2022, el Gobierno de Sánchez ha aumentado la inversión un 67%”, según explica Ricardo Martí Fluxá, presidente de Tedae, el lobby del sector de empresas de armamento, seguridad y espacio en España, cuya facturación en 2023 fue de 13.900 millones de euros.
La industria europea de la defensa (un gigante con unas ventas, según el Parlamento Europeo, de 120.000 millones, 465.000 empleados, un número limitado de grandes compañías multinacionales y más de 2.000 pymes), que debería ser un pilar de la autonomía estratégica europea, muestra, por el contrario, una absoluta fragmentación, minifundismo y falta de coordinación para atender la creciente demanda de los socios europeos. Un programa de armas puede tardar 20 años en materializarse. Se pretende que el 60% de las compras sean de industria europea en 2035, y el 40% en colaboración. Hay que ponerse en marcha. Explica Borrell: “En Estados Unidos hay un solo ejército. Tienen un solo modelo de tanque, y en Europa, 12. Y de cazas y fragatas, cada país europeo tiene los suyos y no son interoperables. Y así sucesivamente”. Hoy, la consigna en la UE, bajo el dictado de Ursula von der Leyen, es comprar más, mejor, juntos y europeo.
La realidad es distinta. En torno al 80% de las armas que adquiere la Unión Europea se fabrican fuera de sus fronteras; más del 70% son americanas. Solo el 18% de los programas de capacidades militares de la UE se hacen en conjunto. Los expertos afirman que se está perdiendo la carrera tecnológica frente a China y EE UU. “Y esas dependencias nos hacen vulnerables”, explica Manuel de la Rocha, director de Asuntos Económicos de la Presidencia del Gobierno y sherpa del presidente Sánchez en las cumbres internacionales. Y continúa: “Con la pandemia nos dimos cuenta de que no podemos depender de socios no fiables en aspectos críticos de nuestra cadena de suministro, como la energía, los chips, el litio, el cobre o, incluso, el paracetamol, porque te hace más vulnerable. Tu cadena de suministro no debe ser la más barata sino la más segura. Con ese paradigma, Europa debe hacerse cargo de su defensa. No depender de la OTAN. Y eso supone desarrollar una tecnología industrial de doble uso (militar y civil) y que proporcione empleos de calidad. Pero aún nos falta tamaño”.
Para conseguir esa envergadura industrial, el Gobierno ha confiado en la centenaria compañía de tecnología y defensa Indra como “empresa tractora” y “autoridad de diseño”, para crear en torno suyo un núcleo duro de firmas de defensa que aporten subsistemas a los sistemas y “hacer productos propios, desde el diseño y la ingeniería hasta su fabricación, certificación y sostenimiento. Competir y que esa tecnología se quede en España. Ser dueños de ese sistema, exportarlo y mejorarlo. Y que su uso sea dual, militar y civil”, explica César Ramos, director general de Tedae, la patronal del armamento. Contemplando en las factorías de Indra a las afueras de Madrid algunos de sus sistemas, como el radar Lanza, de una altura de tres pisos, que puede detectar y rastrear misiles y drones a 500 kilómetros, o el simulador de vuelo del caza Eurofighter (capaz de realizar maniobras virtuales con los países socios en una nube de combate), se comienza a entender el uso dual de esta tecnología nacida para la guerra pero que sirve para la paz, como ocurrió con internet o el GPS.
“Pero lo que realmente falta es voluntad política”, exclama Josep Borrell. “La fuerza sin voluntad no sirve. Veintisiete ejércitos no son un ejército. Y, además, ¿quién lo mandaría, a qué autoridad política respondería? Porque la UE no tiene presidente. La política de defensa es competencia de los Estados; no es comunitaria, sino intergubernamental. Y los países se deben pronunciar por unanimidad. La Comisión no pinta nada. Cada Estado manda en sus Fuerzas Armadas y, celosamente, en su industria. Y los miembros no están dispuestos a desprenderse de esa soberanía [como sí han hecho con el euro, el comercio, la transición ecológica o las fronteras] porque los ejércitos son su última escenificación como Estados nación. Ningún país cede. Y se necesita una mayor integración de la defensa. Operacional e industrial. Mi trabajo ha sido coordinar y buscar esa posición compartida entre los 27, y avanzar en la construcción de una política común. Y esta se ha materializado en ayudar y defender a Ucrania desde el primer día. Y, por el contrario, los jefes de Gobierno no se han puesto de acuerdo para exigir un alto el fuego en Oriente Próximo ni para sancionar a Israel por su actuación en Gaza. Ni tampoco ha habido unidad en el Sahel, de donde nos hemos marchado porque cada país ha ido a lo suyo. Han sido fracasos. Se ciernen amenazas sobre Europa. La guerra convencional de alta intensidad ha llegado para quedarse. La UE tiene que ocuparse de su defensa. Dos años antes de la invasión de Ucrania ya dije que Europa debía aprender el lenguaje del poder”.
Borrell, de 77 años, ingeniero aeronáutico, economista y profesor, es un europeísta puro y romántico y un político de raza. No es un tipo fácil. Es ejecutivo, rápido, pincha, cuestiona los datos, tiene criterio, jamás se calla y tiene, según el embajador español Francisco José Fontán (que ha sido su sombra y director de gabinete), “una brújula moral como una casa”. “Es una voz audible, valiente y crítica, a veces entre silencios pavorosos, como el conflicto humanitario de Palestina. Ha agitado conciencias y no se ha escondido”, añade. “Ha sido un político entre burócratas”, describe la diplomática italiana Raffaella Iodice, responsable del Centro de Respuesta a las Crisis de la UE. “Decidió que volviéramos a Afganistán el mismo 2021; yo he sido su representante en ese país hasta el verano de 2024. Borrell fue muy valiente, creyó que la UE tenía que estar allí para proteger y presionar al régimen de los talibanes por los derechos de las mujeres. No abandonarlas”.
El alto representante se reúne en este último viaje a los bálticos como Mister Pesc con jefes de Gobierno, ministros de Defensa y Exteriores y mandos militares; visita los campamentos de la OTAN en Estonia y Letonia, con cerca de 3.000 soldados (entre ellos medio millar de españoles), despliega discursos contundentes y contesta entrevistas. Su ritmo es trepidante. Propio de un montañero de La Pobla de Segur (Lleida). Hacemos juntos en su coche el último trayecto de su agenda hasta el aeropuerto de Riga, gracias a los oficios de su asesora especial, Montserrat García Martínez. En la burbuja blindada de la limusina, Borrell se concede unos instantes de sosiego y susurra en tono doctoral: “La UE no es una unión militar como la OTAN. Nació para evitar las guerras en Europa. Su arma era el comercio. En la Unión Europea, la defensa, como bien público, es competencia de los Estados, y no la han transferido. Sin embargo, en los mismos Tratados, esos miembros han expresado su voluntad de construir una seguridad común que (con el verbo en condicional) podría llegar a ser una unión defensiva. Pero lo tendría que aprobar por unanimidad el Consejo Europeo. La UE llegará en defensa hasta donde los Estados quieran que llegue. Mientras, se van dando pasos, que han sido más rápidos por los conflictos de Ucrania y Oriente Próximo. En eso me he empeñado en estos cinco años”.
—¿Por ejemplo?
—Cuando llegué, en 2019, la política de defensa era embrionaria, de segundo orden. Nadie se leía nuestros informes y lo militar estaba mal integrado. Y hoy funciona. Tenemos un servicio diplomático potente, una guía de riesgos y amenazas [la Brújula Estratégica] y una estructura para los países que quieren ir más rápido y lejos en sus operaciones conjuntas y su integración militar e industrial [la Pesco]. Tenemos un organismo [CARD] que revisa la situación de defensa de cada país: lo que nos sobra y nos falta. Y un Fondo Europeo de Defensa para el desarrollo de tecnologías, adquisiciones en común y producción de municiones. Y hemos trabajado en una Capacidad de Despliegue Rápido que estará compuesta por 5.000 efectivos y nos permitirá reaccionar de forma eficaz ante las crisis y proteger a los ciudadanos y los intereses de la Unión Europea en el mundo: hubiera sido ideal en 2021 para evacuar Afganistán. Y lo que es más importante, hemos creado una bolsa de 18.000 millones, de los que 11.000 son para ayudar a la defensa de Ucrania, a los que se suman las ayudas bilaterales de los Estados miembros, que ascienden a otros 38.000 millones. Sin contar con el entrenamiento y equipamiento que hemos llevado a cabo con 64.000 soldados ucranios. Esto era impensable hace tres años. No queremos la guerra, queremos la paz. Pero queremos una paz justa. En la que Rusia pague por la destrucción y reconozca su culpabilidad moral. Queremos una paz que proteja la integridad territorial y la soberanía de Ucrania, no la paz de los cementerios”.
—¿Cuál ha sido su logro como alto representante?
—Haber logrado que los 27 den armas a Ucrania de forma coordinada. Y eso ha sido unirse. Y llevar la delantera. Putin ha conseguido lo contrario a lo que quería, que era dividirnos. Y lograrlo no ha sido fácil: nunca la Unión había comprado armas [los Tratados dicen que su presupuesto no se puede utilizar para financiar gastos derivados de operaciones que tengan implicaciones militares], pero llevamos haciéndolo tres años de forma coordinada con las aportaciones de cada socio, aunque Orbán no nos ha dejado gastar 6.500 millones del Fondo y está debilitando la posición común de la UE. Cuando no vamos juntos, los europeos somos más débiles.
Esta última idea la remacha la nueva alta representante, Kaja Kallas: “Podemos derrotar todas las amenazas que se nos presenten si los europeos nos mantenemos unidos: desde los ciberataques hasta la manipulación de la información y la hostilidad externa contra nuestros procesos democráticos. Hemos logrado alejarnos juntos de los combustibles fósiles rusos para construir nuestra propia seguridad energética. Ese es el camino”.
Tallín. Kallas recibe a Josep Borrell en el sobrio palacio de Stenbock, sede del Gobierno estonio. Se reúnen un par de horas a solas. A la salida, el gesto de ambos es serio. Kallas no mueve un músculo. Abogada y política, de 47 años, de ideología liberal y experiencia en el Parlamento Europeo, es una halcón en su condena sin paliativos y su exigencia de responsabilidades penales, económicas y políticas a Rusia por la invasión de Ucrania. Putin ordenó su detención en 2022 por “acciones hostiles contra Rusia y la profanación de la memoria histórica”. Ella contesta: “El sueño imperialista ruso nunca ha muerto”. Y detalla: “La victoria de Ucrania es una prioridad para todos nosotros. La situación en el campo de batalla es muy difícil y por eso debemos seguir trabajando todos los días —hoy, mañana y mientras sea necesario— y con tanta ayuda militar, financiera y humanitaria como sea necesaria. Y esto debe estar respaldado por un camino claro para que Ucrania se una a la Unión Europea”.
Primera ministra de Estonia desde 2021, Kallas era la candidata cantada para relevar a Borrell como alta representante. Eso se rumoreaba la pasada primavera en Bruselas, una ciudad con sobrecarga de asesores, lobbistas y espías. Para un alto diplomático europeo: “Era la única aspirante, sin rival. Tiene imagen, carisma, comunica bien y ha sido primera ministra, por lo que conoce de igual a igual a los 27, y ha tenido acceso a toda la información del Consejo Europeo. Y se lleva bien con Von der Leyen [que tiene una ideología intercambiable con la suya], con la que tendrá que bregar, porque Ursula se está metiendo mucho en defensa a través de sus competencias en industria. Kallas es anti-Putin y es valiente. Y tiene al enemigo a las puertas. Su elección es un mensaje directo de la UE a Rusia”. “Pero, aunque se centre en Ucrania, no puede olvidar lo que está pasando en Oriente Próximo, África, Irán, Afganistán, Venezuela o Taiwán. Son también nuestros intereses”, añade la embajadora Iodice. “Cuando fue designada alta representante, le envié un globo terráqueo puesto del revés, para que contemplara el mundo con mirada amplia”. La hoja de ruta de Kallas es mano dura con Rusia, una etérea solución de dos Estados en Oriente Próximo y no perder de vista a Irán, Corea del Norte “y parcialmente a China”. Y desarrollar la industria europea. “No podemos aceptar que Rusia, Irán y Corea del Norte produzcan más equipos y municiones que toda la comunidad euroatlántica. Necesitamos invertir más en defensa y asumir más responsabilidades. Tenemos los medios para superarlos”, recalca. Y concluye: “Sin el apoyo de China a Rusia, esta no podría continuar su guerra con la misma fuerza. China también tiene que pagar un costo más alto por ese apoyo”.
La base de Tapa, la mayor instalación militar de Estonia, está a dos horas de Tallín. Aquí está acantonado uno de los battlegroups multinacionales que la OTAN tiene destacados en el este de Europa, al igual que en Bulgaria, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania y Eslovaquia (este bajo mando español). No son grandes unidades, cuentan entre 1.000 y 2.000 soldados de la Alianza Atlántica, pero, según explica un diplomático experto en seguridad: “Son el cebo. Su misión es aguantar la primera oleada. Si un día a Putin se le ocurre atacar y toca un pelo a uno solo de estos militares, le daremos con todo”.
En la base de Tapa se trabaja a destajo. Como en la de Adazi, en Letonia. Crecen por días. Hay espacio e instalaciones para 5.000 personas. En sus 10 kilómetros cuadrados se suceden los depósitos de armas, helipuertos, lanzacohetes, carros, vehículos de zapadores, y una completa logística con miles de neumáticos y piezas de repuesto. En una sala aislada se desarrolla una reunión de la inteligencia de Estonia. El joven coronel jefe de operaciones del ejército de Estonia desarrolla ante Borrell, delante de un gran mapa, el concepto de fait accompli (hecho consumado) que ha seguido Rusia durante las dos últimas décadas en sus operaciones militares en Chechenia, Georgia, Crimea, Siria y Ucrania. “Siempre pensábamos que no iba a atacar… y atacaba. Hemos padecido en Europa esa tendencia humana a negar la evidencia de los hechos que no nos gustan. Pero Putin atacó. Y volverá a hacerlo. No podemos quedarnos parados. Rusia se basa en la sorpresa y el despliegue rápido. Lleva la iniciativa. Si nos golpea, lo hará con el doble de fuerzas que con Ucrania. Los bálticos son su mejor escenario para que colapse todo el sistema occidental; Rusia tiene más experiencia y los occidentales pueden ser sorprendidos de nuevo. Nuestra solución es ganar la primera batalla en la frontera. Mantenerlos a raya. Ser defensivos y también ofensivos. A partir de ahora, todos los momentos son cruciales”. Un político me cuchichea: “No es miedo psicológico, es la realidad”. Borrell reflexiona al final de la reunión: “Nos toca ser el efecto disuasorio a una invasión de Putin en el este de Europa. Si los ataca, que sepa que no están solos”.
Bruselas. Octubre de 2024. Borrell recoge su despacho de alto representante en la sexta planta del edificio del Servicio Europeo de Acción Exterior, en la rotonda Schuman 9A. Van saliendo cajas. Es un enorme espacio acristalado, casi como un loft neoyorquino, desde el que se divisa el edificio de la Comisión Europea y, a su izquierda, el del Consejo. Las dos instituciones de la UE, una comunitaria, la otra intergubernamental, entre las que ha tenido que mediar en diplomacia y seguridad durante estos cinco años. De un lado, la poderosa Von der Leyen; del otro, los 27. Entre los dos, un campo de minas. Es el paisaje que se va a encontrar Kaja Kallas.
Borrell retrocede a los primeros días de 2022. “El 4 de enero, un mes largo antes de la invasión, me desplacé dos días a Ucrania. Quería ver qué estaba pasando. Ya se encontraban las tropas rusas estacionadas en la frontera y se sucedían las operaciones de insurgencia para debilitar a Ucrania. Visitamos el frente del Donbás, muy castigado por la guerra. A la vuelta a Kiev, el primer ministro, Shmyhal, me dijo mirándome a los ojos: ‘Putin nos va a atacar. Aunque vosotros penséis que no, sabemos que va a atacar. ¿Nos vais a ayudar? ¿Nos vais a proporcionar las armas que necesitamos para defendernos? Aunque no vengáis a luchar, ¡dadnos las armas!’. Nunca lo olvidaré. Hablaba de su supervivencia. Mirándole también a los ojos le contesté que sí…, pero tampoco pude darle una respuesta rotunda. No sabía si la UE lo iba a hacer. Nunca antes había proporcionado ayuda militar a un país en guerra”.
De vuelta a Bruselas, el 6 de enero, Borrell llamó al director político de su servicio exterior, el veterano diplomático español Enrique Mora, especialista en Irán y en negociación nuclear, con una compleja agenda de contactos en medio mundo, que recuerda: “El alto representante me dijo en pocas palabras, ‘algo tienen en la cabeza los rusos. Vete a Moscú e infórmame’. Volé al día siguiente y hablé con tres buenas fuentes, gente importante en la Administración. Y me confiaron que Putin no tenía un plan b y que iba a invadir. Volví y le mostré el escenario a Borrell. El día 24 de febrero Putin entró en Ucrania”.
“Los primeros días de la guerra, Ucrania pudo resistir gracias a los viejos depósitos de armas de la era soviética que aún conservaban los socios europeos del Este, que les eran conocidos a los ucranios y eran interoperables con sus sistemas, y transfirieron en muy poco tiempo”, relata Josep Borrell. “Fueron vitales para aguantar cuando los tanques rusos llegaron a las puertas de Kiev. Yo llevaba tiempo dándole vueltas a cómo suministrar armamento a Ucrania. Y se me ocurrió que teníamos el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, que servía para financiar nuestras misiones en el exterior y contaba con la posibilidad de reforzar a los ejércitos de fuera de la UE a los que asistíamos. Se había utilizado para equipar a Fuerzas Armadas africanas con uniformes, cascos, botas. En este momento era el instrumento perfecto para ayudarlos. Forjé el acuerdo. El 28 de febrero la UE autorizaba un primer desembolso de 500 millones para apoyar a Ucrania (cuando algunos optimistas consideraban un éxito que lográramos 50 millones). Hoy son más de 11.000 millones. Pero si paramos esos envíos y Estados Unidos se retira, los ucranios no tienen munición para resistir dos semanas”. El último apoyo como “pato cojo” del presidente Joe Biden a Ucrania ha sido levantar la prohibición del uso de los misiles americanos de largo alcance contra Rusia. Una decisión en tiempo de descuento que a su vez podría anular Donald Trump cuando sea comandante en jefe, a partir del 20 de enero.
La UE no es una potencia militar, pero es una potencia económica y de cooperación que basa su acción, según los Tratados, en la “adhesión a los principios de libertad, democracia y respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales y del Estado de derecho”. Pocos actores estratégicos atesoran tan altos ideales. Europa no tiene un ejército federal, pero es experta en la gestión de crisis, la respuesta a emergencias, la interposición, la cooperación, la ayuda humanitaria y la reconstrucción. El Team Europe de la UE es el primer donante mundial en ayuda al desarrollo. Desde octubre de 2023, ese instrumento ha enviado 1.000 millones de euros a Palestina. Y la Unión Europea ha mantenido en pie financieramente a Ucrania con líneas de crédito y subvenciones por valor de 57.800 millones. Lo explica el sociólogo y político socialista Pau Marí, que presidió la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso entre 2020 y 2023: “No les hemos enviado armas de precisión como los americanos, pero hemos gastado mucho en mantener Ucrania a flote. Hemos pagado los sueldos de su Administración y sus soldados; hemos financiado el funcionamiento ordinario del Estado; hemos enviado generadores para que el país no se paralizara tras los bombardeos de Putin a sus centrales eléctricas. En Kiev, todo funciona, está presente la guerra, pero no es un Estado fallido. No se ha derrumbado. Y la UE tiene mucho que ver”.
“Hace solo cinco años, en 2019, lo de la defensa europea era puro pensamiento ilusorio y ahora, terminando 2024, ya no es una cuestión de humo y debates sin sentido”, explica la diplomática María Lledó, ex secretaria general para la UE en el ministerio español de Asuntos Exteriores. “Se ha avanzado. Hay unas amenazas claras. Se acabó el buenismo. Incluso los países frugales apuestan por dar dinero a la industria militar. Pero se va a quedar ahí, en lo industrial, no contemplo una cesión real de soberanía de los 27 en materia de defensa”. Poco a poco, sin embargo, la Unión Europea ha ido desarrollando en 25 años una compleja caja de herramientas en política exterior y seguridad que inició el primer alto representante, Javier Solana, en 1999. Una tortilla que ha cuajado durante el turbulento quinquenio de Borrell. En un lustro ha dotado de músculo a los instrumentos de seguridad y defensa europeos. Junto a su despacho hay una discreta puerta blindada y con código, por la que se accede a las tripas del Servicio Europeo de Acción Exterior. Ahí está el Centro de Respuesta a las Crisis, cubierto de pantallas con informativos rusos y árabes, y mapas que evolucionan en tiempo real y señalan y clasifican las amenazas. Es el instrumento de comunicaciones seguras que conecta a Bruselas con las 144 embajadas de la UE, y da seguridad a sus funcionarios y a los ciudadanos europeos en territorios en conflicto, desde Sudán y Yemen hasta Líbano, Ucrania o Níger. Recibe también a diario las imágenes captadas desde el espacio y su consiguiente análisis del Centro de Satélites de la UE, en la madrileña base de Torrejón, dirigido por el contraalmirante francés Louis Tillier. El Centro de Respuesta cuenta con 77 analistas, diplomáticos, militares y policías. Un coronel español destinado en él explica: “Aquí se trabaja 24 horas. Nos llega información por todos los medios posibles de cada país: nuestro equipo la procesa, comprueba si es desinformación o fake news y hace informes clasificados. Y también proporciona una alerta temprana global, integral y oportuna, poniendo sobre aviso a todos los actores implicados”.
En Bruselas, en el 88 de la discreta calle Arlon, en un edificio gris y anodino, se encuentran otros dos instrumentos de política exterior y de seguridad de la UE: el Centro de Inteligencia y el Estado Mayor Militar. El primero lo dirige el comandante croata Daniel Markic, que estuvo al frente de los servicios secretos de su país. El Intcen concentra a un centenar de analistas, procedentes de la inteligencia de los 27, entre ellos algunos miembros del español CNI. Sus agentes no adquieren información mediante acciones clandestinas, pero se nutren de la información que los socios les facilitan (cuando se la facilitan). El segundo lo manda el teniente general holandés Michiel van der Laan, que dispone de 200 oficiales en su staff y 115 para el planeamiento militar. Su Estado Mayor podría ser el embrión del futuro cuartel general del ejército europeo. Como explica Javier Solana, de 82 años: “No será fácil, pero un día puede haber un ejército europeo, como pasó con el euro. Es clave que se vaya formando entre los 27 una coalición de países que quieran ir más lejos en defensa juntos, como pasó con la moneda europea. Y que ningún país de la UE lo vete, como ningún socio lo hizo con el euro, simplemente no cedieron esa soberanía. Y hoy es la moneda de 350 millones de personas. Puede haber dos velocidades”.
El final de esta historia tiene regusto a moraleja. El arma secreta de la UE a favor de Ucrania no es un misil, sino los 260.000 millones de euros en activos rusos (en valores y efectivo) inmovilizados en la UE, los países del G-7 y Australia desde el comienzo de la invasión, de los que el 70% está retenido en la Unión. Según explica un diplomático: “Putin pensó que la invasión era cosa de dos días y no los retiró de nuestros bancos. La UE ya ha entregado a Ucrania 1.500 millones en intereses generados por ese capital. Y no se descarta que esos 260.000 millones se usen un día para reconstruir Ucrania, sobre todo si EE UU la abandona. Es complejo jurídicamente, pero posible”.
Esta arma responde a una frase de Josep Borrell que ha hecho historia —”y que me ha copiado Macron”, añade—: “Europa no puede ser el único herbívoro en un mundo de carnívoros”.