La industria ha florecido históricamente en lugares propicios desde el punto de vista energético. Tiene lógica. El País Vasco es buen ejemplo de desarrollo fabril aprovechando los cauces fluviales. No por casualidad la cuenca del Ruhr, al oeste de Alemania, con su acervo minero y su producción de carbón, se convirtió hace ya algún siglo en el pulmón industrial de la Alemania de los altos hornos y la industria pesada. Hoy que los tiempos caminan hacia modelos no tan sucios, y hasta ese polo germano vende su giro hacia la innovación y la apuesta por las startups, quienes pueden presumir de energía verde son también los mejor posicionados para aspirar a la ‘pole position’ en atracción de empresas. La cosa incluso mejora si, además de tener sol y viento por castigo, los costes laborales del país son comparativamente más bajos que los de la competencia. Un reciente informe se encargaba hace apenas días de recordar la oportunidad que España tiene por delante por su bum renovable.
La Cámara de Comercio de Estados Unidos en España (AmChamSpain) cuenta en sus filas con asociados ilustres y en su consejo de gobierno con firmas como Bank of America, Mckinsey, HP, Amazon, Walt Disney, Blackstone o Meta, entre otras. “Con abundantes recursos renovables, una infraestructura industrial sólida y una ubicación geográfica estratégica, el país está bien posicionado para duplicar el peso de la industria, alcanzando un 22% del PIB para el año 2025″, apuntaba la entidad en un documento de posición titulado España, nueva potencia industrial, digital y energética. Paradójicamente, el mantra que han repetido durante los años todopoderosos ministros de Economía de todo signo, de Rodrigo Rato a Pedro Solbes, sobre la necesidad de equilibrar mejor el patrón de crecimiento de la economía -con mayor peso de los sectores de valor añadido en detrimento de los servicios- puede encontrar al fin, gracias a las energías limpias, un catalizador definitivo.
España mantiene en estos días ritmos de crecimiento por encima de sus socios comunitarios gracias al turismo y la masiva llegada de fondos europeos, con una inyección potente aún pendiente en 2025. El cóctel puede ser imbatible si se añade un componente industrial que aliente la productividad y permita producir más con menos recursos. En esta línea, la Cámara de Comercio da un paso al frente y estima que es posible incluso arrebatar industria a Alemania, presa de su apuesta por el gas. Eso sí, para ello demanda “crear incentivos específicos para la relocalización de industrias sensibles al suministro energético desde el este de Europa y Alemania hacia España, incluyendo beneficios fiscales y acceso prioritario a infraestructuras energéticas sostenibles”. Hay señales. Por ejemplo, el gigante automovilístico Stellantis y el principal productor de baterías del mundo, la china CATL, anunciaban esta semana una inversión de 4.100 millones de euros para construir una gigafactoría en Zaragoza. Las buenas noticias, empero, también esconden amarguras. Los brotes verdes hay que regarlos. El mundo del motor es buena piedra de toque, tanto de las luces como de las sombras.
Poco ha trascendido sobre los roces que llevaron a la salida de Wayne Griffiths como presidente de la patronal del automóvil (Anfac). Dicen quienes conocen bien al ejecutivo británico que las críticas que lanzó desde la asociación por la “inacción del Gobierno en favor de la electrificación” no fueron ni mucho menos postureo, sino que provocaron roces de cierta envergadura con Moncloa, incluidos encuentros desagradables con el propio presidente del Gobierno involucrado. No entendía el ejecutivo de Dunkinfield que después de las inversiones logradas para Seat y Cupra en España por parte del grupo Volkswagen, cercanas a los 10.000 millones de euros, el Ejecutivo de Pedro Sánchez no fuera capaz de impulsar decididamente las infraestructuras de recarga y desarrollar un verdadero plan de incentivos fiscales que permitiera cobrar las ayudas a los vehículos en el momento de la compra. “Desde hace tiempo, el compromiso de los representantes políticos no está a la altura de lo que merece nuestro país, el segundo fabricante de coches de Europa y el octavo en el mundo”, zanjó Griffiths en su adiós. Basta charlar con él cinco minutos para entender que el desencuentro le afectó de forma genuina, casi personal.
Además de las fallas en voluntad y perspicacia política, otro elemento también amenaza con ralentizar las apuestas industriales y desincentivar cualquier efecto llamada. No en vano, existe verdadero pavor en el sector empresarial a que fragüe la reducción de la jornada laboral propuesta por la vicepresidenta segunda del Ejecutivo, Yolanda Díaz, y que, pese a la oposición frontal de la patronal, tiene todos los visos de salir adelante. Aunque la CEOE considera la cuestión una línea roja y rechaza el planteamiento de manera formal en tanto una intromisión en la autonomía de la negociación colectiva, lo que aterrizan en privado medianos empresarios y pymes implica en ocasiones incrementos de costes de doble dígito que ponen en cuestión hasta la viabilidad de determinados negocios.
“Por primera vez, gracias a las renovables, podemos traer fábricas alemanas y francesas a España. ¿Qué hace falta? Menos burocracia y política industrial de verdad. ¿Qué hay? Políticos sin enfoque y sin plan”, aseguraba esta misma semana en X, antigua Twitter, el economista José Carlos Díez, que acaba de publicar -junto a Antonio García Tabuenca y María Gálvez del Castillo- Reindustralización y Perte en España, libro en el que ahonda en las problemáticas microeconómicas en sectores tan variopintos como el del automóvil, el aeroespacial o el sanitario. Por el camino, debates relevantes para el sector empresarial nacional o el que busque deslocalizarse, como si alargar la vida útil de las plantas nucleares hasta 2035 o 2040 como una garantía de bajas emisiones durante la transición hacia un sistema basado en renovables. Si cambia el paradigma y se define un propósito, cambian las preguntas. También las respuestas.