“Cuando entras a una casa, los objetos cuentan historias, cuentan tu vida. Nos dicen dónde has estado de viaje, si te gusta o no te gusta cocinar, si eres aficionado al tenis o si juegas al golf, si lees y qué lees, si escuchas música y qué música te gusta, si tienes o no hijos. Los objetos no mienten. Hace poco, estuvimos en una casa donde encontramos botes de farmacia, un microscopio, un vademécum y yo pregunté: ‘¿Médico o farmacéutico?’. Era médico”, cuenta a EL PAÍS Astrid Romero, quien, junto a su socia María López, fundó en 2018 Arquitectura del Orden, una empresa que se dedica a ordenar trastos para vaciar hogares, organizando mercadillos en las propias casas que necesitan liberar espacio y que funciona, principalmente, gracias al boca a boca y al crecimiento de su coqueta cuenta de Instagram, donde acumulan cerca de 31.000 seguidores.
Nos encontramos en la última planta de un imponente edificio de la madrileña calle de Lagasca, un ático de grandes dimensiones y una deliciosa terraza por donde la luz entra a raudales, iluminando todos los rincones. Aquí dentro todo está patas arriba. Sobre la encimera de la cocina se exponen vajillas familiares, libros de cocina, pequeños y grandes electrodomésticos, cazuelas, bandejas, fuentes y morteros. En el salón, todavía dentro de una caja aunque lista para ser colocada en un lugar de preferencia, se encuentra una vajilla inglesa Spode del siglo XIX, de porcelana esmaltada en azul, a punto de ser instalada sobre una imponente mesa de madera maciza. También hay muebles y lámparas de estilo modernista, óleos con naturalezas muertas, divanes, sillas y sillones, jarrones con florituras, mesitas auxiliares de cristal, ceniceros, libros. En una de las habitaciones principales, encontramos sobre la cama sábanas, edredones y mantas, bordadas con las iniciales de la familia. Todo lo que hay alrededor—desde los cucharones de cocina hasta los abrigos que cuelgan en los armarios— está a la venta. En menos de tres días, una ingente cantidad de personas ajenas por completo a quienes habitaron entre estas paredes vendrán a llevarse un pedacito de su historia a precio de saldo.
Todo comenzó de casualidad hace cinco años. Astrid Romero, periodista de formación, recibió la llamada de una amiga: su padre había fallecido y su viuda iba a mudarse a un piso más pequeño al que no podía llevarse todas sus cosas. Le propuso hacer un mercadillo de ropa: “Cuando llegué, me quedé alucinada. Aquello era un casoplón de mil metros cuadrados y la señora se mudaba a un piso de 180 metros. Les propuse hacer un mercadillo con todo”. Romero, que había pasado parte de su vida en Estados Unidos, estaba familiarizada con el concepto de estates sales: jornadas de puertas abiertas en casas donde el propietario o sus herederos venden gran parte de lo que hay dentro, si no todo. Esta idea va más allá de montar un simple mercadillo: “Es una ceremonia de despedida”, apunta Romero, “donde narramos la historia de la casa y sus propietarios a través de los objetos”. Para su primera jornada de puertas abiertas, Romero decidió llamar a una vieja amiga, María López, restauradora profesional especializada en muebles, para que le echase una mano con la valoración económica de los objetos. El fin de semana que organizaron el mercadillo, el boca a boca hizo que la cola diese la vuelta al chalet. El segundo día, Astrid y María colgaron un cartel: “Vaciamos tu casa”. Y surgió el negocio. A día de hoy ya han vaciado 53 viviendas, principalmente en Madrid, pero también en Segovia, Toledo o Alicante.
Cuando Romero y López reciben una llamada, el primer paso es hacer una visita a la vivienda que van a vaciar. Ahí valoran si el conjunto de objetos que tienen a su alcance es susceptible de venderse: “Lo que para ti son trastos, para otros son tesoros”, afirma María López. “Lo más curioso de todo esto es que el dinero no está en un mueble aparador maravilloso o una gran mesa de comedor, el dinero está en el destornillador, en la cuchara de palo, en la fuente de barro, en los platos desparejados. Son cosas de las que nosotros nos ocupamos, pero sus dueños ya no les dan valor”.
Entre quienes se acercan a las jornadas de puertas abiertas buscando gangas o tesoros hay perfiles de todo tipo, no solo personas de clase media: “Por ejemplo, vienen muchos estudiantes que aprovechan estos mercadillos para hacerse con vajillas y utensilios de cocina”, explica Romero, “y también quienes coleccionan cartas o fotografías antiguas o que se dedican al collage”. Los precios también son parte de la atracción: “Nuestro objetivo es vaciar los pisos, así que trabajamos por debajo del mercado de segunda mano”, cuenta López.
Al contrario que en otros países como Estados Unidos —con sus estate sales o sus ventas en el garaje— o el Reino Unido —llena de charity shops, tiendas vintage y famosos mercadillos dedicados a productos usados—, en España la segunda mano se ha percibido tradicionalmente como “cutre”. “La mentalidad aquí siempre ha sido: ‘Si puedo permitirme comprar algo nuevo, ¿por qué comprarlo usado?”, apunta Astrid Romero. En los últimos años, la conciencia medioambiental y la búsqueda de un consumo más sostenible y responsable, sumado al auge de plataformas de compra venta de productos entre particulares como Wallapop (con 17 millones de usuarios al mes en España) o Vinted (seis millones), especializada en moda, han dado un giro a esta percepción. “La mentalidad del consumidor está cambiando”, afirma María López, “y cada vez somos más ecológicos y tenemos mayor conciencia sobre lo que compramos”. “Además, especialmente la gente joven, ha descubierto que gracias a la segunda mano puede permitirse tener cosas mejores”, apunta Romero, “¿para qué van a comprar la vajilla horrorosa de Ikea si en un mercadillo pueden tener una vajilla buena? ¿Para qué seguir gastando dinero en muebles hechos de forma encadenada? Esto es mucho más barato y, sin duda, mucho más ecológico”.
La última barrera, quizá, es el apego. El filósofo italiano Remo Bodei definía los objetos como “nudos de relaciones con la vida de los demás, círculos de continuidad entre generaciones, puentes que conectan historias individuales y colectivas”. Quizás tener a más de 100 personas repartiéndose las memorias de un pasado familiar puede resultar chocante, incluso violento. El trabajo de Astrid y María tiene mucho de psicología. Y ellas lo saben: “Nuestro trabajo, al final, es hacer ver a la familia que necesita vaciar su casa que esto tan solo son objetos: una vajilla, un cenicero de cristal, una silla. Son solo cosas. Y a la persona que viene al mercadillo, convencerla de todo lo contrario: esto no es una vajilla, un cenicero de cristal o una silla, son pedacitos de la vida de alguien. Las cosas no son solo cosas”, explica Romero. Parece que funciona.