“Mareos, vómitos y en los peores de los casos, paros cardíacos, derrames cerebrales y hasta la muerte”, es lo primero que responde Google cuando escribes “alcohol y Diazepam”. Sin embargo, Carla (nombre ficticio), de 15 años, y sus amigas, no parece que le den importancia: “En ocasiones especiales, como Año Nuevo o fin de curso, mezclamos el alcohol con Diazepam para que nos suba antes”, comentaba este jueves en las inmediaciones del parque Almansa, en la Ciudad Universitaria de Madrid. Ella y sus amigas comenzaron a beber hace aproximadamente un año, coincidiendo con lo marcado desde hace años por las estadísticas del Plan Nacional Sobre Drogas, que sitúan la edad de inicio en el consumo de alcohol a los 13,9 años. Las modas en la manera de beber de los más jóvenes persiguen casi siempre el mismo objetivo: “Que suba rápido para divertirse antes”. A Carla tuvieron que ingresarla en una de esas ocasiones: “Vomitaba espuma”, recuerda entre risas, y cuenta que ellas beben en los fines de semana, que es cuando salen, y concretamente “vodka con limón, porque sabe menos a alcohol”.
El Samur, el servicio municipal de emergencias de Madrid, ha asistido en lo que va de año 3.746 intoxicaciones etílicas, de las que el 8,35% eran asistencia a menores. “Por distritos, Centro es la zona con más atenciones, seguido de Chamberí, Moncloa-Aravaca, Carabanchel y Tetuán”, informan fuentes de ese servicio, que aseguran que el 60,6% de las actuaciones que realizan durante el fin de semana se deben a intoxicaciones etílicas. “Los distritos con menos intervenciones son Barajas, Vicálvaro y Moratalaz”, apuntan. Y, “por meses, tuvieron lugar más intervenciones en julio, seguido de junio y mayo”, en este año.
El alcohol sigue siendo la sustancia que más problemas genera desde hace décadas, según confirma Pablo Llama, psicólogo de Proyecto hombre en Madrid, que alerta sobre un cambio de patrón en los consumidores más jóvenes: “Cada vez beben más las chicas que los chicos y han copiado el modelo de estos, también en el consumo de cannabis”, asegura, al tiempo que apunta que ellas “siguen estando más estigmatizadas y lo ocultan mucho más”, por lo que sus problemas derivados se detectan con mayor dificultad. “Cuanto más jóvenes, menor es la percepción del riesgo y mayores las ganas de experimentar, y suelen combinar el alcohol con otras sustancias para colocarse antes”, explica. “Lo hacen imitando a ‘los mayores’, pero los adolescentes beben como con altavoz, con consumos bastante altos que les provocan intoxicaciones y, muchas veces, adicciones”, advierte. Según Llama, siempre ha habido modas en las maneras de beber, casi siempre ligadas a lo lúdico, “pueden ser aplicaciones de móvil, o juegos de mesa, pero el trasfondo es siempre el mismo, cambia el formato pero no el fondo: “Hacer burradas con comportamientos abusivos”, resume.
El Jägerbull, también llamado Jägerbomb o Red Bull Blaster, un cóctel o chupito hecho con el licor de hierbas alemán Jägermeister y la bebida energizante austríaca Red Bull, está haciendo estragos entre los más jóvenes, según apuntan fuentes del Samur. Pero también la combinación señalada por Carla, de alcohol y pastillas. O la que apunta Marina (nombre ficticio), también de 15, estudiante de cuarto de la ESO en un instituto madrileño y que empezó a consumir bebidas alcohólicas en 2023, con 14. “Lo que están haciendo muchos es fumar porro mientras beben. Lo he visto mucho en un amigo que le gusta mucho hacer eso y se pone súper mal. Lo hacen porque les pega fuerte. Yo tengo entendido que un gramo cuesta 5 euros”, dice la adolescente. Otros, comenta, optan por no mezclar, pero por tomar el licor a “palo seco”: “Yo lo he intentado, sientes que te quema la garganta y es bastante fuerte. Negrita te pega rápido mezclado y cuando lo tomas sin nada es peor”, añade.
Rubén, nombre ficticio de un madrileño de 17 años, dice que empezó a beber con 13. Su opción es el vodka con limón, como Carla, pero también le gusta el Jägerbull. Dice que su “truco para emborracharse antes” es beberse la copa muy rápido y, de seguido, fumarse “un piti a toda hostia”. Asegura que bebe para divertirse. Luis (nombre falso) está estudiando en Madrid primero de carrera y cuenta, en las proximidades de su colegio mayor, que sus amigos suelen tomarse un ibuprofeno: “Te revienta, pero te pega mucho más”, asegura.
Hipnosedantes entre estudiantes
Los últimos datos de la Encuesta sobre Uso de drogas en enseñanzas secundarias del Plan Nacional sobre Drogas, correspondientes a 2023, alertan de un incremento en esa tendencia del consumo de hipnosedantes entre los estudiantes: “Cuando se les pregunta por esos consumos en los últimos 12 meses se pasa de un 13,6% en 2021 a un 14,8% en 2023, y en los últimos 30 días de un 7,5% a un 8,2% en el mismo tramo temporal”.
Los expertos en adicciones y alcoholismo juvenil señalan que las bebidas energéticas cada vez adoptan formatos más infantilizados para atraer a los más jóvenes, y advierten de que “combinadas con alcohol pueden enmascarar sus efectos y hay más peligro de que los menores sigan bebiendo hasta la intoxicación”, señala Begoña Brime, directora del Observatorio Español de Drogas y Adicciones del Plan Nacional Sobre Drogas. El resultado de esos comportamientos desmesurados se ve en Madrid, con el tiempo, en la consulta del psicólogo Llama: “Cada vez llegan más casos (ahora representan el 60%) de chicos y chicas con patologías duales: de adicciones y de salud mental (ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria…)”.
A Marina le gusta salir con su grupo de amigas, comprar unas botellas y poner música. No lo hace con mucha frecuencia, menos en tiempo de exámenes, pero cuando lo hacen es en casas de sus amigos, cuando no están los padres o en algún parque “solitario y oscuro”, y con la música baja para no molestar a la gente. “Hay que tener cuidado con lo que llevas y donde te vas a poner a beber porque puede llegar la Policía”, señala. A ella y a sus amigos les gusta tomar ron oscuro que ronda los 14 euros el litro en los supermercados, o ginebras de distintos colores y sabores (fresa, mango, melón, naranja, melocotón), que cuesta 17 euros. Sin embargo, normalmente, ellos los pagan más caros. “Si tienes una persona adulta que confíe en ti, le puedes pedir que te lo compre o directamente te vas al chino más escondido y te pueden vender (a precios más altos). Algunos te preguntan la edad y les dices que eres mayor y ya está. No es fácil, pero si tú ya sabes que en tal sitio te lo venden, pues siempre vas al mismo”, cuenta Marina, que asegura que no les gusta la cerveza y por eso se decantan por sabores dulces. Ella dice que suele saber hasta qué punto tomar, pero sí ha visto a varios de sus amigos pasarse de copas, incluida su mejor amiga. “Al verla así reaccioné y la llevé a casa. No podía ponerse ni el pijama, hablaba cosas extrañas y se ponía a llorar”, relata.
Los estudios muestran un ligerísimo descenso en el consumo de los jóvenes de entre 14-18 años, porque “cada vez hay más conciencia de que es dañino, engorda, al tiempo que existe un mayor culto al cuidado del cuerpo”, apunta Brime. “Pero lo que está claro es que persiste el efecto imitador. Lo que consumen los padres influye en los hijos, la permisibilidad de los adultos determina en tipo de consumo de los menores, por eso es muy importante que se hable de los riesgos en casa”, señala.
Lo que Marina sabe del alcohol y de sus consecuencias se lo ha dicho su madre, o lo ha encontrado por Internet buscando por cuenta propia. “Mi madre sabe que bebo, pero que nunca me he emborrachado. Siempre me dice que no tome mucho o que tome algo que no sea tan fuerte (…) Sé que es bastante peligroso beber mucho, que es adictivo y que mucho alcohol te puede dañar el hígado”, dice, al tiempo que advierte de que en su instituto nunca les han hablado del tema.
Con información de Natalia Jiménez, Álvaro Sánchez y Daniela Gutiérrez