2025 pone punto final a una de las grandes paradojas de los tres últimos años. El gas ruso ha dejado de fluir a medianoche de este miércoles a la Unión Europea a través de Ucrania. Lo hace por primera vez en los casi tres años de invasión de Vladímir Putin, después de que el Gobierno de Volodímir Zelenski se negase a renovar el contrato con la gasista estatal rusa Gazprom más allá de su vencimiento, este martes 31 de diciembre. El acuerdo fue sellado a finales de 2019, más de dos años antes de que los primeros misiles rusos golpeasen suelo ucranio y ni siquiera en las fases más cruentas de la guerra, el gas ha dejado de cruzar el subsuelo de ese país. Esta madrugada, Gazprom ha confirmado en un comunicado la interrupción del suministro a través del país vecino en dirección a territorio de la UE.
Aunque, como recordaba en octubre la entonces comisaria europea de Energía, Kadri Simson, “la UE ya puede vivir sin gas ruso”, las entradas de combustible a través de Ucrania no son ni mucho menos despreciables. El Ukraine Transit, como se conoce el gasoducto que acaba de cesar su actividad, tiene una capacidad máxima de 150 millardos de metros cúbicos (bcm) al año. Desde mayo de 2022 —todavía en los primeros compases de la invasión—, el flujo se ha visto reducido a alrededor de 15 bcm, una mínima fracción del gas que consumen los Veintisiete.
Gazprom anunció que enviaría solo 37,2 bcm el martes, y, desde las primeras horas del 1 de enero, los flujos han caído a cero. Pese a lo reducido de esa cifra, la expectativa de cierre ha calentado durante las últimas semanas la cotización de este combustible en el Viejo Continente, vital en la industria, las calefacciones y la generación de electricidad.
La ucrania era la penúltima puerta de entrada a la UE del gas ruso canalizado; la otra es el Turkstream, que atraviesa Turquía rumbo a Bulgaria. A diferencia del petróleo, sobre el gas ruso siguen sin pesar sanciones comunitarias. En gran medida, por miedo a que la seguridad de suministro se vea resentida.
El combustible ruso que ha fluido durante los casi tres años de guerra bajo suelo ucranio, ha alimentado la red gasista de varios países del centro y el este de Europa. Sobre todo, de tres: Austria, Hungría y, especialmente, Eslovaquia, donde terminaba el grueso del suministro. Tres países sin salida al mar y, por tanto, sin poder importar directamente gas natural licuado (GNL) por barco.
Cada uno de estos casos, sin embargo, es un mundo. Mientras que Viena lleva algo más de un mes sin recibir ni un solo metro cúbico, después de que el contrato entre Gazprom y la energética austriaca OMV saltase por los aires, Bratislava y Budapest están en una posición radicalmente distinta. Sus gobiernos son nítidamente prorrusos —el primer ministro eslovaco, Robert Fico, y su homólogo húngaro, Viktor Orbán, son los dos mayores puntales de Vladímir Putin en los Veintisiete—. Y el gas ruso sigue siendo, por mucho, su alternativa más barata.
De ahí el reciente conato de revuelta, especialmente en Eslovaquia, a medida que veía cómo el flujo vía Ucrania tocaba a su fin. Fico ha llegado a amenazar a su vecino oriental con cortarle el suministro de electricidad si consumaba su amenaza de no renovar el contrato con Moscú, con Polonia comprometiéndose acto seguido a cubrir ese hueco con su propia producción. En pleno invierno y con sus infraestructuras eléctricas severamente dañadas por los bombardeos rusos, las interconexiones eléctricas con sus vecinos de la UE son vitales para Kiev.
Las compras de GNL ruso, en máximos
La segunda gran paradoja —y esta sigue sin tener fin— es la del gas ruso que viaja por barco. Las llegadas a la UE de estos cargamentos, procedentes de terminales rusas de licuefacción, han batido en 2024 un nuevo máximo histórico, dejando atrás la cota de 2023. Aunque el volumen total de gas llegado a la UE desde el país euroasiático ha caído, como consecuencia del hundimiento en los envíos por tubo, el aumento en el trasiego de GNL ha compensado artificialmente ese vacío: parte del gas ruso que antes llegaba por ducto, ahora lo hace —congelado— a bordo de buques metaneros.
Esas ventas por barco, a las que los socios europeos no han querido renunciar por miedo a empeorar su seguridad de suministro, han permitido a Rusia mantener una parte sustancial de sus ingresos. También le han ayudado, y de qué manera, los nuevos acuerdos para el suministro de gas a China, con el gasoducto Power of Siberia 1 operando ya a pleno rendimiento un lustro después de su inauguración.
Solo desde el inicio de la invasión de Ucrania, en marzo de 2022, Rusia lleva ingresados más de 813.000 millones de euros por la exportación de combustibles fósiles, según el contador en tiempo real del Centre for Research on Energy and Clean Air (CREA). De esa cifra, casi 170.000 millones se corresponden a la venta de gas natural, casi el 60% con la UE como destino final.
Consecuencias para Ucrania
En lo puramente económico, los investigadores del Center for European Policy Analysis (CEPA) calculan que los ingresos que Ucrania recibe por permitir el flujo de gas a la UE a través de su territorio rondan el 0,5% de su PIB, unos 800 millones de dólares (770 millones de euros) al año, mientras que a Rusia le aporta unos 6.280 millones de euros cada ejercicio, “un flujo de efectivo que ayuda a reponer su maquinaria de guerra”. “Aquellos dentro de Ucrania que abogan por un nuevo acuerdo, tanto por el dinero como por su relación con sus vecinos del oeste, están gravemente equivocados”, sentencian Sergii Makogon, Aura Sabadus y Benjamin Schmitt en un reciente estudio de título esclarecedor: Traicionando a Ucrania por gas manchado de sangre.
El coste del transporte del gas se cuadruplicará desde este miércoles, según anunció la Comisión Nacional Reguladora de Energía de Ucrania (NCRECP) durante una reunión celebrada el pasado lunes con empresarios y representantes de las industrias del país. La tarifa de transporte de gas natural sube de 124,6 grivnas (2,87 euros) por 1.000 metros cúbicos a 501,97 grivnas (11,54 euros).
En ese encuentro, el director general del operador de la red gasista nacional, Dmitro Lippa, explicó que en 2024, el 85% de los ingresos de esta distribuidora provino del transporte de gas ruso y solo el 15% de los clientes nacionales, y que la subida de precios no servirá para compensar las pérdidas económicas. “El aumento de tarifas no es suficiente para una compensación completa, pero entendemos que la economía necesita decisiones ponderadas”, expresó. Para equilibrar la balanza, Lippa reconoció que también se han recortado en gastos y en personal, y que se han cerrado infraestructuras que no se estaban utilizando “ni se utilizarán”.
Los empresarios también se han quejado. En la reunión del pasado lunes, la directora del Departamento de Ecología, Energía y Economía Verde de la Federación de Empleadores de Ucrania, Olga Volodimirivna Kulik, advirtió de que para la industria, el aumento de precio supone un incremento de seis mil millones de grivnas anuales, unos 140.000 millones de euros. “En condiciones de guerra, es extremadamente difícil para la economía y para las empresas industriales resistir”, lamentó.
En la misma línea se expresó el jefe de la Federación de Metalurgia, Serhii Bilenky. Para su sector, el alza de los costes anuales será de unos 300 millones de grivnas, unos siete millones de euros. “No podemos soportar una carga adicional tan significativa”, remarcó. La medida, sin embargo, no afectará de momento a los consumidores domésticos, ha aclarado la NCRECP, por lo que el coste del agua caliente y la calefacción no cambiará.
El encarecimiento del gas se suma además a otra subida, la de la electricidad, cuyo precio casi se ha duplicado desde el 1 de junio de 2024, pasando de 0,06 euros por kilovatio-hora a 0,10 euros. Y esta sí ha afectado a todos los consumidores. El Gobierno justificó esta medida para ayudar a financiar la reparación de las muy dañadas infraestructuras eléctricas: Naciones Unidas calcula que Ucrania ha perdido un 60% de su capacidad de generación eléctrica en los casi tres años que dura la invasión rusa a gran escala y, los ataques rusos han causado daños al sector energético por valor de más de mil millones de dólares, según el ministro de Energía, Herman Halushchenko.
El aumento de las tarifas eléctricas es un asunto muy delicado para el Gobierno. A causa de la guerra, el índice de pobreza entre los ucranios se ha disparado —según el Banco Mundial, 1,8 millones de personas, un tercio de la población, vive en situación de pobreza—, un quinto de la población ha perdido el empleo, y al menos 3,7 millones han sufrido un aumento del coste de vida tras al verse obligados a dejar sus hogares.
Y las económicas no son las únicas consecuencias para los ucranios. Otro efecto colateral es que los gasoductos del país se conviertan en objetivo de ataques rusos. Si bien las instalaciones de almacenamiento de gas y las infraestructuras eléctricas ya lo han sido, los 38.600 kilómetros de la red de ductos ucrania, una de las más grandes del mundo, se ha librado gracias al paso del gas ruso. Protegerlas y repararlas en caso de que resulten bombardeadas creará nuevos desafíos técnicos que dificultarían el suministro de calefacción a los hogares durante el invierno así como unos costes económicos extra para un país que ya ha destinado muchos millones a reparar los daños causados por las bombas y misiles rusos.