El Barcelona quería seguir reivindicándose, recuperar la credibilidad y recordar el vertiginoso ritmo de inicio de temporada. En un ejercicio de supervivencia y responsabilidad, logró revivir aquel recuerdo del Barça vencedor, arrollando al Real Madrid en la final de la Supercopa de España (2-5). Con este segundo clásico, la suma da nueve goles a favor de los culés y el primer título del curso viajando en la parte frontal del autobús azulgrana. El alma del Barcelona está en el equipo, con un grupo de veteranos y jóvenes —la media de edad es de 23,9 años, y 11 tienen 22 o menos— que se atreven con descaro ante los grandes rivales y que, aunque se tropiecen ante los pequeños, terminan siendo gigantes en los escenarios clave.
Un equipo con un Hansi Flick discreto pero fundamental, que otorga tranquilidad y exigencia; con capitanes dentro y fuera del campo como Raphinha, también pegamento entre veteranos y jóvenes junto a Iñigo Martínez; y entre todos, un muchacho menor de edad que se engrandece partido a partido con su talento: Lamine Yamal.
Un equipo, en definitiva, que triunfó sobre el césped y ante el ruido, que se unió y aisló del caso Olmo, la desconfianza sobre Joan Laporta y la incertidumbre del futuro de Ronald Araujo. “Tenemos un potencial increíble, pero la mentalidad es la clave”, aseguro Robert Lewandowski antes del encuentro. El resultado y el juego le dieron la razón. “Tenemos que jugar como un equipo, y hoy lo hemos hecho. […] Defendemos y atacamos juntos, siempre unidos. Esa es la clave”, expresó Flick después.
Sobre el césped se evidenciaron las palabras del alemán, sobre todo con un tridente ofensivo que se entiende mejor que nunca y un Lewandowski consciente de que necesita el talento de Lamine para ganar. Confiaron en el plan de Flick y no perdieron la concentración tras el gol tempranero de Mbappé o la expulsión de Wojciech Szczęsny. “Estoy orgulloso. En otros partidos tuvimos ventaja de goles y no lo gestionamos bien”, aseguró Jules Koundé. En el pasado, la valentía juvenil se convirtió en excesiva confianza en partidos aparentemente sencillos. Fue el caso de las derrotas contra Osasuna, la Real Sociedad, Las Palmas y el Leganés; o los empates frente al Celta y el Betis. Todos ellos equipos clasificados por debajo de la octava posición liguera y que supusieron un quebradero de cabeza para los culés. “Tenemos que llegar y finalizar con la misma confianza que en Champions”, aseguró Pedri tras la derrota contra el Leganés. Pero ni siquiera sirvió el buen juego para vencer al Atlético de Madrid, primero en LaLiga a seis puntos del Barcelona, tercero. Aquella derrota sumió al Barça en un vacío: tan solo cinco puntos de 21 posibles en siete encuentros consecutivos.
Situación muy diferente a la que ostentan en Champions: segundos en la clasificación de fase de liga, con 15 puntos de los 18 posibles y el equipo con mayor diferencia de goles (14) al haber sumado 21 a favor en seis partidos. Entre ellos, una goleada al Bayern. Una demostración de confianza y concentración —a la que apelan siempre los futbolistas— en su camino por recuperar el prestigio en Europa. Esta mentalidad del equipo nace en Flick, en su calma, pero también en su exigencia. Una concepción que ha unido a un vestuario revitalizado individual y colectivamente.
Pero en la que también hay hueco para la flexibilidad: este lunes los jugadores azulgranas han aterrizado en Barcelona con el día libre. La fiesta no cesó desde la ceremonia de entrega. Olmo besó su escudo, Flick celebró discreto y orgulloso y Laporta se arrodilló brevemente para después levantar una y otra vez la copa rodeado del equipo.
La juventud de los jugadores provocó imágenes distintas a las habituales en las celebraciones sobre el césped: bajaron los padres y no los hijos de los protagonistas. Entre ellos destacó el padre de Pau Cubarsí, que se deslizó entre el confeti para abrazar a su hijo. La celebración siguió en el vestuario, entre cánticos y bailes de los más jóvenes. Lamine Yamal, enfundado en gafas de sol, al igual que Raphinha y Héctor Fort, comandó la fiesta de regreso con un altavoz gigante.
Ya en Barcelona, el equipo se prepara para los octavos de la Copa del Rey de este miércoles contra el Betis (21.00, Movistar+), y el desplazamiento contra el Getafe del sábado en la Liga. Todo ello tras la victoria que otorga la 15ª Supercopa de España al Barcelona, que vale más que un título. Y que podría suponer un punto de inflexión si el Barcelona aprovecha el rebufo. “Es una copa que nos da confianza”, confesó Raphinha. “Cuando jugamos como un equipo unido, le podemos ganar a cualquiera”, apuntó Hansi Flick tras la derrota contra Las Palmas. En Yeda se mantuvieron unidos, y se llevaron el primer título. El resto aún está por decidirse.