Formada en el campo de la restauración del patrimonio, la arquitecta valenciana Belén Ilarri, de 51 años, afronta su trabajo desde una mirada de admiración y respeto por lo ya construido. Durante su trayectoria lo ha hecho en la torre de la iglesia de San Diego en Lorca (Murcia, 97.151 habitantes) tras desplomarse después del terremoto de 2011, en el castillo de Chera (Valencia, 492 habitantes) o las murallas que hay al sur de la villa de Requena, su ciudad, donde viven algo más de 20.000 vecinos. Allí mismo ha mantenido su filosofía al abordar la reconversión en vivienda de una vieja bodega. En ella ha respetado los materiales originales, la configuración del espacio e incluso las manchas de vino en las paredes. También las viejas cuentas a lápiz que permanecían en los muros de cal. “Si una casa tiene más años que tus abuelos, ya tiene muchísimo valor, así que he sido muy respetuosa”, explica quien, con poco presupuesto, ha conformado Residencia CASU, una singular, atractiva y cómoda vivienda vacacional de aires tradicionales y detalles contemporáneos.
Levantada en los años treinta en la aldea de Casas de Eufemia, la bodega acumulaba cinco décadas sin actividad. Cuando los clientes la llevaron a verla, en noviembre de 2021, la arquitecta alucinó. “En la fachada que da a la calle estaba la puerta de madera por la que entraban los carros con uva. Y dentro se podía ver el sótano, que me parecía precioso. El lugar me encantó”, recuerda. No había ni luz ni agua, pero la estructura se encontraba en un estado de conservación “bastante aceptable”. Por eso Ilarri se puso rápidamente manos a la obra. Y lo hizo a partir de una idea sencilla: el respeto al edificio original. “Si quieres hacerte una casa en una bodega, creo que debe seguir pareciendo una bodega. Y si fuese un pajar, pues debería parecer un pajar. Al cliente le pareció bien y nos entendimos”, añade la especialista, que honra así a la arquitectura vernácula y reflexiona sobre la idea de irreversibilidad. “En el momento que tocas, tapas con morteros o quitas algo, es ya completamente imposible de percibir. Nadie podrá verlo después de ti. Da igual que sea una iglesia, un apartamento de los años cincuenta o una bodega”, sostiene.
A ras de suelo, la planta principal disponía de 85 metros cuadrados. Parecía un espacio pequeño para incluir habitaciones, baño, salón y una cocina con isla. A nivel urbanístico había posibilidad de ampliar con nueva construcción, pero la decisión fue evitar añadir nada extra y, a cambio, aprovechar la planta de las mismas dimensiones que había en el subsuelo, la que ejercía de trullo –lagar– y también de almacenaje del vino. Por eso la primera obsesión de la especialista fue unir ambos niveles. Quiso hacerlo de una manera cómoda. Dibujó una escalera curva, que quitaba poca superficie y que, construida a base de hormigón, ladrillo, madera y yeso, ofrece un porte monumental. El resto del programa se basó en mantener la esencia del recinto, mantener el aspecto de campo y, a la vez, darle utilidad como vivienda contemporánea. Las obras arrancaron en enero de este año y culminaron en verano.
Ningún elemento extraño
Ahora, a cota de calle se encuentra todo lo necesario para la vida diaria. La distribución sigue los desniveles originales, ya que los antiguos depósitos estaban sobre un suelo 22 centímetros más alto que los trullos, por lo que hay escalones que separan las distintas habitaciones. Hay un salón comedor y una cocina moderna de líneas rectas, alicatada e isla con encimera de mármol de Macael. Este rincón cuenta con suelo porcelánico, la excepción –por facilitar la limpieza– al resto de la casa, formado a base de madera de pino. En la zona también existe un baño y dos dormitorios sencillos, casi monacales. Cada pared mantiene su estado original, con antiguas manchas del actividad vinícola y algunas cuentas que los antiguos propietarios apuntaban a lápiz cuando llegaba la uva. En el techo se han restaurado las vigas de madera con un proceso que ha incluido lijado y tratamiento contra insectos xilófagos. Para no tener que moverlas, todo el aislamiento se colocó por la parte exterior, retirando primero las tejas y colocándolas de nuevo más tarde.
La escalera desciende al sótano y desemboca junto a un cuarto de invitados. En esta parte baja todo el suelo es de hormigón, también original, que ha sido restaurado. Tras su limpieza y patinado, se le practicaron retoques de algunos colores que descompensaban y se le aplicó un acabado sellante para evitar el polvo. El resto del subsuelo se divide entre una sala de estar, una alacena y dos habitaciones aún sin uso claro. Aquí todas las paredes vuelven a ser las mismas que había en la construcción inicial y a las zonas de ladrillo se les ha aplicado un aceite de mora para su protección. Una de las salas mantiene también sus primitivos azulejos blancos. “Abajo no hay ni un material nuevo”, recalca Ilarri.
El patio trasero es la zona que más modificaciones ha sufrido. Es un lugar en el que no había más que tierra, pero ahora se ha convertido en el acceso principal, además de aportar luminosidad y ventilación. La arquitecta proyectó ahí un cerramiento discontinuo con muros curvos –recubiertos de mortero de arena y cal de color tierra resultado de la mezcla de componentes– que además de servir como seña de identidad ofrecían la posibilidad de no perder las vistas a los viñedos cercanos a la vivienda. “Con ellos también quería generar un recorrido hacia la casa, que hubiera un poco de misterio en el acceso”, explica la arquitecta. Para ello distribuyó olivos, suelo de hormigón hecho a mano y tierra, que acompañan en el trayecto desde una puerta de chapa de hierro con soldaduras sin pintar hasta la que da acceso al interior de la casa.
En el proceso, además, la duda original sobre si incluir o no una pequeña piscina desapareció. “Hay una municipal cerca y los padres de los clientes tienen otra en su casa, muy cerca. Los animé a utilizar esa y que los primos se bañen todos juntos”, apunta. El presupuesto, de 115.000 euros, también influyó para descartar la construcción. Lo que sí se instaló fue una ducha exterior de agua caliente y fría compuesta por tres tubos de acero galvanizado que sustituyen a la tradicional alcachofa.
El proyecto es el último de una serie de encargos que la especialista ha recibido en los últimos años para rehabilitar viviendas. Las últimas, también en su entorno más cercano. A un lado, el proyecto denominado La casa de Inés, en el corazón de la villa medieval de Requena, tuvo como base la maximización del espacio de la vivienda, de cuatro pequeñas plantas. Al otro, y en el mismo casco histórico, La casa de los ingleses, con tres niveles. En ambos casos se mantuvo fiel a su concepto de trabajo y rendida a los materiales originales, que en la mayoría de ocasiones quedan –restaurados– tal y como los encontró. Además, mientras tanto continúa su labor patrimonial. Tras trabajar en la iglesia de San Nicolás o la muralla sur de Requena, ahora desarrolla a escasos kilómetros la restauración del castillo de Chera.
*Este reportaje fue escrito antes de que tuviera lugar la dana que ha arrasado gran parte de Valencia. Por suerte, Residencia CASU, no ha sufrido ningún daño.