Haití es absolutamente impredecible. Estamos en una situación de angustia permanente y yo no veo ninguna luz al final del túnel. Las bandas intentan hacerse con el control de cada rincón y campan a sus anchas. Cada día hay problemas, cada día hay tiroteos. Cada día, asesinatos. Y antes y después de los disparos, las amenazas.
La población intenta buscarse la vida y ponerse a resguardo en algunas zonas, pero en la mayor parte del país nadie puede procurarse una mínima seguridad porque ya es todo demasiado frágil y las bandas juveniles se han hecho con el territorio. Cuando llegan a ese extremo, los colegios no pueden abrir sus puertas y nadie puede salir de casa. Incluso queman las casas. Yo misma tengo dos empleados que perdieron sus viviendas antes de Navidad. Y otros tres el año pasado. Los haitianos además tienen la cultura de no guardar el dinero en el banco —somos un pueblo de billetes en efectivo— así que casi todas estas personas han visto quemarse sus casas y sus ahorros, porque no solo tenían sus enseres, sino su dinero dentro. Y hablamos de gente normal y corriente, que intentan conseguir un trabajo y sacar una vida adelante.
Conseguir que entre comida en Haití ahora mismo es más que difícil, casi imposible. Los pistoleros controlan las carreteras y los aeropuertos: el mayor puerto está en el oeste del país, pero lleva cerrado desde septiembre, así que por allí no llega alimento. Se importa desde otras regiones, como el norte o el pequeño puerto del sur, en la zona de Nippes, pero no es fácil que llegue en cantidad suficiente y además la carretera principal que cruza del norte al oeste está controlada por las bandas armadas. Así que la única forma de llegar del oeste al sur es por vía marítima. Y antes hay que lograr alcanzar el norte en camionetas, lo cual supone un gran riesgo de secuestros, o en helicóptero.
Los haitianos no pueden ir al supermercado y comprar alimentos básicos como plátanos o bananas, porque el precio es inalcanzable
La población no puede pagar por la comida. No trabajan, han perdido sus empleos. No tienen dinero y lo que pudieran tener se ha volatilizado entre las cenizas de sus casas. Los haitianos no pueden ir al supermercado y comprar alimentos básicos como plátanos o bananas, porque el precio es inalcanzable. Esperaban conseguirlos de la gente que viene del interior del país, pero no llegan y, cuando por fin lo hacen, cuestan aún más caros porque estos vendedores, a su vez, tienen que pagar para que los productos pasen del interior a Puerto Príncipe, la capital. No tenemos alimentos disponibles para toda la población.
Hay que hacer todo lo que se pueda para asegurar de que, al menos, los niños comen algo diariamente. Sin los programas de Alimentación Escolar (un plato completo al día en el lugar donde estudian), los niños no tendrían nada. Cada vez hay menos centros educativos abiertos porque van cayendo en las zonas tomadas por las bandas. La situación es estresante y, por supuesto, es frecuente encontrar a menores con problemas de comportamiento precisamente por lo que les ha tocado vivir. Pero también hay muchos de ellos que son resilientes y siguen queriendo ir al colegio.
Hacen lo imposible por ir a clase. Incluso sorteando tiroteos, siguen viniendo. Y vienen porque necesitan la educación y necesitan comer. La ración diaria que les sirve Mary’s Meals en el pupitre es la única comida segura con la que cuentan cada día. Y sabiendo eso, no podemos no hacer nada. Los niños necesitan ayuda. Para evitar que acaben metidos en una banda, necesitamos enfocarnos en la pobreza, ya que es lo que les está matando. La prioridad es que los más jóvenes coman. Porque, cuando has comido, eres capaz de pensar. Y cuando puedes pensar, puedes ver lo que está bien y lo que está mal.