No por esperada resulta menos relevante. La decisión de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) de enviar la opa de BBVA sobre Sabadell a segunda fase, en la que llevará a cabo un escrutinio más estricto de la misma, no solo obliga a reposicionarse a cada uno de los actores implicados, sino también a echar la vista atrás y dilucidar si las estrategias esgrimidas por cada uno de ellos hasta ahora han sido acertadas. Es un hecho que el proceso se dilata ahora durante meses, lo que incrementa objetivamente la incertidumbre y deja el proceso al albur de acontecimientos externos, desde los efectos de la irrupción de Trump -que a priori podrían perjudicar a BBVA si la economía y la divisa de México, su principal mercado, sufren sus embates- a un eventual empeoramiento del escenario macroeconómico -un ecosistema donde una entidad más pequeña como el Sabadell se ha movido históricamente peor-. A partir de aquí, las hipótesis.
El BBVA ha defendido hasta el último minuto que la operación debería haberse resuelto en fase uno, al igual que sucedió en su momento con CaixaBank y Bankia. Pese a que era el discurso que tocaba, la reflexión nunca fue muy realista. Ni la situación de competencia es la misma, después de aquella absorción, ni las condiciones políticas son las mismas. No es igual una transacción amistosa que un ataque hostil. De hecho, el principal error de Carlos Torres, quizás el que le cueste el proyecto, es no haber pactado la compra. Lo sabe bien el imperio Caixa, que encalló en el modus operandi cuando intentó tomar Endesa a través de la antigua Gas Natural, hoy Naturgy, y enmendó el fallo cuando se conjuró para hacerse con Unión Fenosa. “Han manejado bien el excel, pero mucho peor el word”, dicen quienes cuestionan la gestión del banco vasco. “¿A quién se le ocurre? En plenas elecciones catalanas y en plena celebración del Godó”, exponen con una mezcla de crítica y malsana ironía fuentes próximas al consejo de Sabadell para desacreditar el manejo de los tiempos por parte del BBVA. Es más, resulta difícil sacar adelante este tipo de procesos si no se garantiza una salida airosa a los opados en la firma resultante. José Ignacio Goirigolzarri, procedente de Bankia, ha sido cuatro años presidente de la nueva CaixaBank. Fuentes conocedoras del primer intento de integración BBVA-Sabadell, allá por el año 2020, señalan como uno de los principales escollos la falta encaje de la dupla Oliu-González-Bueno en la estructura resultante. Poco incentivo para entregar de buena gana el banco.
Paradójicamente, en el haber de BBVA está la oferta propiamente dicha. Pese a combatir el Sabadell la prima por tierra, mar y aire, accionistas de la casa reconocen, en conversaciones entre bambalinas, que apenas falta un clic para convencerles. “Tal y como está ahora, no”, dicen. Pero conceden con un revelador movimiento de cabeza, encogiéndose de hombros, cuando se les repregunta: “¿Y si una parte se convierte en efectivo?”. La gran baza de Torres para desequilibrar la balanza es, precisamente, esa mejora de la oferta, que podría ceñirse a una reformulación de la misma con parte en cash. Aunque el mercado descuenta ese movimiento, mil veces negado por el banco, BBVA tendría que medir muy bien los tiempos en caso de acometerlo.
No en vano, el nuevo calendario dificulta que el BBVA pueda esperar hasta el momento más propicio para hacer ese gesto de cara los accionistas y vencer sus resistencias de última hora. Ese no sería otro que el inicio del proceso de aceptación de la opa, cuando entre en liza la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). De hecho, podría suceder que, por entonces, ya en primavera, las obligaciones que imponga Competencia y el propio Gobierno para avalar la operación sean de tal envergadura que hayan ya hecho desistir al tándem Torres-Genç. De hecho, acierta de lleno el consejero delegado de BBVA cuando, en sus últimas intervenciones, insiste en que no seguirán adelante con la operación si ésta no crea valor. Obvio, pero necesario. “La operación puede fracasar, pero ellos no se pueden jugar el banco. Es un mensaje sano de cara a accionistas, inversores y al propio consejo”, expone un alto ejecutivo de la competencia con larga trayectoria en el sector financiero.
Frente a las cuitas de BBVA, los movimientos del Sabadell y el Gobierno presentan más incógnitas, que el tiempo ayudará a despejar. Desde luego, desde el punto de vista de la hoja del ruta del banco para continuar en solitario, el discurso sobre los problemas de competencia, esencialmente para las pymes y en regiones concretas, ha hecho fortuna como idea fuerza, al contar con una base irrebatible y con más seguidores que la necesidad de fomentar el tamaño en el sector financiero europeo. Sin embargo, ganada esa posición, por momentos chirría el crescendo en la beligerancia expresada por la cúpula de la entidad que preside Josep Oliu. “BBVA no es un banco europeo, sino de mercados emergentes”, llegó a decir recientemente César González-Bueno con cierta sorna, en alusión a los riesgos de la apuesta de su rival por México. ¿Se trata solo de defender la firma y ponerla en valor para lograr una subida del precio para los accionistas que quieran acudir a la opa? Tal vez. No falta quien busca, sin embargo, lecturas adicionales a tan legítima expectativa.
La combatividad del Sabadell, curiosamente, coincide con la manifestada por el Ejecutivo, que a través del ministro de Economía, Carlos Cuerpo, se ha manifestado enérgicamente en contra de la operación. ¿Era necesario un pronunciamiento tan radical por parte del área económica del Ejecutivo en un estadio tan embrionario de la oferta, sin conocer siquiera el resultado de los técnicos de Competencia? ¿Hasta qué punto afecta al Gobierno, a alguno de sus socios de legislatura o al propio PSC de Salvador Illa ver cómo se difumina bajo el manto del BBVA una de las empresas señeras de Cataluña, posible ariete en un futuro de la mudanza de sedes sociales a Barcelona? Todo por decidir y muchas manos por jugar. Abran juego.