Abraham Cupeiro llega a su casa a las afueras de Lugo recién caída la noche, saca de su coche una maleta grande y la vacía en su estudio. Su mujer, María, le ayuda a descargar. Dentro de la maleta hay cuernos, caracolas gigantes, flautas hechas de todo tipo de materiales, piezas de metal que, ensambladas, forman una trompeta de casi dos metros. “No sabes lo que es viajar con esto. Y hoy no llevaba demasiados instrumentos…”, cuenta Cupeiro (Sarria, 44 años) envuelto en el vaho de la noche lucense.
Multiinstrumentalista, compositor, lutier autodidacta, resucitador de armonías milenarias, Cupeiro es el último gran fenómeno musical que ha dado la vuelta al mundo, de La India a Tasmania pasando por Hollywood, con sus conciertos que recuperan el aura mística de la música de hace milenios. En el plano corto es un hombre auténtico, pegado a su tierra, que prefiere “pasear a viajar” y que dice seguir sintiendo nervios antes de cada actuación. “Si no estuviera tenso, todo estaría perdido”, asume.
Hace dos años dejó el centro de la ciudad y desde entonces vive en el campo, entre dos casitas situadas en ambos extremos de una finca plagada de toperas. “No quiero matar a los topos”, se excusa. Una de las casas es el hogar: diáfano, acogedor, con paredes de cristal y tres perros junto a la chimenea. La otra es el estudio y el taller, el sitio “donde podemos componer y tocar sin que nadie se queje. ¡El vecino más cercano está a 400 metros!”. En honor a la verdad, se quejarían con razón: algunos de los instrumentos que pueblan hasta el último rincón del estudio suenan… fuerte. “La bombarda bretona hace que a su lado una gaita suene como un gatito”, ríe Cupeiro mientras se abraza para el fotógrafo al cornu romano que construyó con las medidas originales (“medio metro más larga de lo que miden las que se pueden comprar, en las que se pierden un montón de notas”). El objetivo es que suene igual que los que llevaban los legionarios del emperador Augusto cuando se paseaban por esa misma ciudad hace dos milenios.
La historia de Cupeiro resume su talento. Hijo de unos padres “que no tenían nada”, comenzó, como tantos niños gallegos, en la banda del pueblo. Pero su precocidad le delataba: a los 11 años ya hacía los arreglos para las charangas. Estudió música, aunque no terminaba de encontrar su sitio, hasta que dos momentos cambiaron su vida. Uno, cuando escuchó Las danzas rumanas de Béla Bartók, que le dieron una visión poliédrica de lo que podía llegar a ser la música. Y el otro, cuando construyó su primer instrumento, una trompeta natural que fue “la clave para abrir una puerta al pasado”. Con esa trompeta hecha con sus manos se examinó de su oposición (tocando una pieza de Händel) y sacó su plaza en el Conservatorio. Dio clases, sí, pero seguía sin estar a gusto; necesitaba moverse, crecer. “Estaba triste, veía que la vida se me pasaba”.
Pidió trabajar a media jornada. Empezó a construir más. A componer más. A indagar en la música milenaria. Fue creando cornus romanos, imponentes carnyx, aulós griegos, flautas, trompetas, tallaba cuernos, horadaba caracolas… hacía sonar bien todo lo que se ponía en los labios, de una caña agujereada a una pluma de ave. Se fue haciendo conocido. En 2016 tuvo su primera grabación para un disco con la Real Filarmónica de Galicia. Cosechó 20 minutos de aplausos, y el resto es historia: cientos de conciertos en más de 50 países (solo este año dará 120), tres discos y un éxito cada vez más viral. ¿Su último hito? Uno que puede escucharse en los cines de todo el mundo.
“Cuando me llamó Harry Gregson-Williams para participar en la banda sonora de Gladiator II le dije que no podía ir a Los Ángeles. Tenía a la banda esperando en Abbey Road [en Londres] para grabar dos canciones de mi último disco”, cuenta encogiéndose de hombros, como si tal cosa. No hubo problema: el compositor se plantó en Lugo y juntos grabaron los instrumentos que en su día sonaban en la antigua Roma. “Harry me enseñaba mensajes: ‘a R.S. le gusta este instrumento’, ‘R.S. prefiere algo más grave”. R.S. era, claro, Ridley Scott.
El cine le sigue llamando, por cierto. Acaba de grabar un vídeo para el filme Mary, en el que Anthony Hopkins interpreta a Herodes. ¿Le ha cogido el gusto a las bandas sonoras? “Me gusta, pero solo es una parte de mi trabajo. Lo cierto es que, cuando compongo, pienso en imágenes, me creo mis propias películas en la cabeza”, cuenta Cupeiro en su estudio, con la cabeza de cobre de un monstruoso ser entre las manos que hace de boca del cornyx. “En el futuro me gustaría hacer mi propia película”, confiesa. Todo llegará. Por ahora, también está concentrado en escribir guiones y monólogos. “Me gusta mezclar la música y el humor. Beethoven, Mozart, Händel… ellos tenían un contacto directo con el público, eran divertidos y populares”. Es lo que hace en sus conciertos en solitario, en los que realiza un viaje místico por la historia de la música, desde las cuevas prehistóricas hasta el jazz. “La música clásica está en malas manos”, se queja Cupeiro, muy combativo contra el elitismo que tantas veces rodea al género. “Se programa mal, y siempre lo mismo. Los músicos deberían tomar las riendas y acercarla a la gente, porque si se consigue llegar al público, este queda fascinado”.
@rccelta Respuesta a @SecretosGalicia O poder do karnyx resoará no noso lar 🎵🔥 📅 Sábado ⏰ 20:45 🏟️ Abanca Balaídos O galego Abraham Cupeiro actuará no céspede de Abanca Balaídos antes do partido ante o @fcbarcelona! Un músico sen igual que abraiará co son deste instrumento celta de batalla. ⋄⋄⋄ Abraham Cupeiro actuará en el césped de Abanca Balaídos antes del partido ante el FC Barcelona. Un músico sin igual que asombrará con el sonido de este instrumento celta de batalla. ⋄⋄⋄ Abraham Cupeiro will perform on Abanca Balaídos before the match against Barcelona. A musician who will astonish with the sound of the karnyx. #RCCelta #celta #celtas #celtic #musicacelta #celticmusic #TikTokFootballAcademy #DeportesEnTikTok
♬ sonido original – RC Celta
Cupeiro pasea por su estudio. Coloca, recoloca, levanta una caracola gigante, mueve un trombón. “El instrumento más antiguo del que se tiene constancia es una flauta de hueso de hace 62.000 años”, se deleita explicando. Y repite la cifra con su acento gallego. “Los instrumentos más antiguos se guardaban en las partes más profundas de las cuevas, donde no llegaba la luz del sol”. Como si fueran objetos mágicos, como si a través de ellos se lograra una comunión mística. “La sigue habiendo”, asevera Cupeiro. “La música sigue teniendo esa función. El punk, el rock… al final somos tribus. Y la música es lo que nos articula”.
“Tengo dudas con las redes sociales”, confiesa, en pleno debate sobre sus ventajas e inconvenientes. “Me han ayudado mucho, me han dado un contacto directo con el público y con muchos músicos con los que he contactado a través de ellas. Pero claro que también paso horas viendo una lista infinita de vídeos cortos”, lamenta. Aunque ha encontrado una vacuna para eso: duerme en la cabaña, pero el móvil lo deja en su estudio. “Es Lugo. Aquí hace frío. Por muchas ganas que me entren de mirarlo no voy a cruzar la finca de noche”, ríe, y guarda la cabeza con forma de boca del icónico cornyx.
El pasado sábado 23, Cupeiro tocó ese instrumento que ha forjado con sus propias manos antes del partido que enfrentó en Balaídos al Celta y al Barça, ante 25.000 personas. Y se hizo realidad su mensaje sobre la continuidad de la música a través del tiempo: el rugido que le recibió fue el mismo que hace 2.000 años recibía a los gladiadores en el Coliseo romano.
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo