Donald Trump siempre ha sido un estafador. Como empresario, dejó un rastro de inversores que perdieron dinero en empresas fallidas mientras él se beneficiaba, estudiantes que pagaron miles de euros por cursos inútiles, contratistas sin pagar y más. Incluso en medio de su actual campaña presidencial, ha estado vendiendo a precios excesivos zapatillas doradas y Biblias impresas en China.
Pero la mayor estafa de Trump, y posiblemente la más trascendental, ha sido de índole política: presentarse a sí mismo como un republicano diferente, un aliado de los trabajadores estadounidenses. Este autorretrato ha tenido éxito hasta el momento, sobre todo al ganarle al expresidente un apoyo significativo entre la gente de color de clase trabajadora, aunque el carnaval de racismo en su mitin del domingo pasado —en el que un cómico abrió el acto describiendo Puerto Rico como una “isla de basura” y contó un chiste de sandías en referencia a un hombre negro— podría mermar ese apoyo en los últimos días de la campaña. Lo cierto es que, si los planes políticos de Trump difieren de la ortodoxia del Partido Republicano, es porque son aún más antitrabajadores y proplutócratas que lo que antes era normal en su partido.
Antecedentes: desde la década de 1970, los dos principales partidos políticos han discrepado fuertemente en lo que se refiere a ideología económica. En general, los demócratas están a favor de subir los impuestos a los ricos y reforzar la red de seguridad social; los republicanos están a favor de bajar los impuestos a las empresas y a los ricos, lo que se paga en parte recortando los programas sociales. Kamala Harris es, en este sentido, una demócrata normal, que aboga por subidas de impuestos que afectarían sobre todo a los estadounidenses de rentas altas, y también por ampliar las desgravaciones fiscales para las familias con hijos; además ha propuesto ampliar Medicare para que cubra la asistencia sanitaria a domicilio para personas mayores, lo que supondría una gran ayuda para millones de familias.
¿Se ha apartado Trump de las normas republicanas? Mientras fue presidente, la verdad es que no. Su bajada de impuestos en 2017 favoreció a los estadounidenses de rentas altas. Ahora quiere hacer permanente esa reducción fiscal, muchas de cuyas disposiciones expirarán en 2025. También ha lanzado la idea de una nueva gran rebaja del impuesto de sociedades. Como presidente, Trump intentó que se aprobaran recortes en Medicaid, pero no lo consiguió. Y aunque dice que no reducirá la Seguridad Social y Medicare, sus propuestas socavarían los fundamentos financieros de estos programas.
Trump ha hecho también algunas propuestas fiscales que a lo mejor parecen favorables a los trabajadores, pero no lo son, como acabar con los impuestos sobre las propinas; muchos empleados que reciben propinas no ganan lo suficiente como para pagar impuestos sobre la renta, y los que lo sí lo hacen están en su mayoría en un tramo impositivo bajo.
Si Trump ha roto con la política económica habitual del Partido Republicano, ha sido intensificando los esfuerzos para redistribuir la renta hacia arriba. Propone subir los impuestos a la clase trabajadora en forma de un gran gravamen nacional sobre las ventas, que es lo que básicamente serían sus aranceles. Y este gravamen sería altamente regresivo: una gran carga para las familias de ingresos medios y bajos, y un golpe insignificante para el 1% más rico. Si se ponen en el mismo gráfico cálculos razonables sobre los efectos de los planes fiscales de Harris y Trump, son más o menos una imagen invertida. Trump subiría los impuestos a la mayoría, y solamente el 1% más rico saldría ganando; Harris haría lo opuesto.
Así que, no, Trump no es amigo de la clase trabajadora, sino todo lo contrario. ¿Por qué, entonces, millones de personas creen que lo es? Parte de ello refleja seguramente tensiones raciales: los hombres blancos sin títulos universitarios han perdido terreno en relación con otros grupos desde 1980, y algunos de ellos, por desgracia, seguramente sienten afinidad por el racismo y la misoginia que vimos en el Madison Square Garden. Pero, algunos latinos y negros estadounidenses también parecen haberse tragado las monsergas de Trump. ¿Por qué?
Bueno, los estadounidenses recuerdan correctamente la economía prepandémica de Trump como una era de fuerte crecimiento del empleo y aumento de los salarios, en gran parte, diría yo, porque los republicanos en el Congreso abrieron las espitas fiscales después de que la austeridad durante los años de Obama ralentizara la recuperación de la crisis financiera de 2008. Muchos también descartan implícitamente o borran de la memoria el elevado desempleo que se registró durante el último año de Trump en el cargo. Y siguen frustrados por la subida de los precios, consecuencia del repunte de la inflación en 2021-22, aunque este repunte fue un fenómeno pandémico mundial, y los salarios ajustados a la inflación son ahora más altos de lo que eran justo antes de la pandemia de covid.
De lo que relativamente poca gente es consciente, creo, es de que si Trump gana la semana que viene, su programa antitrabajadores abarcará mucho más que todo lo que consiguió hacer entre 2017 y 2021. En aquel entonces, elevó los aranceles medios sobre los productos chinos en alrededor de 20 puntos porcentuales, pero China representa solo alrededor del 15% de las importaciones estadounidenses; ahora habla de imponer aranceles similares a todo, y del 60% a las importaciones procedentes de China. En general, estamos hablando de un impuesto sobre las ventas aproximadamente 10 veces mayor que su última aventura.
Por tanto, Trump es cualquier cosa menos favorable a la clase trabajadora estadounidense. Si muchos creen lo contrario, bueno, no son las primeras víctimas de su larga carrera como estafador.