Bambi vuelve al cine. Esta vez, lo hace en imagen real, pero no a la manera de los mal llamados live-action que Disney ha desarrollado en los últimos años –como El libro de la selva (2016) o El rey león (2019), donde los animales están generados por ordenador–, sino en formato semidocumental con planos tomados en la naturaleza. Se trata de una producción francesa titulada Bambi, una vida en el bosque y ha llegado a las salas españolas este viernes 10 de enero de la mano de A Contracorriente Films. Su director, el debutante Michel Fessler, fue guionista en otra película con la que comparte rasgos, El viaje del emperador (2005), donde la migración de unos pingüinos era recogida y narrada como una historia sin intervención humana aparente. Aquí, el montaje y una voz en off –la de la cantante francesa Mylène Farmer, en versión original– reconstruyen la historia del escritor austrohúngaro Felix Salten a partir de grabaciones de ciervos, conejos, águilas pescadoras y demás habitantes del bosque galo de Orleans, una superficie de 50.000 hectáreas en el Centro-Valle del Loira.
Antes de que nadie se lleve las manos a la cabeza, no se ha matado a la madre de ningún cervatillo para la película, aunque tenga vocación realista. Como sucedía en el clásico de Disney, la muerte de la madre tiene lugar fuera de campo, de modo que apenas escuchamos un disparo y vemos a Bambi correr. Suficiente, no obstante, para que muchos espectadores se reencuentren directamente con uno de los traumas cinematográficos de su niñez y para que otra parte del público lo experimente por vez primera.
El punto narrativo crucial de la historia de Bambi, cuando un cazador sorprende fatalmente a su madre y la cría se salva gracias a su rápida huida, era, a su modo, el momento en que la infancia feliz del personaje terminaba y tenía que aprender a valerse como adulto; con la ayuda de su padre en la versión de Disney. Y también una de esas tomas iniciales de contacto de los niños con la muerte a través de la ficción, como en tantos otros cuentos populares.
“La novela de Salten es lo que se llama un bildungsroman, una novela de aprendizaje”, explica a ICON la traductora y crítica Ana Garralón, especialista en literatura infantil. “La pérdida de un ser querido tendría sentido como un proceso de aceptar la individualidad. Al haber animales y ocurrir en un entorno no realista los lectores pueden tomar distancia. En la infancia la muerte se contempla de una manera muy diferente a como se hace de adulto, y el duelo tiene otras connotaciones”. Garralón recuerda que “la muerte ha estado presente en la literatura infantil desde sus inicios”, con “connotaciones alegóricas y simbólicas”, y ofrece un apunte relevante sobre el contexto de la novela Bambi, historia de una vida en el bosque, de 1923: “Hay quien dice que la muerte en Bambi representa el temor que Salten, como judío, padecía, pues fue perseguido y su vida corrió peligro”. El académico estadounidense Jack Zipes, en el prólogo de una reciente edición anglosajona, también la describió como “una historia profunda y brillante sobre cómo grupos minoritarios de todo el mundo han sido brutalmente tratados, incluso cuando han querido vivir pacíficamente”.
La nueva película francesa se ajusta más a la estructura y los acontecimientos del largometraje de Disney que a la novela de Felix Salten (hay incluso un trasunto del conejo Tambor, que no existe en las páginas del libro). En el texto original, la muerte de la madre está lejos de ser el único suceso escabroso del que el protagonista es testigo en un entorno natural crudo y feroz, donde el enemigo también se encuentra entre las criaturas del bosque, por depredación o por colaborar con el ser humano. Su evolución no tiene tanto que ver con el paso a la vida adulta como con la pérdida de la inocencia y un progresivo endurecimiento y amargura del carácter: de la alegría infantil a la conveniente soledad autoimpuesta de un ciervo macho acechado por infinidad de amenazas, más sabio y menos capaz de amar.
Es por ello que Garralón considera “cursi y manipuladora” la película de dibujos animados. “Disney presentó una naturaleza idílica y edulcoró todo”, opina la experta. “Recortó muchísimas cosas que aparecen en la novela como la violencia y la muerte en la propia naturaleza. Nada más nacer el hurón ha matado al ratón, las cornejas saquean, la pradera está llena de peligros y otros animales como el saltamontes o la mariposa no es que sean precisamente amables”.
La conversación
Sin embargo, la película de Disney también contaba con un muy particular contexto propio. Se estrenó en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando muchos menores de edad estaban familiarizándose con la idea de crecer sin sus dos progenitores. Fue también todo un logro técnico para el estudio, que extendió la producción varios años por su complejidad (se sondeó que fuera el primer largo animado de Disney y acabó siendo el quinto) y asentó una visión de la naturaleza que marcaría su línea artística, además de resultar tremendamente influyente en muchos ámbitos sociales. La imagen de Bambi fue cedida por el propio Walt Disney a campañas gubernamentales para concienciar acerca de la necesidad de preservar los bosques. Muchas sensibilidades conservacionistas, ambientalistas o animalistas también se forjaron a partir de ahí. “Creo que me hizo crecer pensando que la caza no tiene nada de divertido”, confesó en una ocasión el músico Paul McCartney, vegetariano desde los 33 años. “Muchas de estas historias han servido para que los niños, como me pasó a mí, aprendan que no está bien ser cruel con los animales”.
El sentido de la maravilla y la fascinación por el descubrimiento de la naturaleza, presente, esto sí, en los primeros pasajes de la novela de Salten y en las películas, es otro de sus elementos más trascendentes. En la nueva Bambi, una vida en el bosque, una escena nocturna en la que el cervatillo observa a las luciérnagas sobresale dentro del privilegiado espectáculo visual que ofrece la inmersión de las cámaras en el entorno de Orleans, que también registran el nacimiento y los entusiasmados primeros pasos del animal que sirve al título.
Algunos analistas también han observado que parte del impacto de la escena en la que la madre de Bambi muere, en la versión de Disney, viene de su organización visual. Aparte de la emoción que transmiten sus paisajes nevados, que se van oscureciendo mientras la perspectiva se aleja y deja a Bambi solo en la inmensidad, el montaje, en los momentos previos al ataque, introduce algunos planos de la madre mirando al frente, como si reconociera en el público la amenaza humana. El estudio replicó el shock de Bambi, aunque en una narrativa distinta de aliento shakesperiano, en El rey león (1994), donde el héroe también tenía que encontrar su camino tras la muerte trágica de Mufasa, su progenitor. Antes que eso, otra película de animación, En busca del valle encantado (1988), producida por Steven Spielberg, construyó igualmente una aventura prehistórica a partir de la orfandad sobrevenida de un pequeño dinosaurio, Piecito, herbívoro como Bambi.
En un artículo con motivo del relanzamiento de Bambi en formato Blu-Ray, un terapeuta infantil señalaba que el aspecto “muy inocente” del personaje favorecía la conexión y la identificación en un mayor grado: “Los leones son duros. Matan ciervos y cebras. Los ciervos comen hierba y tienen patas delgadas, frágiles”. Aunque algunas voces de la pieza consideraban la historia de Bambi “un buen punto de partida para una conversación” con un niño, un rito de paso para ayudarle a entender que sus padres no iban a estar con él para siempre, el terapeuta expresaba ciertas reservas. “Si tienes un niño con problemas para separarse de ti como progenitor, entonces evita Bambi. Todos los niños se separan en momentos diferentes y con niveles diferentes de confianza. Vas a alimentar más los miedos del niño”, sostenía.
Disney lanzó en 2006 una secuela diseñada originalmente para el mercado doméstico, Bambi II: El príncipe del bosque. La continuación, que llegaba más de 60 años después, cubría la gran elipsis del clásico animado: la educación de Bambi en solitario a cargo de su padre, que abordaba el duelo en sí mismo por los dos lados y volvía a enfrentar al personaje a una situación similar a la del trauma para reflejar su aprendizaje durante el proceso. El estudio ha trabajado durante años en un remake fotorrealista, aunque oficialmente el proyecto quedó congelado tras la renuncia de la directora anunciada (la ganadora del Oscar Sarah Polley) y una reorganización en Disney. A falta de que se concrete, además del recién estrenado live-action francés, queda como alternativa el tráiler falso que Saturday Night Live emitió en 2016, con Dwayne Johnson en el papel del ciervo y Vin Diesel en el de Tambor vengándose de los cazadores a disparo limpio, y también el teaser Bambi: la venganza que se estrenará este año. El filme de terror británico sigue la línea de otras películas del género que en los últimos años han aprovechado la liberación de licencias de personajes clásicos para convertir a célebres héroes infantiles en villanos sedientos de sangre. Cintas que combinan horror y humor socarrón como Winnie Pooh: Miel y Sangre (2023). Bambi: la venganza cuenta la historia de una madre y un hijo que, tras un accidente de coche en el bosque, deben enfrentarse a un ciervo que ha visto a su madre morir a manos de unos cazadores sin escrúpulos, y ha mutado convirtiéndose en una criatura asesina. Aprender sobre el duelo es enriquecedor, pero otras narrativas pueden resultar más satisfactorias.