Ya son 1.000 días desde el inicio de la invasión de Ucrania por parte de las fuerzas rusas, y en las últimas semanas se han ido produciendo acontecimientos que complican el futuro del país agredido. Rusia avanza en el campo de batalla, respaldada ahora por soldados norcoreanos, mientras golpea salvajemente infraestructuras civiles para doblegar la moral de la ciudadanía de Ucrania y recurre al uso de armas inquietantes por su alcance y potencial nuclear. El colapso de la coalición de Gobierno en Alemania representa otro problema para Kiev, al que se suma el revés decisivo: la victoria de Donald Trump, que puede significar el fin de la ayuda de Estados Unidos.
Vladímir Putin se encuentra hoy más cerca que nunca de cumplir sus objetivos desde que Kiev repelió el ataque inicial. El triunfo del agresor cambiará por completo el panorama del continente, justo cuando va a iniciarse otro cuatrienio trumpista. ¿Qué ocurrirá después con Georgia y Moldavia? ¿Estará dispuesto Trump a ir a la guerra con Putin para defender a esa Lituania que impide conectar Kaliningrado con el resto de Rusia vía el Estado vasallo de Bielorrusia? ¿Hasta dónde llegarían los actos de interferencia y sabotaje a los que ya asistimos?
Por todo esto, es la hora de los europeos. Ya no cabe confiar en el paraguas de seguridad de EE UU. Hay que respaldar a Ucrania para evitar su colapso. El PIB de la UE es diez veces el de Rusia, aunque no tenga suficiente capacidad de producción de armamento. Puede hacerse un mayor esfuerzo financiero o, por ejemplo, comprar en el mercado armas que hoy Europa no produce. Es necesario compensar la probable caída del apoyo estadounidense a Kiev para que la paz que busca Trump no sea una capitulación, y urge desarrollar capacidades disuasorias propias y mejores mecanismos de coordinación de defensa, que no deben orillar a la OTAN. España debe, en esto, contribuir adecuadamente. Se halla en el furgón de cola del gasto en defensa de los aliados. Debe recuperar terreno con rapidez. No vale el argumento de la lejanía geográfica. España es parte de una alianza y de la Unión Europea. Recibió apoyo económico en momentos de dificultad. Debe contribuir a la seguridad común.
Este esfuerzo limitará los recursos disponibles para otras partidas de gasto. Es una decisión difícil, pero necesaria. Y no contradice los valores progresistas. Es más, no hay progreso y cohesión social sin la premisa de la seguridad y de la estabilidad democrática, amenazadas ahora por Putin. Es hora de que Europa asuma su destino y haga lo necesario para que la brutalidad autoritaria no triunfe y amenace el futuro de nuestras sociedades democráticas.