Flanqueada por cuatro tenientes generales, la primera directora general de la historia de la Guardia Civil, María Gámez (Sanlúcar de Barrameda, 54 años), presentaba este miércoles su dimisión. “Les he convocado para comunicarles mi renuncia como directora general de la Guardia Civil tras haber tenido conocimiento de que mi marido ha sido citado en el marco de un procedimiento judicial”, justificaba, emocionada y determinada a evitar un posible linchamiento de su familia y del instituto armado, vapuleado también en las últimas semanas por las corruptelas ligadas al caso Mediador y al caso Cuarteles.
Tres años y dos meses antes, tomó posesión en la sede de la Dirección General de la Guardia Civil, ante una amplia formación de guardias y con la presencia de Fernando Grande-Marlaska, el ministro del Interior que la nombró. “Soy feminista. Creo en la igualdad de hombres y mujeres (…) la igualdad será uno de los objetivos en un cuerpo que cuenta con 5.840 mujeres, el 7,62%, un porcentaje claramente insuficiente que debe crecer también en los puestos de mando”, fue toda una declaración de intenciones. Hoy las mujeres del instituto armado siguen suponiendo solo el 9%, pero una modificación de la Ley de Régimen de Personal pretende reservar un porcentaje de plazas para las mujeres que se presenten a las oposiciones al cuerpo, lo que “supondría un cambio de paradigma”, según algunos altos mandos del cuerpo. Un texto, “la gran apuesta de María”, como lo describen sus colaboradores más estrechos, en vías de aprobación parlamentaria que “ahora se queda en el aire”, apuntan otros.
Nada hacía presagiar aquel 22 de enero que una pandemia mundial estaba a la vuelta de la esquina. Que pocos días después de aquel ocho de marzo, cuando el feminismo volvió a abarrotar las calles de las principales ciudades del país, comenzaría un confinamiento de tres meses y que la Guardia Civil, como el resto de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, tendría que estar en la primera línea. “Gámez llamó a los más de 600 agentes que estuvieron ingresados en el hospital, uno por uno”. Comenzaba lo que para algunos generales consultados ha supuesto “un antes y un después” en la dirección de una institución de origen militar: “Un trato mucho más humano, María le ha dado humanidad a esta institución”, aseguran.
Cauta desde su llegada, Gámez se dejó asesorar por los técnicos profesionales del cuerpo y estudió la institución por dentro. Haciendo gala de su empatía, logró ganarse la confianza de no pocos generales y la lealtad del resto, pese a la cruda crisis vivida en lo peor de la pandemia con el cese del coronel Diego Pérez de los Cobos, tras descubrirse que una unidad de la Policía Judicial de la comandancia de Madrid, dirigida por éste, investigaba la autorización de la manifestación del aquel 8-M antes de que se decretase el estado de alarma por la covid-19. Gámez cesó al coronel por teléfono. Y a continuación tuvo que capear la dimisión de su número dos, el teniente general Laurentino Ceña, el director adjunto operativo de la Guardia Civil. Salió milagrosamente ilesa de aquella grave crisis, blindada por el ministro Grande-Marlaska, que este miércoles la despedía como “la mejor directora que ha tenido la Guardia Civil”.
Airosa y decidida, superada la pandemia, Gámez se puso manos a la obra. Y, aunque no se prodigó casi nada en los medios de comunicación, lo que sí hizo fue recorrerse las 54 comandancias de España y tratar de recabar fondos para rehabilitar los abandonados cuarteles de la España vaciada, en un intento de contribuir a revertir la sangría demográfica que asola a esas poblaciones y de dignificar el trabajo de los guardias en el entorno rural. Y, en medio de esas obras e inauguraciones, y de la construcción de algún nuevo cuartel, “cuando comenzaba a estar asentada”, estallan en las últimas semanas el caso Mediador —una presunta red de tráfico de influencias, blanqueo y falsedad documental, en las se investiga al general Francisco Espinosa—, y el caso Cuarteles —una presunta trama de amaño de obras en instalaciones del instituto armado—. “Todo eso ha salido precisamente porque se estaba limpiando lo sucio que quedaba en la institución”, aseguran colaboradores de Gámez.
En el tintero o pendientes de que su sucesora, la hasta ahora delegada del Gobierno de Madrid, Mercedes González, coja su relevo, se quedan el “Plan del veterano”, para darle cabida a esos hombres y mujeres que consideraba un activo importantísimo; o el Plan para la mejora del Bienestar y las actividades saludables, como base de la carrera profesional de los futuros guardias; o un nuevo Museo de la Guardia Civil, capaz de acercar la institución a los más jóvenes “mirando hacia el fututo, hacia lo que podemos ser, y menos al pasado y a lo que fuimos”, dice uno de los mandos que la ha acompañado en estas iniciativas para transformar el cuerpo.
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“Se ha notado más firmeza y un impulso decidido en grandes cuestiones en estos tres años”, dice Juan Fernández, presidente de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC). “Sin embargo, es justo ahora que se va cuando deberían haberse implementado cambios de mayor calado en la gestión interna como la revisión del Código Penal militar, la digitalización tecnológica… nos hemos quedado solo con la fachada pintada”.
Gámez pasará sin duda a la historia como la primera mujer que dirigió la Guardia Civil, pero quizá, si sus proyectos prosperan, lo haga también como la que abrió un nuevo camino en esa institución.
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