La cosa empezó con una llamada de voz hará unos cuatro meses. Yo detesto hablar por teléfono, una fobia por otra parte bastante común. Pero ese día, no sé por qué, respondí. Era un aturullado repartidor de Amazon que decía no encontrar mi casa. “La dirección es XXX, número X, piso tal, ¿no?”. Y sí, los datos eran correctos, lo cual nos hizo pasar unos minutos de lío y desconcierto, sin poder entendernos. “Estoy delante de una puerta blanca”, decía él, por ejemplo. Pero ¿qué puerta blanca?, me pasmaba yo. “¿Entonces es un chalet?”, insistía el tipo. Pues no, aquí no hay ningún chalet, esto es el centro de Madrid. Mi mención a la ciudad desbloqueó el embrollo: “¿Madrid? Yo estoy en Villanueva del Pardillo”. Acabáramos, nos dijimos los dos. Un error inexplicable y absurdo había llevado mi paquete, que por otra parte llevaba la dirección exacta, código postal incluido, a un pueblo a 30 kilómetros de distancia que por casualidad tenía una calle con el mismo nombre. Aclarado el asunto, hasta nos hizo gracia. Enseguida recibí un correo automático de Amazon lamentando el error en la entrega y diciendo que lo subsanarían en breve.
Tres semanas después recibí una llamada desde el mismo número. Era otro acongojado repartidor que no encontraba mi casa en Villanueva del Pardillo. Casi un mes más tarde, un tercer y abrumado mensajero terminó dándose de bruces con la misma puerta blanca. Para entonces yo ya había escrito y telefoneado a Amazon, desesperada. Pese a tener los números del envío que me dieron los repartidores, es imposible localizar en mis pedidos o en el sistema de Amazon el maldito paquete, cuyo contenido ignoro y que, pese a tener la dirección perfectamente indicada, está empeñado en irse a Villanueva del Pardillo.
Esta mañana han llamado una vez más. El cuarto intento. Devuelva el paquete al emisor, tírelo, haga lo que le se le antoje con él porque yo no lo quiero, he bramado. Pero estoy casi segura de que reaparecerá en unas pocas semanas. Es como el cometa Halley del comercio electrónico. Ahora bien, ¿cómo puede suceder algo así? ¿Cómo se puede cronificar un error inexplicable e imbécil como este, quizá os preguntaréis y desde luego me pregunto yo? Pues la respuesta más probable me parece instructiva y algo amedrentante. Porque se diría que en alguno de los entresijos cibernéticos de la inteligencia artificial que rige y ordena el colosal follón de envíos de Amazon se ha colado el error de asociar Villanueva del Pardillo a mi pobre paquete. O quizá la pifia haya sucedido en el sistema automatizado del emisor. El caso es que, aunque la dirección de la etiqueta esté bien, la maldita IA lo reenvía una y otra vez al mismo erróneo sitio con la bruta ceguera de todas las inteligencias artificiales, que, como se ve, pueden ser escalofriantemente lerdas. De lo que no cabe duda es de que esto no habría pasado si hubiera habido más humanos en la cadena de envíos. O habría sucedido tan solo una vez, y yo ya tendría aquí mi enigmático paquete.
Todo esto me ha recordado al gólem, ya sabéis, esa leyenda medieval de origen judío que habla de una criatura animada creada por el ser humano con arcilla o piedra. Entiende órdenes y se mueve pero carece de alma, así que, aunque es muy fuerte, no sabe hablar y no es inteligente. Hay varias versiones de la leyenda, pero la más conocida atribuye su creación a Judah Loew, un célebre rabino de Praga del siglo XVI. Y resulta que un día la esposa de Judah le pidió al gólem que fuera al río y trajera agua, y la criatura se puso a ello con tanto empeño y de forma tan persistente que acabó inundando la ciudad y originando una catástrofe. Y es que depender de la ayuda de un poder ciego tiene sus riesgos. A ver, el asunto del paquete es una nadería, pero imaginemos una IA que se ocupe de gestionar cuestiones más cruciales. En Defensa, en Sanidad, en la regulación del tráfico aéreo, yo qué sé. Y que se emperre en un error ilocalizable. Se me ponen los pelos de punta de pensarlo.
Claro que también es posible que detrás de esa misteriosa puerta blanca viva yo. Es decir, otra yo. Tal vez sea el umbral de un universo distinto y paralelo. Quizá el paquete venga del otro lado y por eso aquí no lo encuentran. Y puede que tanto ir y venir esté abriendo la puerta. Buscadme en Villanueva del Pardillo si desaparezco.