La bandeja del turrón: ¿símbolo inmortal de la Navidad o tradición autoimpuesta? | Gastronomía: recetas, restaurantes y bebidas


Que por qué la ponemos, si luego nadie se come la mitad de las cosas, que a ver quién se encarga de montarla este año, que si ahora que la abuela no está, qué sentido tiene o que cómo no vamos a ponerla… ¡Sí, es Navidad! ¿Es la bandeja del turrón el emblema por excelencia de la sobremesa navideña española o una tradición que causa no pocos cismas familiares? Puede que suene a exageración, pero el sencillo gesto de cortar y servir pedacitos de esta almendrada delicia, genera su debate.

En mi familia, la parte más “turronera” es la castellana (en la otra parte, la gallega, cambiamos el turrón por las filloas) y la encargada de hacer acopio de tabletas siempre ha sido mi tía Rosa. Ella es de las de ir a Casa Mira a hacer cola para llevarse su buen cargamento y luego montar la bandeja: “Solía hacerla yo porque tenía más paciencia y también porque la cocina me gustaba menos”. Ahora que mis abuelos ya no están, la bandeja de turrón se ha esfumado, aunque para mi tía Rosa siempre formará parte de sus memorias de infancia. “En casa la sacábamos siempre después de comer y de cenar, y había de todo: turrón duro, blando, de yema tostada, de Cádiz, de chocolate, alguna figurita de mazapán, las Glorias y luego las peladillas y los piñones”, rememora.

Ampliando el círculo a amistades y compañeras de profesión, reina la disparidad de opiniones. Hay quien no la pone y no hay debate porque a nadie de la familia le importa, quien la pone “porque tiene que estar” y quien afirma que sin bandeja de turrones no hay Navidad, aunque luego se quede intacta. Mi amiga Clara dice que su madre repite esta frase cada Navidad: “El próximo año no corto nada. Pongo los paquetes y listo porque si no, tengo que tirarlo todo”. Pero al año siguiente, esa bandeja de trocitos cortados vuelve a aparecer en la mesa. La periodista de viajes y gastronomía Mari Carmen Duarte Rodríguez apunta a la causa más probable de que esa bandeja apenas se toque: “Nadie come porque para el postre ya vamos todos rodando”. En otras casas, como en la de la escritora Gabriela Ybarra, la bandeja desapareció sin más. “Un año no se puso y nadie la echó de menos”.

En la familia de la escritora y periodista Alba Correa abogan por la diplomacia: “Mi abuela siempre los quiere poner, mis tíos le dicen que no hace falta y terminan acordando que ponga una cantidad comedida. Yo estoy en el barco de mi abuela. Entiendo que no es muy práctico o sensato poner un plato de algo que casi no se va a comer, pero ¿qué es práctico y sensato en la Navidad?”. Luego hay un fenómeno bastante extendido, al que podríamos bautizar como “el extraño caso de la bandeja menguante”. Son esas bandejas que se llenan el 24 y de las que apenas se come nada esa noche, pero que a medida que avanza la Navidad, se van vaciando misteriosamente. La gestora cultural Valeria Reyes lo resume así: “Se come entre horas y fuera de los días festivos. Lo típico que te encuentras a tu madre en bata yendo a la cocina a hurtadillas a comerse un mantecado. ‘¡Ay, hija, me he tomado el mantecado de Santa Rita porque como vosotros no coméis nada!’”. Y en casa de Ana Ribera, editora jefa de Prisa Audio, ocurre algo parecido: “Si la dejas en la encimera de la cocina, poco a poco van desapareciendo cosas”.

En un artículo del diario Ahora de 1935, que habla de lo que devoramos los madrileños en estas fiestas, se decía que el turrón era algo “indispensable”, “obligado”, en cualquier hogar, incluso en los más humildes. Y el historiador alicantino Francisco Figueras Pacheco, en su libro La sabrosa historia del turrón y primacía de los de Jijona y Alicante, publicado en 1955, decía que, junto al pavo de Navidad, el turrón es “el complemento obligado” en estas fechas. Obligación, curiosa palabra que apunta a que algo hay de inercia en esto de poner sí o sí turrón en las mesas navideñas. Desde el Consejo Regulador de Jijona y Turrón de Alicante explican de dónde viene este vínculo del turrón con la Navidad. “La producción de turrón está ligada al ciclo de la almendra. Aquí se recoge en el mes de septiembre y, como los agricultores necesitaban complementar ingresos, una vez que recogían el fruto, elaboraban el turrón. En los meses de noviembre y diciembre, lo llevaban a las grandes ciudades para venderlo”, cuenta su secretario general, Federico Moncunill.

Turrones de la tienda Casa Mira, en Madrid. Imagen proporcionada por la marca.
Turrones de la tienda Casa Mira, en Madrid. Imagen proporcionada por la marca.

Esto ocurre desde el siglo XV, tal y como relata Francisco Figueras Pacheco en su monográfico sobre el turrón, donde también ofrece una suerte de explicación a la tradición de regalar turrón por Navidad. En el siglo XVI, los ediles de Alicante, aprovechando que sus arcas estaban bien nutridas, comenzaron a incluir en los presentes de Navidad que hacían a gestores de negocios y abogados “dos golosinas típicas de Alicante”: el pan de higos y los turrones. Ya en el siglo XVII, los turrones iban a parar a las mejores mesas de las ciudades y al extranjero, donde los mercaderes de la mar los utilizaban para negociar. Vamos, que lo que empezó siendo un obsequio, se acabó convirtiendo en un floreciente negocio.

Para Moncunill, la bandeja del turrón es una tradición navideña tan arraigada como el Belén o el árbol de Navidad, “que hace que incluso a quien no le gusta el turrón lo tenga para poder ofrecerlo a sus invitados”. Carlos Ibañez Méndez, propietario de Casa Mira, tienda de turrones artesanos abierta en Madrid desde 1842, subraya la importancia de que este dulce esté vinculado a una época específica del año, ya que eso ayuda a que la tradición siga viva. “Yo soy la sexta generación al frente de la tienda, pero tenemos clientes que nos cuentan que aquí venían sus abuelos y ahora vienen ellos con sus nietos. Mientras siga pasando de generación en generación, la tradición se seguirá manteniendo”.

Si nos asomamos a TikTok, veremos que la fiebre por el turrón está muy viva entre la gente más joven, aunque se alejen de la tradición. Este año han hecho furor los de Pepina Pastel, con sabores como Gublins o Doritos, y el drop de turrones de Peldanyos se agotó en un abrir y cerrar de ojos. Incluía sabores como palomitas dulces con queso o caramelo de cereza ácida. Por su parte, la creadora de recetas kawaii Sara Conde lleva desde el año pasado elaborando turrones “adorables” de tarta de zanahoria, Oreo o Kinder.

¿Veremos en el futuro bandejas en las que convivan el turrón blando de Jijona y el duro de Alicante con estas variedades más creativas? Mientras nos entretenemos en negociar quién la monta este año o si hay que seguir poniendo las peladillas aunque nadie se las coma, lo más probable es que la tradición, efectivamente, siga viva.



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