Crecer es una de las tareas más complejas que existen. Abandonar la infancia y todos sus privilegios es una labor sumamente complicada. Atrás quedan para el adolescente los días en los que mamá o papá asumían sus responsabilidades dentro y fuera de casa, tomaban las decisiones importantes y solucionaban sus problemas. En los que se pasaba el tiempo libre jugando, con pocas tareas escolares y donde todo era sencillo. Cuando el joven llega a esta etapa supone un cambio drástico en su vida, en la que experimenta una gran cantidad de transformaciones físicas, psicológicas, cognitivas, emocionales y sociales que le provocan mucha incertidumbre. Y vive absorto en la construcción de una nueva identidad a la vez que cambia la forma en la que piensa, siente y se relaciona con los demás. Busca pertenecer a un grupo de iguales con el que poder compartir sus experiencias, inseguridades y confidencias.
Es un momento vital donde las emociones fluctúan, se intensifican y en ocasiones se desbordan. Donde, a veces, resulta difícil mirarse al espejo y reconocerse en él por los cambios puberales sufridos, que pueden ser una fuente de inseguridad y baja autoestima. La adolescencia es una etapa muy importante para el desarrollo cerebral. Un cerebro inmaduro e impulsivo que vive una transformación importante y muestra dificultades para planificar correctamente, establecer prioridades, gestionar las emociones y tomar buenas decisiones. Que provoca que el joven tenga conductas arriesgadas y muestre muchas dificultades para gestionar la frustración.
La adolescencia supone empezar a vivir con más libertad y tener que tomar decisiones asumiendo los errores y las consecuencias de los propios actos. Comenzar a hacer frente a un entorno en muchas ocasiones hostil y asumir que no siempre se va a conseguir aquello que se anhela. Que el joven logre su propia identidad supone múltiples cambios en sus relaciones, vínculos e incluso en la estructura familiar. Ahora necesita sentir que sus necesidades y sus ideas y aspiraciones son tenidas en cuenta y que ocupa un lugar importante en casa. Que se le da la confianza e independencia que necesita para empezar a dibujar su propio camino sin reprocharle sus tropiezos.
Un período evolutivo en el que el adolescente vive en la dicotomía del deseo de crecer y hacer las cosas a su manera y seguir siendo un niño protegido por sus progenitores. Aunque muestre una actitud desafiante hacia sus figuras de apego, más que nunca necesita sentir su confianza, respeto y conexión. Que sus padres se conviertan en un lugar seguro y estructurado donde poder acudir con complicidad cuando las cosas se complican y poder compartir con ellos todo lo que le inquieta o ilusiona.
Necesita también vivir en un hogar donde reine el sentido del humor y la conexión. Donde los conflictos se solucionen hablando y todos los miembros de la familia puedan expresar sus ideas y necesidades con libertad. Los gritos, las malas formas y los castigos sin sentido únicamente provocarán desavenencias, distanciamiento y malestar. Además, los padres deben intentar consensuar las normas con el adolescente con respeto y empatía. Esto es clave para que este los respete y haya una buena convivencia. Unos límites claros y coherentes regalarán al joven mucha seguridad y le permitirán entender las consecuencias naturales de sus actos y decisiones. Revisarlos periódicamente ayudará a que estos se adapten bien a las necesidades que vayan surgiendo a lo largo de esta etapa.
El joven también necesita sentir que sus progenitores confían en él, le muestran su apoyo de manera incondicional y le brindan la independencia que precisa. Que le ayudan a superar los tropiezos y le alientan a conseguir sus objetivos animándole a trabajar duro y de forma constante. Para conseguir este objetivo, lo mejor es que los padres establezcan unas buenas expectativas de su hijo; esto le hará sentir que sus progenitores le quieren tal y como es, con virtudes y defectos.
Algo fundamental es que noten que los adultos valoran sus emociones, que no les juzgan y les ayudan a gestionarlas correctamente. La adolescencia representa un gran reto adaptativo repleto de desafíos y aprendizajes. Todos los duelos propios de esta etapa vital son complejos y producen en el joven dolor, confusión y ambivalencia. Por eso necesita a su lado a adultos que le apoyen y le comprendan dejándole el espacio y la autonomía que ahora necesita para empezar a emprender su propio vuelo. Que le acojan, le sostengan, y le reconozcan.