El año 2024 terminó con una excelente noticia para la música clásica en España. El veterano y prestigioso director de orquesta estadounidense de ascendencia japonesa, Kent Nagano (Berkeley, California, 73 años), será el sucesor de David Afkham en septiembre de 2026 como director artístico y musical de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). El Ministerio de Cultura anunció este nombramiento el pasado 18 de diciembre como “una apuesta por el definitivo lanzamiento internacional de la OCNE”. Un nombramiento que se ha cocinado a fuego lento desde la dirección técnica de Félix Palomero, mientras los conjuntos nacionales terminaban de conquistar al maestro californiano.
“He tenido cuatro colaboraciones con repertorios muy diferentes y debo decir que cada vez me impresionaba más la apertura de la orquesta y del coro, su fuerte personalidad y verdadero carácter”, explica Nagano a EL PAÍS por videoconferencia desde Hamburgo, donde estos días dirige El holandés errante, de Wagner, como generalmusikdirektor en la Ópera Estatal de la ciudad alemana. Su primer contacto con la OCNE se remonta a marzo de 2014, cuando dirigió la Quinta sinfonía, de Mahler, “pero ya entonces hicimos el estreno absoluto de una composición contemporánea de Arnaldo de Felice”, apunta. En su regreso, en junio de 2018, se enfrentó a Las bacantes, de Hans Werner Henze, “una ópera de la segunda mitad del siglo XX que me hizo trabajar tanto con el coro como con la orquesta”, añade.
Sus dos últimas actuaciones tuvieron lugar en junio de 2021 y abril de 2024. En la primera dirigió una composición de Olivier Messiaen, una de sus especialidades, pues debutó en España en 1986 con el estreno en nuestro país de su ópera San Francisco de Asís, en versión de concierto y en presencia del compositor. Añadió el Réquiem de Faure y, en su última visita, dirigió La creación de Haydn. “He explorado, por tanto, la música de Messiaen, el impresionismo francés y el clasicismo vienés, y he podido experimentar la intensidad y los colores tan especiales del coro y la orquesta en todas esas ocasiones. En realidad, lo único que no he dirigido con ellos es música española, que me apetece mucho”, confiesa.
Nagano sigue un ritual cada vez que se hace responsable de una nueva orquesta. Primero, estudia su historia; después, profundiza en el idioma de sus músicos y trata de memorizar sus nombres. Así ha hecho con todos los conjuntos que ha dirigido como responsable musical: desde la Orquesta Sinfónica de Berkeley (1978) hasta la Orquesta Sinfónica de Gotemburgo (2013), pasando por la Hallé de Mánchester (1991), la Deutsches Symphonie-Orchester de Berlín (2000) y la Sinfónica de Montreal (2006), sin olvidar sus tres determinantes cargos en teatros de ópera en Lyon (1988), Múnich (2006) y Hamburgo (2015), que culminará en junio de este mismo año. De hecho, en varias de ellas ha sido nombrado director honorario cuando ha terminado su contrato.
Prefiere no adelantar ningún proyecto con la OCNE antes de hablar con sus integrantes para establecer un objetivo común. Sin embargo, tiene muy clara la política cultural que aspira a desarrollar: “Para mí, la literatura, las artes visuales y escénicas, tanto el teatro, la danza, la música y la ópera como el cine, e incluso la alta tecnología han recibido una importante influencia de la cultura española. Y creo que debemos actuar como embajadores de esta cultura. Le hablo como alguien del Nuevo Mundo, como californiano y sanfranciscano, donde sentimos una fuerte identidad con lo español”, admite. También valora muy positivamente la labor iniciada por Josep Pons y continuada por David Afkham en las dos últimas décadas: “La orquesta reúne a miembros muy experimentados, pero cuenta con una nueva generación muy joven, y el resultado de esa combinación me parece muy estimulante para diseñar proyectos con repertorio que muestren esa influencia cultural y nos permitan actuar como sus embajadores”, aclara.
Hablamos de su interés por la innovación en música clásica a través de proyectos desarrollados con varias orquestas, como la Sinfónica de Montreal. Además de dar a conocer la música de Mozart a las comunidades inuit, inauguró una nueva sede en 2011 (la Maison symphonique) a la que llama “laboratorio”. “Es muy importante presentar las grandes obras en un contexto que tenga resonancia en los tiempos actuales. En otras palabras, si la gente no va a conciertos de Beethoven o Falla, no es culpa de Beethoven o de Falla, sino de cómo presentamos esas obras y de cómo las interpretamos”, admite.
De todas esas experiencias habla en su primer libro, Música clásica. Espere lo inesperado, que publicó en alemán en 2016 y después en inglés. “La idea de escribirlo me surgió al oír a un político decir que la música clásica era solo para élites de cierta educación y clase económica. Me pareció una perspectiva arrogante e históricamente errónea, pues a partir del Siglo de las Luces sucedió exactamente lo contrario y la música se abrió a todo el mundo y dejó de limitarse a la corte o la iglesia”, añade. Nagano aspira a renovar ese espíritu en el presente con la intención de contrarrestar la separación de la sociedad: “Necesitamos más que nunca la música clásica para superar la polarización”, insiste.
Estas ideas le han llevado a rebatir la opinión de Mario Vargas Llosa, expresada en su libro La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012), de que la democratización de la cultura ha tenido el indeseado efecto de trivializarla y adocenarla. Nagano opina de forma diferente: “No me preocupa tanto la pervivencia de una industria de la música clásica basada en estrellas como privar a la gente corriente de su experiencia, que esa privación haga que la música clásica desaparezca de las escuelas, deje de practicarse en casa o de interpretarse por conjuntos de aficionados”, sostiene.
De hecho, el director estadounidense ha publicado un segundo libro en alemán titulado Diez lecciones de vida. Lo que de verdad cuenta (2021), donde repasa varios encuentros con personas que lo maravillaron y le enseñaron algo fundamental. El libro trata sobre el autocuestionamiento que aprendió de Leonard Bernstein o de la preocupación de los compositores por ser comprendidos, como en el caso de Pierre Boulez, pero también aborda la autenticidad que le enseñó un heterodoxo del rock como Frank Zappa, cuando se convirtió en intérprete de sus complejas partituras sinfónicas, o la casualidad que le llevó a descubrir en la voz post-punk de Björk a la intérprete más memorable de Pierrot Lunaire, de Schönberg.
Nagano es un director con una admirable maestría para interpretar partituras intrincadas y hacer transparente su arquitectura. Un buen ejemplo es su admirable grabación de San Francisco de Asís, de Messiaen, en la que dirigió a la Orquesta Hallé en 1998 en el Festival de Salzburgo (DG). También es un músico cuya precisión no está reñida con la ternura y la espontaneidad en el repertorio romántico, tal como podemos escuchar, por ejemplo, en su emocionante versión del Idilio de Sigfrido, de Wagner, en 2008, con la Bayerischen Staatsorchester (Farao). Pero su entorno familiar, con un padre arquitecto e ingeniero que le inculcó la capacidad de pensar de manera estructural y una madre, microbióloga y pianista, que le abrió las puertas de la literatura y la música, fue clave para forjar su personalidad.
Y habría que añadir la granja donde creció en Morro Bay (California), una pequeña localidad que, en los años cincuenta y sesenta, se convirtió en un paraíso social y musical en medio de la nada, a cinco horas de Los Ángeles y de San Francisco. “Debido a su aislamiento y a su asequible economía, Morro Bay se convirtió, desde principios del siglo XX, en un lugar muy atractivo para oleadas de inmigrantes europeos y asiáticos. Por ello, era particularmente internacional, con pescadores, sicilianos, artesanos portugueses, población llegada desde España, Francia y Alemania, así como irlandeses y escoceses, e incluso suizos italianos. Pero también había orientales, como mis abuelos, que llegaron desde Japón a finales del siglo XIX. Y todos compartían su cultura”, recuerda.
A ello se une su profesor, Wachtang Botso Korisheli (1921-2015), un músico georgiano formado entre Moscú y Múnich que convirtió la escuela primaria de Morro Bay en un fascinante laboratorio de sonidos. “El profesor Korisheli nos inculcó una educación musical ideal que combinaba la disciplina de un Conservatorio soviético y la enseñanza rígida e intensiva de una Hochschule alemana”, asegura. Pero la vida musical en Morro Bay era incesante. “Aparte de la escuela o la iglesia, escuchábamos óperas italianas o sinfonías alemanas en casa y hacíamos música con amigos, por lo que crecí entre Bach, Mozart, Beethoven y hasta Bruckner, cuyas sinfonías conocí tocándolas al piano con un vecino”, rememora. Y lo español siempre estuvo muy presente. “Tenga en cuenta que Morro Bay fue descubierta y fundada por Juan Rodríguez Cabrillo, uno de los grandes exploradores españoles del siglo XVI”, concluye.