Las alarmas llegaron demasiado tarde. El máximo responsable local estuvo desaparecido durante buena parte de la noche mientras el torrente desbocado anegaba los municipios bajo su mando. Otros responsables políticos se desentendieron de aquel “tsunami”, como lo llaman los vecinos, las mayores inundaciones que se recuerdan en la región. La comunicación entre las administraciones falló estrepitosamente. En la noche del 14 al 15 de julio de 2021 murieron en el valle del río Ahr, o Ahrtal, en el oeste de Alemania, 135 personas. Tres años y medio después, el valle parece todavía una zona catastrófica: decenas de grúas, casas en ruinas, pueblos fantasma. Y muchos se preguntan por las muertes que podrían haberse evitado si los dirigentes hubiesen estado en sus puestos, si se hubiesen coordinado, si las alarmas hubieran llegado a tiempo.
“La protección de la de la vida de las personas es la prioridad. No hay otra más alta”, dice Inka Orth en Bad Neuenahr-Ahrweiler, una pequeña ciudad de baños termales cerca de la desembocadura del Ahr en el Rin. “Creo que, visto en retrospectiva, no fue eso lo que sucedió”.
El Ahrtal, a diferencia de las ciudades y pueblos devastados en Valencia por una catástrofe parecida en algunos aspectos, es una zona rural. El municipio más grande, Bad Neuenahr-Ahrweiler, tiene menos de 30.000 habitantes. Es un valle idílico, pero hoy, al recorrer en coche su cuarentena de kilómetros por la carretera río arriba entre viñedos en las colinas escarpadas, la imagen es distinta. Se ven hoteles abandonados, maquinaria de construcción, puentes metálicos provisionales junto a puentes antiguos dañados, coches de emergencia. La reconstrucción avanza, y se han gastado miles de millones de euros, pero han pasado tres años y medio, y a nadie se le ha borrado la impresión de que los poderes públicos, por usar una expresión repetidamente escuchada durante un viaje esta semana en la región, “les dejaron la estacada”.
Inka Orth y Ralph, su marido, acababan de aterrizar en Mallorca aquel 14 de julio y a lo largo del día les habían llegado las noticias de la lluvia en el valle del Ahr. Su hija, Johanna, acababa de sacarse el diploma de repostera. Tenía 22 años y su sueño era abrir su propio café. Vivía en una planta baja cerca del río. A las 20.15 horas pasaron los bomberos anunciando con altavoces que los vecinos no se metieran en el garaje ni en sótanos. No le resulta fácil a frau Orth recordar aquella noche, pero la recuerda con precisión. A las 22.00 horas Johanna se metió en la cama pensando que estaba segura. A las 00.28 horas llamó a sus padres. El agua le llegaba a las rodillas. Les decía por teléfono que era imposible abrir la puerta. Los muebles se movían. Ellos oían el pánico en su voz. Estaba atrapada.
“Y entonces la comunicación se cortó”, recuerda la madre de Johanna, “y ya no pudimos hablar más con ella para darle ningún consejo”. La madre supone que logró salir por una ventana y la corriente la arrastró. El cadáver apareció en un garaje subterráneo. “Si Johanna hubiese subido al piso de arriba, se habría salvado”.
Hay muchos síes, muchos condicionales, y en Alemania llevan dándole vueltas desde entonces. Ha habido una comisión de investigación en el Parlamento del estado federado de Renania-Palatinado, donde se encuentra el valle del Ahr, , y un informe, publicado en agosto, de más de 2.000 páginas. Se ha denunciado ante la Justicia a uno de los responsables políticos. Reportajes como el de la televisión pública SWR han reconstruido con todo detalle lo que, durante aquellas horas infaustas, ocurrió y lo que, por inexperiencia o ineptitud, se dejó de hacer en los despachos del poder. Aunque los equipos de rescate estuvieron presentes desde pronto sobre el terreno, y aunque “no es verdad que no hubiera nadie ahí”, como dice una política ecologista local, ni que el Estado estuviese “ausente”, la parálisis de algunos mandos políticos y la descoordinación entre administraciones entorpeció la reacción.
Hacía días que se preveían lluvias e inundaciones, pero el mismo 14 de julio por la tarde, la ecologista Anne Spiegel decía: “Nos tomamos en serio la situación, aunque no hay riesgo de inundaciones”. Al día siguiente, cuando ya se conocían las dimensiones del desastre, enviaba un mensaje a un colaborador en el que le advertía con preocupación de que “el blame game [el juego de echarse las culpas unos a otros] podría desencadenarse de inmediato”. A la ministra se le reprochó que, unos días después, se marchase cuatro semanas de vacaciones con su familia.
Volviendo a la noche del 14 al 15 de julio: a la 21.42 horas, cuando la situación era crítica en muchos pueblos del valle, la presidenta de land, la socialdemócrata Malu Dreyer, despachó así el asunto en un mensaje al ministro del Interior, Roger Lewentz, de su mismo partido: “¿Oigo que el nivel más alto de las inundaciones se alcanzará mañana por la mañana? Es realmente feo. ¿Está Anne [Spiegel] informada, o su gente? Está un poco nerviosa”. A lo que el ministro del Interior replicó: “Cuando sepamos más, le informamos mañana”. La presidenta Dreyer respondió: “OK, buenas noches”.
El secretario de Estado de Medioambiente, Erwin Manz, explicó a la comisión de investigación que aquella noche, hacia las 23.00 horas, hizo como solía: mirar el telediario, “tomarse una cervecita” y acostarse. A esas horas, el “tsunami” golpeada con furia, y la alarma de catástrofe todavía no se había decretado. El responsable de hacerlo era la máxima autoridad local, el democristiano Jürgen Pföhler, que ejercía de Landrat, una especie de alcalde de alcaldes en el distrito de Ahrweiler, en el valle del Ahr. Los expertos dijeron en la comisión que habría que haber declarado la alarma de catástrofe a las 18.30, pero no se hizo hasta las 23.09.
Pföhler es tal vez la figura política clave en este drama. Alcaldes lo buscaban y él estaba ilocalizable. Delegó en otra persona la gestión del centro de crisis, en el que apareció unos minutos para marcharse después“. ¿Dónde estaba el concejal mientras el valle del Ahr se hundía?”, se preguntaba el Bild Zeitung. El diario sensacionalista apodó a Pföhler el concejal-Porsche, pues varios testigos declararon haberle visto sacar del garaje el automóvil de esta marca, para ponerlo a salvo. El diario acusó al político de no reaccionar a la crisis y, en cambio, tener tiempo “para telefonear 13 veces a su amante”.
“El Landrat es, en el distrito de Ahrweiler, el máximo protector ante las catástrofes, y no hizo nada”, se queja Inka Orth. “Dejó a las personas en la estacada”.
El intento de llevar a Pföhler a los tribunales fracasó. El fiscal estatal argumentó que, para aceptar el caso, habría sido necesario demostrar “que el daño personal se habría evitado con una probabilidad próxima a la certeza si se hubiera adoptado una medida o acción específica”. “Según los resultados de las investigaciones”, dijo, “no puede probarse la existencia de estas condiciones para la responsabilidad penal”.
El abogado de la familia Orth, Christian Hecken, ha recurrido, y ha pedido a la fiscalía general de Renania-Palatinado que se presenten cargos contra los responsables. En un correo electrónico, el abogado de Pföhler, Olaf Langhanki, denuncia “una auténtica cacería”. “La búsqueda de supuestos responsables por la catástrofe de las inundaciones y sus consecuencias”, dice, “era errónea de entrada, porque se trataba de un acontecimiento inevitable y de unas dimensiones nunca vistas”.
“El Landrat era responsable sobre el terreno y falló”, valora por teléfono Dirk Herber, diputado democristiano en Renania-Palatinado y miembro de la Comisión de investigación. “Pero cuando hay un territorio tan amplio afectado, no se puede dejar en manos de un político local, sino que el estado federado debe intervenir, y esto no lo hizo el Gobierno regional”.
Carl-Bernhard von Heusinger, diputado regional por Los Verdes y miembro de la Comisión de investigación, extrae tres lecciones. La primera, explica a EL PAÍS, es que los avisos a la población llegaron tarde, y esto es atribuible al concejal Pföhler, “que no estuvo activo en vez de avisar a su gente”, quizá porque el distrito “carecía un plan de alarma y evacuación”, y Pföhler ignoraba cómo proceder.
La segunda lección es que la responsabilidad para la protección ante las catástrofes recaía en el nivel local, y legalmente el Gobierno regional lo tenía difícil para intervenir. El nivel federal —es decir, Berlín— no tiene competencias en la materia y en este tiempo quedó fuera del debate.
La tercera lección: “Debemos prepararnos para que lo imprevisible ocurra, porque el cambio climático conduce a que los efectos de las inundaciones sea mucho más masivos que antes”.
En teoría, la región y Alemania están mejor preparados. El distrito ultima un plan de emergencias, según la cadena SWR. Renania-Palatinado ha creado un centro para la protección civil que debe estar activo 24 horas al día. Una nueva ley facilitará que el Gobierno regional intervenga ante las catástrofes y no deje todo el trabajo a los municipios. A escala federal, Berlín y los estados cooperan desde 2022 en un “centro de competencias” que podrá apoyar a las responsables sobre el terreno. Y se ha puesto en marcha el sistema de alerta en teléfonos móviles.
El concejal Pföhler está jubilado, y dos ministros —la de Medioambiente y el del Interior— dimitieron. En el valle, la recuperación completa parece lejana, y Valencia ha reavivado los recuerdos. “Las masas de agua, todos los automóviles y el barro en las casas, el barro que ha destruido tantos bienes…”, dice Inka Orth, la madre de Johanna. “Realmente no podía mirar las imágenes de Valencia. Son exactamente las mismas que aquí”.