Nadie en Bruselas, y en muchas otras capitales europeas, oculta el alivio por que la presidencia de turno húngara del Consejo de la UE llegue a su fin este 31 de diciembre. Y eso que, al final, el semestre húngaro no ha sido tan devastador como muchos temían después de su provocativo comienzo con una visita unilateral del primer ministro húngaro, Víktor Orbán, a Moscú, rápidamente censurada por los principales responsables europeos, que vieron con espanto cómo Budapest intentaba erosionar a pasos agigantados y apresurados la unidad europea contra Vladímir Putin.
A pesar de su controvertida gestión, Budapest ha logrado, al término de un mandato oficialmente de arbitraje de los Veintisiete como mediador honesto, pero que permite muchas piruetas propias —que el nacionalpopulista Orbán ha ejercido con gusto y en abierto desafío a Bruselas—, sumar algunos logros comunitarios importantes y hasta sorprendentes, en vista de lo poco o nada que se esperaba de estos seis meses húngaros al frente del Consejo de la UE.
Lo reconocía la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una de las figuras europeas más críticas con Orbán, al término de la última cumbre de jefes de Estado y de Gobierno europeos del año —y bajo mandato húngaro— en Bruselas, el 19 de diciembre.
“Hiciste progresar nuestro apoyo a Ucrania con la adopción del decimoquinto paquete de sanciones y el acuerdo marco para un préstamo del G-7 [por 50.000 millones de dólares]”, valoró la jefa del Ejecutivo europeo durante la rueda de prensa final de la cita ante un Orbán que la escuchaba un tanto atónito. El húngaro es conocido por su posición prorrusa y sus constantes vetos a prácticamente cualquier gesto o ayuda hacia Kiev (lleva año y medio bloqueando los 6.600 millones de euros en ayuda militar a Ucrania previstos por la UE a través del Fondo Europeo para la Paz). Así que, probablemente, no se esperaba el halago, aunque moderado, de la alemana, sobre todo porque esta no ha ocultado su indignación durante todo el semestre con la forma húngara de dirigir la presidencia rotatoria europea y, especialmente, por su favoritismo hacia Moscú.
De hecho, ambos políticos habían protagonizado un duro enfrentamiento apenas dos meses antes, durante la comparecencia húngara ante el Parlamento Europeo para dar cuenta de su presidencia del Consejo de la UE. “Todavía hay quien culpa de esta guerra no al invasor, sino al invadido”, le recriminó Von der Leyen ante unos eurodiputados también mayoritariamente críticos: habían propuesto, en vano, que Bruselas se saltara a Hungría en el turno de países al frente del Consejo de la UE y recibieron a Orbán entonando el Bella Ciao, el himno de la resistencia italiana. El dirigente húngaro, habituado a todo tipo de desplantes en una UE donde se jacta de ser un verso suelto (aunque desde la llegada al Gobierno eslovaco de Robert Fico, que acaba de visitar también Moscú, o Giorgia Meloni, está cada vez menos aislado), respondió mostrándose desafiante como siempre y lanzando, además, sus habituales dardos contra los inmigrantes, y comentarios misóginos y homófobos que le han valido otras muchas reprobaciones europeas.
Pese a todo, Von der Leyen también destacó al término de la presidencia húngara la “ambiciosa” declaración de Budapest sobre el nuevo pacto para la Competitividad Europea —el nuevo mantra de Bruselas— o la “histórica decisión” para Rumania y Bulgaria de poder acceder plenamente al espacio Schengen tras levantar Austria el veto a acabar con los controles terrestres a partir de este 1 de enero, entre otros. Para el eurodiputado verde alemán Daniel Freund, uno de los más duros críticos de Orbán en la Eurocámara, el resultado de la presidencia húngara es, no obstante, pobre: solo concluyó ocho procedimientos legislativos, frente a los 69 de sus predecesores belgas y 68 de España. Tampoco es un buen resultado si se compara con otras presidencias realizadas en plena transición en Bruselas, como ha sucedido este trimestre en el que se renovó la Eurocámara y la Comisión: en la misma situación, en 2019 Finlandia cerró 23 expedientes y, en 2014, Italia 20, según el recuento del alemán.
En cualquier caso, las (muy moderadas) alabanzas de Bruselas duraron poco. Von der Leyen abandonó la sala de prensa junto con el nuevo presidente del Consejo Europeo, el portugués António Costa, haciendo gala de su complicidad. Atrás dejaron a un Orbán que salió solo y tomó su propio camino. Solo unas horas más tarde, Budapest lograba enfadar de nuevo a Bruselas y Varsovia, siguiente en el turno semestral europeo, al anunciar que concedía asilo político al ex viceministro de Justicia polaco Marcel Romanowski, procesado por malversación y corrupción.
El Gobierno de Donald Tusk, que asumirá este 1 de enero la presidencia europea y cuya victoria hace un año desalojó del poder al principal aliado polaco de Orbán, el partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS) en Polonia, al que pertenece Romanowski, calificó el acto de “hostil”. La Comisión Europea, por su parte, dejó claro que estudiará con mucha atención la decisión húngara y recordó a Budapest que las concesiones de asilo de un país de la UE a otro, siendo todos considerados países seguros, son “extremadamente excepcionales”.
Apenas unos días antes, Bruselas había dado otro toque fuerte de atención a Orbán al anunciar su decisión de mantener congelados los alrededor de 22.000 millones de euros en fondos europeos asignados a Hungría por considerar que las medidas adoptadas por el país para atajar sus problemas con el Estado de derecho no son suficientes.
El tira y afloja entre Budapest y Bruselas ha sido una constante en este semestre que termina así, básicamente, como comenzó: con una profunda desconfianza mutua.
Orbán confirmó los peores temores de sus socios nada más comenzar su semestre europeo con un viaje a Moscú, donde se reunió con Vladímir Putin, rompiendo así el aislamiento político y diplomático de la UE al presidente ruso. Su autodenominada “misión de paz” para Ucrania también lo llevó a encontrarse con el presidente chino, Xi Jinping, en Pekín. Una gira internacional que concluyó unos días más tarde en Mar-a-Lago, la residencia en Florida donde tiene su base el entonces todavía candidato presidencial y ahora ya presidente electo estadounidense, Donald Trump, con el que Orbán se precia de mantener una relación privilegiada de la que, paradójicamente, la UE podría beneficiarse cuando el republicano vuelva a la Casa Blanca en enero.
El movimiento unilateral de Orbán causó un profundo malestar en Bruselas y muchas otras capitales europeas, que subrayaron rápidamente que el húngaro carecía de mandato alguno para negociar nada con Rusia en nombre europeo y lo acusaron de instrumentalizar su presidencia rotatoria. En una muestra de protesta, la Comisión decidió no enviar a ningún comisario a las reuniones informales celebradas en Budapest las siguientes semanas, una medida que también secundaron varios Estados miembros, aunque no todos. Además, el entonces alto representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell, decidió no convocar en la capital húngara el Gymnich, la tradicional reunión informal de ministros de Exteriores y de Defensa que se celebra al comienzo de cada presidencia de turno de un país de la UE en su territorio. “Tenemos que enviar una señal. Incluso si esta es una señal simbólica”, defendió su decisión el español, que reclamó “lealtad a la política exterior” de la UE de los socios europeos.
Con su estilo característico, Orbán, en su última comparecencia al frente de la UE, restó importancia a las críticas. “Puedes buscar una presidencia política o una burocrática”, resumió. “Si es burocrática, te limitas a continuar los procedimientos en marcha. Pero si es política, tomas decisiones políticas (…); tomé una decisión consciente y opté por una presidencia política”, se defendió el veterano político —el que más tiempo lleva en el actual Consejo Europeo—, que se despidió con un mensaje a sus sucesores: “Sean valientes”. Bruselas solo espera un semestre nuevo con menos sobresaltos políticos y más unidad.