Hay quien se hace ciclista, soñadores, para descubrir a una velocidad humana y por carreteras comarcales lo que se esconde detrás de los mapas; para otros, el pedal es un oficio con el que sobreviven con dolor al hambre y la miseria, pero la mayoría quiere hacer de la hazaña deportiva su cotidiana tarea, ser campeones como Bernard Hinault, que acaba de cumplir 70 años y, anticipando con optimismo que dentro de 30 años aún habrá mundo, anuncia que su meta es superar a Raphäel Geminiani, que murió a los 99 y llegar a los 100, como los que Bernardo Ruiz cumplirá el 8 de enero que llega.
Hinault habla de sus ídolos, del padre Anquetil, de Eddy Merckx, de quienes aprendió a ser el dictador en el pelotón y patrón de su equipo, autoridad imprescindible para quien quisiera ser campeón, ganador del Tour. Hinault lo fue, pero también vio asomar los nuevos tiempos, quizás más democráticos, seguramente más pragmáticos, inteligentes, de lo que ahora se llama liderazgo compartido. Así fue su coexistencia forzosa con Greg LeMond. Fue tan complicada que pareció entonces una tendencia en vía muerta, y las épocas de Indurain, primero, y de Lance Armstrong, sobre todo, así querían confirmarlo. Ambos ganadores, líderes únicos de un equipo con una única intención, fueron, por así decirlo, el canto del cisne de una época. Bien entrado el siglo XXI, los grandes equipos ya no son aventuras personales cuyo único objetivo es la supervivencia económica de quiénes los manejan. Son empresas con más de 100 empleados y 50 millones de euros de presupuesto gestionadas con criterios empresariales, de mercado, y los títulos de algunos de los responsables de sus consejos de administración, como el recién nombrado patrón del Soudal-Quick Step, Jurgen Foré, son diplomas y masters de escuelas de negocios y no victorias en la carretera.
Todas y todos los ciclistas, hasta Tadej Pogacar, el Merckx de este siglo, integran organizaciones que toman decisiones informadas científicamente y soportadas tecnológicamente. La tecnificación y la comercialización de la proeza, alarga la vida de las y los corredores, pero paradójicamente contrarresta en no pocas ocasiones el espectáculo de tácticas de antaño, con lejanos ataques ajenos a todo cálculo. La gran epopeya romántica del desastre, tan respetada en la Francia del Tour, cada vez es menos opción en el ciclismo de hoy. A pesar de que pequeños y grandes desastres son el día a día de este deporte.
Con este cambiante marco de fondo y combinando experiencia con ciencia de equipos y liderazgo, hemos resumido en tres conclusiones el análisis de la temporada de 2024; para luego preguntarnos qué podríamos esperar en 2025.
Primera conclusión: los equipos ciclistas son mejores con su(s) líder(es).
“El ciclismo es un deporte de equipo”, repiten los líderes de los equipos del WorldTour. En 2024 hemos visto cómo distintas estructuras de liderazgo han ofrecido un interesante rango diferencial de resultados.
El liderazgo centralizado de Pogacar ha arrojado un excelente coeficiente de éxito del 81%, fundamentado en un equipo brutal que sumaba más puntos UCI que los ocho últimos equipos del Tour juntos. Todo el poder para Pogacar y sus sueños ha sido una apuesta tan efectiva como arriesgada. Efectiva porque el liderazgo centralizado funciona bien en condiciones favorables, con apenas imprevistos; y arriesgada porque un problema para Pogacar hubiera escrito otra temporada. Riesgo controlado, no obstante, con Almeida y Yates rozando el podio del Tour, por si era preciso descentralizar dicho liderazgo en UAE. No sorprende entonces que equipos como Soudal (Evenepoel, Landa) o Visma (Vingegaard, Jorgenson) tuvieran dos corredores entre los 10 primeros del Tour.
La estructura descentralizada de Visma no ha funcionado en 2024, aun siendo la mejor estructura para afrontar situaciones cambiantes, han sido demasiados los eventos sufridos. La salida de Roglic estaba calculada, pero los accidentes de Vingegaard y Van Aert, y el temprano desarrollo de los nuevos talentos incorporados al equipo (Jorgenson o Uijtdebroeks) no han permitido rendir al nivel deseado, aunque sí aprender mucho.
Fue en la Vuelta donde vimos en tiempo real el brillo del liderazgo descentralizado en Ken Pharma. Tres impresionantes victorias mostraban un equipo creciendo, generando una espiral de éxito que disparó su rendimiento. Con un Castrillo pletórico en su primera victoria, vinieron dos más en las que se veía rotar el rol de liderazgo entre sus miembros, que se adaptaban dinámicamente para asistir a quien lideraba. La victoria de Berrade en Maeztu ilustra inequívocamente lo que decimos.
La cruz nos la ofrece el vacío de liderazgo en Ineos. Paradójicamente, el vacío conforma una estructura liderazgo, que ha dejado al equipo en una deriva en la que el talento disponible no ha encontrado camino. Se ha visto en Rodríguez y en Pidcock. La declarada ralentización en la gestión de los cambios por parte de algunos componentes del equipo, parece haber afectado a su patrón de resultados.
Segunda conclusión: Atacar de lejos ha sido la mejor estrategia de carrera.
Jugar al ataque ha dado resultados en 2024. Pogacar ha firmado las victorias desde más lejos con Strade Bianche, a 81 kilómetros; el Mundial, a 51,7 (o 100, según consideremos), y Lombardía, a 48,3. Van der Poel ganó en Roubaix atacando a 58,4 de meta, en Flandes a 44,8 y en la E3 a 43. Yates ganó en Granada en la Vuelta con un ataque a 51,7 y, cómo no, Evenepoel en la clásica Figueira, atacando a 51,2 de meta. Son exhibiciones individuales, solo posibles porque hay un equipo que trabaja para ello, como en el Mundial de Pogacar.
Utilizar estrategias ofensivas tiene al menos cuatro ventajas. Primero, un equipo al ataque reduce incertidumbres focalizando esfuerzos en un objetivo. Defender implica cubrir diferentes posibilidades, complicando una respuesta precisa y coordinada del equipo. Segundo, en el ciclismo de carretera no hay dos equipos alternando ataque y defensa, sino varios. Defenderse de un equipo que ataca es todavía más complejo, porque ocurre en una estructura de motivos mixta que obliga a los equipos a decidir simultáneamente entre cooperar y competir entre sí, terminando con frecuencia con los defensores paralizados observándose mutuamente. Tercero, interpretar un ataque apropiadamente permite una respuesta apropiada. Subestimar las acciones del adversario otorga ventajas adicionales y demora nuestra respuesta, obligándonos después a sobrerreaccionar con mayor desgaste; como ocurrió en el Mundial. Finalmente, este desgaste multiplica las dificultades para articular una defensa, induciendo emociones negativas que suelen dirigirse hacia otros equipos, pero también al propio. Esto genera conflictos interpersonales que hunden el rendimiento en nuestro equipo y arruinan la colaboración con otros frente a un tercero.
Tercera conclusión: La concentración de victorias en un solo corredor y equipo.
En 2024 hemos visto la segunda entrega de Le Cannibale, con un Pogacar amablemente reinterpretando a Merckx, pero igualmente abrumador. Nueve victorias de once carreras iniciadas: Strade, Volta, Lieja, Giro, Tour, Montreal, Mundial, Emilia y Lombardía. Podio en San Remo, y top ten en Quebec.
Ganar genera una espiral virtuosa de rendimiento que contagia al equipo a través de dos procesos interrelacionados: primero aumentando la potencia de equipo, o su capacidad percibida para lograr sus objetivos, el “sí se puede”; y, segundo, aumentando la cohesión y generando la sensación de jugar como uno solo. La cohesión es un precursor del rendimiento, pero el rendimiento a su vez genera cohesión.
Ganar consistentemente afecta al comportamiento de los rivales, que determinan su calendario buscando pruebas que ganar. Roglic en la Vuelta, Van der Poel en Flandes y Roubaix, o Evenepoel en los Juegos Olímpicos. Este impacto también ha aparecido cuando los distintos equipos coincidían en carrera con el UAE y en particular con Pogacar. No se buscaba su derrota, sino elaborar estrategias para quedar segundos y dar valor de victoria a otras posiciones en el podio (Vingegaard y Evenepoel en el Tour; Van der Poel en el Mundial; Evenepoel en Lombardía).
¿Qué podemos esperar en 2025?
Apropiándonos del adagio de que el futuro no es algo a lo que accedemos, sino algo que creamos, nos preguntábamos cómo las acciones de los equipos y corredores del pelotón conformarían la nueva temporada. Compartimos nuestras preguntas y respuestas, para estimular un sano debate al respecto.
¿Será la temporada de todos contra Pogacar y UAE?
Un Vingegaard en plenas facultades y un rearmado Visma desplegando sus múltiples talentos y aprendizajes nos ofrecerían una interesantísima temporada, y un Tour memorable. Habrá más duelos sugerentes, como los que mantendrá Pogacar en San Remo y Flandes con Van der Poel y Van Aert, y en Lieja y en las diversas contrarrelojes con Evenepoel.
¿O será la temporada de Pogacar y UAE contra ellos mismos? Si Pogacar consigue sus objetivos (cuarto Tour, San Remo y una Vuelta que probablemente correrá), y parece improbable que no lo consiga, ¿qué motivación alimentará su rendimiento futuro y el de su equipo? ¿ganar las tres grandes vueltas en un mismo año?, ¿los cinco monumentos? Estas preguntas nos ponen un paso más allá, que quizá 2025 aclare: ¿Dejaremos de comparando a Pogacar con Merckx o Coppi para compararlo únicamente consigo mismo?
¿Son Pogacar y el UAE imbatibles? Nadie los quiere, pero los eventos disruptivos están ahí, ocurren continuamente y juegan un papel determinante en las victorias de grandes vueltas ¿Se seguirá cumpliendo la máxima de que cuando están iluminados, los campeones ni se caen, ni pinchan, ni se rompen? Lo visto este año con Visma nos reitera la importancia de articular estrategias y liderazgos para, esperando lo mejor, hacer frente a lo peor. Poner en valor un podio es fundamental para el deporte, las y los deportistas, los patrocinadores y la afición, pero la sana ambición de ganar sin calcular segundos puestos da un brillo superior a la competición.
¿Qué papel tendrán los nuevos talentos y equipos? 2025 trae nuevos actores al circuito. Nuevos talentos, como Torres, Castrillo, Jorgenson o Uijtdebroeks, y también consolidaciones como O’Connor o Ayuso. Nuevos talentos que pueden tener la oportunidad que tuvo Bernal en 2019 y para la que sus equipos han de estar preparados. Para ello escuadras como Visma o Ineos van a recomponerse en 2025. Además, habrá que seguir al equipo Red Bull, acostumbrado a ganar en las disciplinas en que participa.
Disfrutar de la concentración en un equipo de logros y victorias es frecuente en el deporte de competición, pero la redistribución de los logros y victorias beneficia al espectáculo, a la visibilidad de patrocinadores y al disfrute de la afición. Miremos a 2025 con el optimismo y entusiasmo de una temporada repleta de buenos e interesantes momentos para disfrutar y celebrar juntos.