La historia del último campeón del Open de España de golf comienza con el bisabuelo Simón. Ángel Hidalgo hizo cumbre en su carrera cuando el pasado 29 de septiembre conquistó el campeonato nacional en el Club de Campo Villa de Madrid después de un desempate nada menos que contra Jon Rahm. Era su primera victoria en el circuito europeo, el mejor momento de este marbellí de 26 años, de barba y pelo largo, extrovertido y charlador, un golfista atípico. Era también el premio a un camino que nació como lo hacían tantos otros el siglo pasado, de la nada.
“Yo nací en El Ángel, un recinto de casas en una urbanización en Marbella, y al otro lado de la calle había una cancha de prácticas que se llamaba así, El Ángel”, revive el golfista andaluz para EL PAÍS. “Mi bisabuelo Simón vivía ahí cerca. Y cuando llegaban los ricachones guiris, él les hacía de caddie. Así consiguió un par de palos y así empezaron a jugar mi abuelo Pepe y mi padre, Ángel. Y yo con uno o dos años iba a verles. Me enganché”.
El hijo mayor de un policía, todavía en activo, y de una trabajadora del centro comercial La Cañada ya no se separaría del golf. Tampoco después su hermano, Pablo, de 20 años, que hoy estudia y juega con una beca en Felician University, en Nueva York. Ese tren lo dejó pasar Ángel Hidalgo cuando a los 18 años decidió dar el salto a profesional antes que curtirse como amateur en Estados Unidos. “Tenía la beca apalabrada, pero dos meses antes decidí quedarme. Había sacado las notas y el examen de inglés para la Universidad. Me iba a Memphis. Yo quería ir a las mejores, Stanford o Arizona State, pero por nota académica y presupuesto no nos lo podíamos permitir. Así que la idea era ir un año a Memphis, jugar bien y conseguir una beca potente para el curso siguiente. Estuve semanas pensándolo. Yo quería jugar ya, pasarme a profesional ya, y no estar cuatro años estudiando en Estados Unidos y jugando como amateur. Y a los 18 años me pasé a pro. Nunca he sido buen estudiante, tampoco ha ayudado eso, y me veía que iba a ser demasiado tiempo. Ahora me arrepiento. No creo que hubiera acabado la carrera pero sí me hubiera gustado probar la experiencia y estar allí algún año”.
El bisnieto del caddie de los ricachones llegó al pasado Open de España en el pelotón de los anónimos. Lucía una victoria en el Challenge Tour y dos en el Alps Tour, escalones inferiores a la élite europea, y una única participación en un grande, el Open Británico de este curso (no pasó el corte). Hidalgo era un aficionado más en Augusta durante el Masters de 2023, cuando acudió al torneo junto al chef Dani García y vivió en directo la victoria de Jon Rahm. Suyo fue uno de los gritos de celebración que pueden escucharse en los vídeos que recogen el putt decisivo, como un aficionado más entre la multitud. Y de ese domingo 9 de abril en que Seve Ballesteros hubiera cumplido 66 años guarda en su habitación una bandera amarilla del Masters firmada por el campeón vasco.
Así que nada hacía pensar que el chico protagonizara el cuento de la cenicienta en el campeonato nacional en Madrid. Hasta que pasaron las jornadas y el aspirante se plantó en la última jornada como líder y en el partido estelar con Rahm y David Puig. Curiosamente, más que el vasco, ganador de dos grandes, a Hidalgo le impresionaba su caddie, Adam Hayes, un estadounidense fuerte y serio, pero durante la ronda controló los nervios, jugó mucho más relajado de lo que esperaba y se ganó la opción de un putt de metro y medio en el hoyo 18 para ganar el Open. En el centro de todas las miradas, lo falló. Tocaba un desempate con Rahm, la clase de rival y de escenario que hubiera espantado a cualquiera que no está acostumbrado a esos focos. No a Hidalgo, que es de otra pasta.
“Yo soy un jugador diferente al convencional, me alimento del público, de las risas”, explica; “soy de la generación Disney, conecto con la gente. Me gusta sentirla. He ido a muchos torneos de pequeño, sé lo que es estar detrás de las cuerdas y la ilusión que le hace a un niño chocar la mano de un jugador. Y en el fondo yo sigo jugando como un niño, sigo disfrutando cada día que compito. Me sale solo ser así, y la gente lo agradece”.
Esa energía le permitió embocar un putt en el primer hoyo del playoff para seguir vivo. “El putt del último hoyo fue un mal gesto, moví mal el palo, pero ese otro golpe en el desempate con Jon fue el putt más importante de mi carrera. Me demostré que con toda la presión encima y después de fallar, podía meterlo. Si metía ese, podía entrar cualquiera”. Así abrochó el título en el siguiente hoyo, y rompió a llorar antes de recibir la felicitación de Rahm y ser bañado por sus colegas. “Ahora el resto de golfistas ya sabe que he ganado. No soy un novato, no me voy a arrugar un domingo”, afirma.
La victoria le asegura la tarjeta del circuito europeo para las próximas dos temporadas (no ha habido ninguna oferta de LIV, la Liga saudí), sin la presión de tener que renovarla por resultados. “Ese triunfo en el Open me parece hoy ya muy lejano, como si hubieran pasado varios años y no unos meses. Mi primera victoria en el tour, dónde y contra quién fue, lo hace muy especial. Si gano otro torneo, dudo que se parezca una décima parte a lo que viví en Madrid, un Open de España y contra Rahm”.
Quién se lo hubiera dicho al bisabuelo Simón.