La Bolsa ha sido en los últimos 25 años una inversión muy rentable para quienes han llevado en cartera los principales índices europeos o estadounidenses y no han vendido sus posiciones. Los mercados han demostrado una capacidad de resistencia insólita en un periodo con múltiples crisis, en un siglo que empezó con el estallido de la burbuja de las puntocom, y siguió con el zarpazo de la Gran Recesión, los apuros con la prima de riesgo y la deuda soberana en la periferia europea que a punto estuvieron de dinamitar la moneda única, una pandemia sin precedentes en un siglo, y más recientemente el regreso de la pesadilla inflacionista azuzada por el alza de la energía derivado de la guerra en Ucrania.
Los parqués no solo han logrado cicatrizar las heridas a una velocidad mayor a la de la economía real: también han usado todo el poder de la destrucción creativa para enterrar a las compañías obsoletas, que perdieron el tren de los tiempos (Nokia, BlackBerry, Blockbuster o Kodak, son ejemplos ilustrativos) y aupar en su lugar a las más innovadoras, ya se llamen Nvidia, Google, Microsoft, Amazon, Apple, Meta, Tesla, Netflix o Uber.
No es casualidad que todos esos nombres sean estadounidenses: la brecha entre Wall Street y la Bolsa europea roza máximos históricos, y sus retornos en estos 25 años también son mucho mayores. Mientras el Nasdaq 100 tecnológico y el S&P 500 han dado una rentabilidad (incluyendo dividendos) del 585% y un 539% respectivamente desde el comienzo del año 2000 hasta el final de 2024, es decir, a un ritmo cercano al 8% anual, el Ibex 35 ha devuelto un 176% (4,15% anual), y el Eurostoxx 50 un 129% (3,38% anual). Todos ellos baten a la inflación española en ese tiempo, del 77,1% entre enero del 2000 y noviembre de 2024, el último mes del que hay datos, según el Instituto Nacional de Estadística.
El selectivo español tiene una peculiaridad. Y es que debe esa rentabilidad principalmente a los dividendos: se da la circunstancia de que el 3 de enero del 2000 cotizaba algo por encima de los 11.600 puntos… Exactamente igual que 25 años después. “La principal fuente de atractivo del Ibex 35 sigue siendo la rentabilidad vía distribución de dividendos. El mayor peso del dividendo en la rentabilidad total es una constante con independencia del momento temporal que se estudie”, señala el economista Javier Santacruz. Igualmente, sin contar los dividendos el Euro Stoxx 50 cotiza aproximadamente a los mismos niveles que hace 25 años. Al otro lado del Atlántico, mientras, el S&P 500 ha subido el 300% y el Nasdaq 100, el 470%.
El analista Pablo Gil, con más de con 38 años de experiencia en el mercado bursátil, ha sido testigo de los múltiples cambios que ha vivido el índice español en ese tiempo. “Hace 25 años, las empresas industriales representaban aproximadamente un 25% del Ibex, mientras que las constructoras suponían cerca de un 20%. En la actualidad, los sectores financieros y energéticos representan más del 50% del peso total, y las telecomunicaciones cerca del 15%”, compara.
Detrás de esos cambios está la fuerte rotación de empresas, con salidas de grandes nombres históricos como Amper y Dragados, y la entrada de nuevas compañías como Solaria, Cellnex y Fluidra, entre otros, que reflejan tendencias más actuales, como las energías renovables y las infraestructuras tecnológicas. “Además, no podemos olvidar que las operaciones de fusiones y adquisiciones también afectan a la composición del índice y a los pesos de sus componentes, tal y como sucedió por ejemplo con las operaciones entre BBVA y Argentaria o la del Banco Santander cuando se quedó con Banco Popular”, recuerda Gil.
La número uno por capitalización es hoy Inditex, con un peso de alrededor del 16%, pero su irrupción ha sido relativamente reciente: ni siquiera cotizaba en el año 2000, dado que su salida a Bolsa fue en 2001. Hace 25 años, en cambio, la líder era Telefónica, con un peso del 26,3%, pero en un cuarto de siglo ha pasado a ser la décima con más o menos el 4% de peso. Otro ascenso potente ha sido el de Iberdrola, la segunda mayor cotizada española, cuyo peso en el Ibex 35 ha pasado del 4,17% a más del 14%. Peor le ha ido a los dos principales bancos españoles: el Santander retrocede tres puntos en 25 años, y el BBVA más de cinco puntos.
Entre los cambios en la composición del Ibex 35 se cuentan también sonoras desapariciones, como la del portal de internet Terra, que llegó a estar entre las 10 mayores firmas, con momentos estelares como el de su estreno en Bolsa subiendo casi un 200%. Su caída fue casi tan vertical como su auge: acabó engullida por la burbuja puntocom tras pasar su cotización de un máximo de 140 euros a los 3,04 euros de su última sesión. Santacruz destaca otras transformaciones, como el aumento de capitalización bursátil desde los 300.000 millones a cierre de 2000 a los más de 700.000 millones actuales, la mayor internacionalización de las multinacionales españolas cotizadas, o la titularidad de los inversores. “Hemos superado el umbral del 50% de inversores no residentes, cuando en el año 2000 el porcentaje era cercano al 35%. Al mismo tiempo, el peso de las familias en el total ha bajado prácticamente a la mitad (del 30% a estar cercano al 15%)”, relata.
Más allá del Ibex 35, llama la atención el aguante de los índices frente a turbulencias de todo tipo, algo que se ha acentuado en tiempos recientes. Pablo Gil lo interpreta así. “Durante la crisis de 2001-2002 las bolsas sufrieron grandes caídas, del entorno del 50% en el caso del S&P 500, el 72% en el Dax alemán o el 82% en el Nasdaq. En 2008 la crisis financiera provocó caídas generalizadas que rondaron el 60%, tanto en las bolsas estadounidenses como europeas. Pero a partir de entonces el nivel de intervencionismo de los bancos centrales y los gobiernos no ha parado de crecer, hasta el punto de neutralizar los efectos dramáticos de las crisis económicas. El ejemplo más reciente lo vimos durante la pandemia, que se tradujo en la peor recesión del último siglo y sin embargo, bolsas como el S&P 500 acabaron en máximos históricos en 2020. La transferencia constante de riqueza de los Estados hacia los ciudadanos y las empresas en momentos de crisis suaviza el impacto en los mercados, pero a cambio provoca un endeudamiento soberano preocupante”, sostiene.
Europa se queda atrás
Los expertos coinciden en señalar la crisis financiera de 2008 como un punto de inflexión a partir del cual Wall Street empieza a distanciarse de las Bolsas europeas. “La gestión de la crisis fue lenta e inefectiva en Europa. Nada que ver con la gestión que se ha hecho de la pandemia por ejemplo”, dice Francisco Quintana, director de estrategia de inversión de ING.
En el mismo sentido se expresa Santacruz. “Hasta 2008, el tamaño de la economía americana era equivalente a la europea. Hoy es un 50% superior. Lo que se cotiza en los mercados es la capacidad de generar rendimientos futuros. Y cuanto más grande y dinámica es un área económica, mayor es la atracción de inversiones y, por tanto, mayor el potencial de generar rentabilidades reales superiores. Si a eso se une que en los mercados americanos prima la reinversión de los beneficios frente a la distribución de dividendos, aún más margen si cabe para que actúe a futuro la ley de la capitalización compuesta. Mientras que el ratio de capitalización bursátil sobre el PIB se sitúa en Europa en torno al 30% (el Ibex 35 está en el 35%), el S&P 500 está en el 157%”, explica.
La incapacidad de Europa de crear gigantes empresariales tecnológicos —con las excepciones de la holandesa ASML y la alemana SAP, aunque su tamaño está lejos de sus pares en Wall Street— en sectores como las redes sociales, la inteligencia artificial, la nube, el coche eléctrico o el comercio electrónico también influye, como expresa Gil. “EE UU ha liderado la revolución tecnológica con los siete magníficos, que han dominado las capitalizaciones bursátiles y ofrecido un crecimiento espectacular. Europa, por su parte, carece de un sector tecnológico comparable y ha estado más expuesta a sectores maduros, como la banca y las materias primas, con menor dinamismo”.
Eso afecta a las expectativas de futuro, clave para que las valoraciones despeguen, señala Quintana. “El euro de beneficio generado por una empresa norteamericana se paga muy por encima, más de un 50% más caro que el euro de beneficio generado por una empresa europea. Comprar un euro de beneficio europeo es apostar por industrias tradicionales con recorridos mucho más limitados y amenazados por todo el paquete de factores que pesan en la economía europea: regulación, guerra, envejecimiento…”.
¿Hay que estar siempre invertidos?
Vista con perspectiva, la rentabilidad del 8% anual que ha dado la Bolsa estadounidense en estos 25 años fue una oportunidad clara de compra —cada dólar invertido en el S&P 500 vale hoy alrededor de 6,60, sin contar la inflación—, pero esa apuesta no fue del todo evidente en momentos como la Gran Recesión o la pandemia. ¿Conviene entonces estar siempre invertidos e ignorar las crisis, por mucho que la cartera se tiña de rojo? Para Ignacio de la Torre, economista jefe de Arcano, no todo el mundo puede. “El auge bursátil es una consecuencia del binomio riesgo-rentabilidad. Tiene sentido que a largo plazo genere más rentabilidad que otros activos menos arriesgados, pero hay que poder soportar las pérdidas. Como dice Buffet, para llegar primero, primero hay que llegar… el mundo académico muestra que solemos ser buenos comprando bolsa, pero malos vendiéndola, porque nos entra el pánico en los años malos como 2008″. Aquel ejercicio, el de la quiebra de Lehman Brothers, el Ibex 35 se dejó la friolera del 39,43%. En el lado contrario, el mejor curso de este periodo fue 2006, con un alza del 31,79%.
Francisco Quintana abunda en el aspecto psicológico. “La mejor opción es estar invertido cuando el mercado sube y no estarlo cuando el mercado baja. Como nadie jamás en la historia ha sido capaz de hacer eso de manera sostenida, la siguiente mejor estrategia es la de estar invertido siempre. Pero eso requiere una visión optimista del mundo, que no ha sido ni es prevalente entre inversores o ciudadanos. Requiere creer que nos vamos a recuperar de una pandemia, que vamos a superar las tensiones comerciales y geopolíticas, en resumen, ser capaz de vivir con optimismo con cualquiera de ellas amenazas que siempre están ahí. Esta estrategia ha funcionado en los últimos 70 años, es todo lo que podemos decir”.
Como suele decirse, rentabilidades pasadas no garantizan las futuras, pero los índices, como apunta Pablo Gil, tienen la ventaja de apartar a las empresas caídas en desgracia y aupar a las más boyantes, reinventándose continuamente. “La depreciación del dinero FIAT hace que los activos financieros tiendan a subir con el tiempo, a lo que hay que añadir que los índices bursátiles dan más peso a aquellas empresas que mejor lo hacen y se deshacen de aquellas que lo hacen mal, de modo que cuando miramos un índice a largo plazo siempre estamos viendo al conjunto de valores que mejor lo hace en cada momento de la historia”.
Eso no impide, en su opinión, que entrar en el momento propicio marque la diferencia respecto a las compras cuando la Bolsa está cerca de acabar un ciclo alcista, especialmente para los inversores de más edad. “Las bolsas tienden a recuperar lo perdido con el tiempo si puedes ser lo suficientemente paciente, pero lo que no se recupera nunca es el tiempo perdido para volver al punto de inicio antes de esas correcciones”. Internet ha sido un claro catalizador de estos rentables 25 años. Muchos piensan que la inteligencia artificial lo será de los siguientes.