“¿Qué puede contar un director de 30 años sobre una mujer de 50? ¿A quién le va a interesar el retrato de una mujer de esa edad?”. Preguntas como esas son las que François Ozon (París, 57 años) se encontró hace más de dos décadas al intentar producir Bajo la arena (2000), la película que lanzó su carrera. La protagonista era Charlotte Rampling y el director tuvo que escuchar comentarios como que Rampling era vieja, una actriz olvidada. Pero él estaba convencido de que ese viaje personal sobre el duelo, la soledad y la pérdida muy pegado al rostro y cuerpo de esta mujer era suficiente para enamorar al espectador. Y lo fue. A partir de entonces, Ozon se presentó como ese cineasta indómito, e incluso polémico, capaz de tocar distintos géneros, de la comedia al thriller o el intenso drama, y tratar asuntos tan complejos como el deseo y las identidades sexuales desde muy distintas sensibilidades (Joven y bonita, Frantz, Verano del 85), y temas tan delicados como la eutanasia (Todo ha ido bien) o los abusos sexuales dentro de la Iglesia (Gracias a Dios).
Bajo la arena (2000) fue la primera película con la que Ozon traspasó las fronteras de Francia. La primera con la que pisó el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. En la capital donostiarra ganó la Concha de Oro en 2012 con su película más unánimemente celebrada, En la casa, y ha regresado a él innumerables veces, la última, este septiembre para estrenar su última cinta, Cuando cae el otoño.
Sentado en la terraza del Hotel María Cristina, donde después de tantos años tiene sus aperitivos favoritos (prefiere las aceitunas a los chocolates), Ozon es incapaz de recordar cuántas veces ha estado allí, presentando película en los últimos 20 años, pero sí se acordará bien de esta edición porque siente “estar cerrando un círculo” con este último filme. “Bajo la arena y Cuando cae el otoño se parecen, las dos hablan de mujeres mayores, aunque no creo que Charlotte entonces fuera una mujer mayor”, aclara. “Pero acordándome de eso, cuando me puse a escribir esta historia protagonizada por dos mujeres de 80 años [interpretadas por Hélène Vincent y Josiane Balasko], me asusté por lo que me pudieran decir. Afortunadamente, no fue así, confiaron en mí. También ayudó, creo, que Cuando cae el otoño sea casi un thriller policial”.
Ozon va a casi película por año, estrenada con éxito dentro y fuera de Francia. Es una rara avis que puede recibir financiación en tiempo récord para una película protagonizada por dos octogenarias que recogen setas en la Borgoña y con ellas casi matan por error a su familia. “En realidad, cada película sigue siendo una batalla para mí. Es más fácil que cuando empezaba, ahora sé muy bien ajustar mis presupuestos a mis historias para que no me pongan pegas. Y no tengo interés en rodar una escena de un avión en llamas con mil extras”, confiesa.
Ozon es un director pragmático también, sin ínfulas de artista, de los que prefiere “trabajar mano a mano con los actores”. Lo de escribir, en cambio, casi lo odia. Y eso que es autor de todas sus películas. “El guion para mí es la forma de convencer a los actores y una manera de trabajar con los técnicos, pero es una parte del proceso que no me gusta nada de nada”, admite. “Por eso, cuando recibo un premio a mejor guion me resulta deprimente. Es solo un trámite para mí”, afirma entre risas. “Estoy diciendo esto y acabaré recibiendo el premio del guion por esta película”. Y así fue. Días después, en San Sebastián, acabó ganando el premio a mejor guion, coescrito con Philippe Piazzo. No estaba allí para recogerlo y disimular alegría, pero suponemos que se alegraría más por el que se llevó su actor, Pierre Lottin, a mejor interpretación de reparto.
François Ozon se ha fijado especialmente en mujeres, grandes protagonistas femeninas a las que ha escudriñado con su cámara para, como hacía Douglas Sirk, intentar mostrar cómo piensan. “Las mujeres son más listas”, dice siempre. Le permiten tomar más riesgos narrativos y emocionales. Fue su trabajo con actrices también lo que hace ya dos décadas llamó la atención de Hollywood, pero el director nunca se rindió a sus brillos. “He tenido muchas ofertas, pero casi siempre me proponen rehacer algo y es una manera de trabajar con la que no me identifico”, dice. “Sigo en Francia y seguiré porque aquí soy libre, tengo final cut [el derecho a decidir cuál es la versión definitiva de la película], que no creo que tuviera en Hollywood”. Saborea una de sus aceitunas y se ríe. “De todas formas, no soy Almodóvar”, dice en referencia a la primera película en inglés del manchego estrenada este año, La habitación de al lado. “¿Cuántos años tiene él? Aún me queda tiempo. Quizá algún día”.